La furia de Trump llega a California  

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En la acera de enfrente, mientras el sol se ponía, empezó un intercambio de palabras que, en un “crescendo” que se extendió por cuatro horas, pasó a los gritos, los insultos, algunos golpes y terminó con el arresto de 20 personas. (LaOpinión.com)

COSTA MESA, California.- “Come on, motherfuckers; let’s tear it down”. El llamado a derribar una puerta, incluido el insulto a media frase, venía del costado derecho de la multitud: un joven de no más de 25 años, con camiseta blanca y tenis que, subido en un pasamanos, invitaba a la gente a dar “portazo” en el Pacific Amphitheatre de esta ciudad. En la cabeza, una gorra roja con el eslogan de la campaña presidencial de Donald Trump: “Make America great again” (Hacer grande a América de nuevo).

Cientos de personas con boleto en mano se quedaron a las puertas del recinto en donde Trump, aspirante a la candidatura del Partido Republicano, realizó la noche del jueves su primer acto de campaña en California, el estado con mayor diversidad étnica del país, con el mayor número de votos electorales y donde habrá primarias el 7 de junio. Ocho mil personas llenaron el teatro principal de Costa Mesa.

Cuarenta minutos antes del evento, las puertas se cerraron y nadie más entró. Oficiales del sheriff del condado de Orange, donde se ubica Costa Mesa, resguardaban el sitio para evitar que la gente se acercara demasiado. En la acera de enfrente, mientras el sol se ponía, empezó un intercambio de palabras que, en un “crescendo” que se extendió por cuatro horas, pasó a los gritos, los insultos, algunos golpes y terminó con el arresto de 20 personas.

Desde varias horas antes, decenas de manifestantes antiTrump se habían reunido frente al teatro para repudiar las declaraciones racistas del candidato y para reivindicar su presencia en Estados Unidos como inmigrantes. Provocando la ira de quienes no alcanzaron a entrar, gritaban consignas acusando a Trump de fascista, lo caricaturizaban y, bandera mexicana en mano, mostraban pancartas con leyendas como: “Make America Mexico again” (Hacer de América México otra vez). Y hacer esto en una ciudad como Costa Mesa no es un asunto menor.

A pesar de contar con una población latina de más de 35%, Costa Mesa es conocida por ser una de las ciudades más hostiles hacia los inmigrantes en el sur de California. En 2010, el ex alcalde Allan Mansoor emitió una resolución estableciendo “cero tolerancia” a los indocumentados en su ciudad. Muchos de los ataques racistas y las manifestaciones de grupos de supremacía blanca en California se han registrado en esta zona.

Alexandra King tiene 16 años, cabello cortito y rubio, ojos azules y cara de niña. Junto con una amiga, lleva un cartel con la leyenda: “Detengan el odio. Detengan a Trump”. Con arrojo, decidió cruzar la calle y caminar con su pancarta en alto entre la turba trumpista.

“¿Cómo te atreves a venir aquí con ese letrero? Vete del otro lado de la calle, lárgate de mi vista”, le gritó una mujer de nombre Bárbara. “Estamos aquí, apoyando a nuestro candidato. Ellos son los que vienen a provocarnos, ¿por qué viene alguien con una bandera de México y me la agita en el rostro? ¿Acaso voy a México a agitar una bandera de Estados Unidos? ¿No es eso una falta de respeto?”, cuestionó.

“Sí, se siente miedo, pero es porque Trump está empujándonos para que en Estados Unidos nos dividamos”, explica más tarde Alexandra. “Sentí que tenía que salir a decir algo porque sé cuál es la imagen de mi ciudad; crecí aquí y tuve que desaprehender la visión racista. Mi abuela era una persona que si veía a alguien que no fuera de raza blanca, por ejemplo, una mujer latina vendiendo flores, no quería tenerla cerca. Es un ambiente que promueve la violencia”.

Y sí, la violencia se siente en el aire. La acera que bordea el enorme terreno del teatro, saturada de simpatizantes de Trump, se convierte en celda y trinchera: nadie puede cruzar a la acera de enfrente, porque una cadena de 60 agentes lo impide. Del otro lado, dos centenares de manifestantes antiTrump —que a su vez son proSanders, o proHillary, o promatrimonio igualitario, o proinmigración— reclaman, explican o insultan a gritos.

“Admiras a un tipo que dice que es empresario, pero se declaró en bancarrota”, grita un antiTrump a uno del bando de enfrente. “¿Sabías que eso es robar el dinero de la gente?”. “¿Y tú sabías que eso es lo que hace Obamacare, dándole seguro médico a los ilegales con mi dinero?”, responde el aludido. En otros casos, el intercambio es menos cordial. De un “si tanto te gusta México, lárgate de regreso”, a un “vete a la mierda, idiota”, sólo hay un paso. En menos de media hora, los agentes de a pie son sustituidos por otros a caballo.

Al interior del teatro, un Trump implacable, sarcástico, hacía gala de su capacidad histriónica, al invitar a pasar al escenario a quienes describió como “mis amigos”, un grupo que portaba fotografías de sus familiares asesinados por indocumentados. Luego habló del reforzamiento de fronteras, la amenaza de quienes vienen de Medio Oriente y el peligro de dar ventajas comerciales a países como China.

Afuera, los dos bandos en discordia eran dispersados a fuerza de caballo y garrote. Al filo de las nueve de la noche, mientras cuatro helicópteros sobrevolaban la zona, decenas de patrullas llegaban al lugar. Una hora más tarde, tras los arrestos de rigor, la zona volvía a la calma. De ese jueves, la primera jornada de Trump en California, sólo quedaron las pilas de estiércol de caballo sobre las calles de Costa Mesa.

-Segundo día de protestas.

De la misma manera, unas 300 personas protestaron ayer viernes afuera de un hotel en Burlingame, California, donde Donald Trump dio un discurso ante la convención estatal del Partido Republicano. Algunos activistas se enfrentaron a la policía. Trump, quien entró custodiado, dijo que “se sintió como si estuviera cruzando la frontera”.