CIUDAD DE MÉXICO.- Al buscar responder la pregunta sobre el deber ser, el tren moral, si bien esclavo de su correr sobre el andamiaje, se somete en cada cambio de agujas al yugo de la consciencia y los escrúpulos. Esto se refleja en el ‘trolley problem’ o problema del tranvía, nacido en los textos de Philippa Foot, que originalmente proponía un dilema ferrovial: imagine que se encuentra frente a un tranvía fuera de control. Justo delante de usted, en la vía principal, hay cinco sujetos que serán atropellados si continúa en esa dirección. Sin embargo, tiene la opción de jalar una palanca y desviarlo hacia otra vía donde sólo hay una persona. ¿Qué debería hacer y qué realmente haría? ¿Evitar implicarse y no alterar el rumbo, no obstaculizando el atropello de cinco personas, o desviar el tranvía provocando la embestida de una?
Esta coyuntura bastó para inspirar muchas otras versiones: por ejemplo, la figura 2: supóngase que sólo hay una vía donde cinco personas están atadas, la palanca desaparece y usted se ubica en un puente sobre el camino del tren. La única manera de detener el vehículo es arrojando a un hombre muy corpulento que está junto a usted. ¿Es moralmente permisible condenar a un inocente individuo en pos de salvar a cinco otros? E, independientemente de si es correcto, ¿usted qué haría? ¿Y si la sacrificada fuera una dama en silla de ruedas? ¿Y un niño, quizás familiar suyo? Todas aquellas dudas ilustran conflictos éticos; se generan situaciones hipotéticas radicales para representar la esencia de disyuntivas cotidianas. Se ha vuelto una herramienta para abordar problemas de relevancia moral, política y filosófica: ¿es la mutación genética moralmente viable? ¿Y la eutanasia? ¿Utilitarismo o deontologismo? La utilidad de este medio lleva irremediablemente a la duda: ¿puede representarse un dilema moral cualquiera como una serie de ‘trolley problems’? ¿Acaso las sombrías y repetidas vías abarrotadas presencian al completo el escalafón jerárquico en la pirámide de la moral?
En este tenor, surge la pregunta por la esencia del ‘trolley problem’. Este dilema, al develarse, se reconoce como una coherente situación en la que hay que elegir entre opciones mutuamente exclusivas, una de las cuales requiere una mayor implicación del sujeto. Resulta pertinente añadir que es contingente que una de las acciones representadas encarne al bien y la otra al mal; es posible que sean ambas incorrectas y el propósito sea elegir el mal menor–o viceversa–. La solución del problema no indica si la acción elegida es buena o mala, sino simplemente que ésta es mejor–o, en su defecto, menos mala–que su contraparte. Por ello, un dilema del tranvía suele no ser uno en solitario, sino una serie de ellos que permiten múltiples comparaciones para ordenar las posibles decisiones en la pirámide moral, acomodando las prioridades morales. También es importante mencionar que la pregunta puede ser abordada desde el deber ser universal–la ética–o desde el posible ser individual; el planteamiento de cada problema determina si la solución es pragmática o atinente a un fundamento ético trascendental. Análogamente, un dilema moral es una contraposición lógicamente válida de opciones de naturaleza moral diferente que exige el cumplimiento real o hipotético de solamente una de ellas con base en lo ideal o lo subjetivamente utilitario.
La traducción del reino de lo moral al plano del ‘trolley problem’ requiere del poder rescatar la esencia de la contraposición original convirtiéndola en una tesitura del tranvía. Las acciones y sus consecuencias en sí mismas son comparables, mas ¿es posible aislar sus esencias para sopesarlas directamente a ellas? Para responderlo, es necesario primero entender dónde redunda dicha esencia. La pregunta moral en sí presupone la existencia de un bien o un mal que ha de habitar en algún lugar; la consecuencia de la acción en cuestión ha de tener, para poder ser considerada en un dilema de esta índole, un efecto sobre un receptáculo moral: un ente que puede ser afectado moralmente; la clasificación de éste se halla a merced de el sistema moral en cuestión–en el teísmo, verbigracia, Dios es el sumo receptáculo moral; en ciertos panteísmos, toda existencia lo es–. Queriendo razonar esta idea, en aras de una reducción al absurdo, la paradoja del llanero solitario: imagínese que está situado en un planeta aislado, carente de señal de receptáculo moral alguno; no hay vida presente más allá de la suya. Además, asúmase que cualquier acción emprendida por usted no le afectará a sí mismo en lo absoluto. ¿Es posible, pues, actuar de manera moral, ya sea correcta o incorrectamente? ¿Se puede hacer el bien o el mal si sus consecuencias no recaen en ningún receptáculo moral? En otras palabras, ¿se puede causar el mal–o el bien–a la nada?
