La historia empieza con una mujer molesta y otra envuelta. La primera es Giuliana Grimaldo, conductora radial, quien subió a Facebook un post sobre la impertinencia de colgar una pintura en un restaurante de carnes enardeciendo la furia femenina en tiempos de #niunamenos.
No es una pintura cualquiera sino un autorretrato de la artista Patricia Gygax. En él aparece desnuda, recostada en una bandeja de poroflex, forrada en celofán y con una pegatina del código de barras. Lista para su compra y consumo, consigna toda la información que la haría apta para su exhibición en un supermercado: su peso, el precio por kilo y la fecha de caducidad, abril del 2008, momento en el que la artista habría cumplido 30 años. La puesta en escena y el título –Carne premium– buscan ser una protesta irónica contra la cosificación de la mujer, su representación en los medios y el uso indiscriminado de la imagen femenina para vender productos de todo tipo.
El cuadro fue adquirido por el coleccionista y restaurantero Diego León de Peralta, quien desde el 2010 lo exhibe en el restaurante Carnal, uno de los establecimientos de carnes más exclusivos de Lima.
Dos circunstancias contribuyeron a potenciar su mensaje. La primera fue una casualidad: con la idea de transportarlo al lugar de destino, la artista lo forró con plástico, y cuando cayeron en la cuenta de que podría maltratarse con el tránsito y uso habitual del nuevo espacio, el dueño decidió dejárselo