El uso de la razón, por mera definición, lleva a concluir que no; es fundamental para la moralidad de una acción el ente–en específico, los aspectos de él primariamente afectados–sobre el cual inciden las repercusiones de ésta. Estos aspectos se ven representados en el ‘trolley problem’ mediante los potencialmente arrollados objetos aprisionados sobre las vías; éstos materializan la abstracción de dichos aspectos afectados, simbolizando las consecuencias morales de las acciones en la encrucijada original. Este segmento de la problemática tranviaria refleja la segunda faceta esencial de todo dilema: las consecuencias emergentes. Falta ahora abordar la primera: la ejecución de la acción que resulta elegida como respuesta.
El problema del tranvía, tras la conversión de una coyuntura perteneciente al reino moral, mantiene la esencia de lo que requiere la consumación de las acciones de una manera muy integrada: el cambio de ruta. En toda disyuntiva de esta clase, las distintas soluciones involucran una cantidad desigual de esfuerzo, sacrificio y compromiso en general por parte del sujeto. Así, en la transcripción, la acción comparada que demande mayor implicación corresponderá a la que precise de intervenir para detener o desviar el tren. A mayor discrepancia entre el empeño que se ha de poner para completar cada una de las dos acciones, más moralmente comprometedor será el mecanismo para dicha divergencia. El esfuerzo moral representado es, pues, no el absoluto de cada una de las acciones, sino la diferencia atinente a éste entre ambas. En el ‘trolley problem’, cabe aclarar, el no-actuar es un actuar en sí mismo, pues es la decisión consciente de no involucrarse. La actuación redundante en el no-actuar implica de igual manera cierto esfuerzo moral, y, en caso de que las vertientes discutidas en el predicamento original exijan tan similar dedicación hasta el punto en el cual pueden considerarse equivalentes en ese sentido, el compromiso del cambio de agujas será coincidente con aquel de la negación de la acción. Así, siempre una requerirá de mayor implicación–aún si la diferencia es mínima–y la traducción mantendrá la esencia concerniente al propio actuar en la moral.
En síntesis, la traslación se daría del siguiente modo: el trabajo requerido para modificar la trayectoria del tren simbolizaría la diferencia entre las labores morales de cada acción; los objetos a atropellar en cada vía, la esencia de los aspectos del receptáculo moral afectados. En ocasiones, esta esencia es inaccesible a una representación material; en tal caso, en ambas vías ésta se podría adjuntar a algún otro ente físico superfluo para así poder materializarlo–como se observa en la figura 3, donde, ante la dificultad de encarnar las distintas nacionalidades, se personifica mediante individuos nacidos en cada respectivo país–y realizar una comparación válida. Se elegiría entre dos acciones y sus consecuencias, por lo que, ponderando el esfuerzo para el cambio de ruta, se atropellaría al resultado de aquella que se considere peor–aunque ésta, en abstracto, no sea necesariamente mala–, manteniendo como sobreviviente al de la mejor. Así, tras la larga serie de comparaciones, el estado del receptáculo moral que siga con vida sería el resultado de la opción considerada por el jugador como la mejor solución para el dilema moral. Si bien a nivel local–enfocándose en un ‘trolley problem’ aislado–sería una interrogante binaria, tras detenido análisis de la serie en su completo, ésta acabaría por no sólo parangonar dos posibilidades, sino que formaría un sistema complejo donde múltiples comparaciones acabarían ocurriendo. Esta concatenación de ‘trolley problems’ estaría interconectada, pues los subsecuentes pondrían en jaque la solución de los anteriores, retando el razonamiento—principio moral—empleado para solucionarlo. Así se esclarecería el orden jerárquico de la pirámide moral, pues el resultado indicaría qué principios y valores el individuo priorizaría sobre cuáles. De igual manera, mediante lo que se esté dispuesto a hacer para que estos prevalezcan, la resolución indicaría la escala de separación entre los distintos niveles de la estructura.
El fenómeno del ‘trolley problem’ permite el acceso al debate moral a todos aquellos que pueden resolver una pregunta de naturaleza comprensible: el proceso mayéutico de nuestros tiempos. Al representar el complejo dilema, se dibuja un mapa en pos de una representación asequible. El utilizar series de problemas del tranvía para caracterizar disyuntivas morales le otorga a quien los resuelve la posibilidad de desvelar el código de integridad que seguirán sus acciones; un proceso de auto-conocimiento moral; un ordenamiento de los principios morales. Esto es posible hasta cierto grado, pues no es evidente ni trivial que acciones tan intrínsecamente ligadas a la experiencia puedan ser reflejadas fidedignamente desde el conocimiento conceptual; quizás cuenten con propiedades fundamentales que emergan exclusivamente al vivirlas: ¿puede algo práctico ser completamente entendido en el marco de lo teórico? ¿El tren recorre cada una de las estaciones de la moral? Asumiendo que al menos atraviesa un gran número de ellas, aproximando nítidamente la esencia, el individuo podría ir cambiando las vías para entender su moral–ideal o pragmática–; algo que ‘Immanuel Kant, but the trolley problem does’.
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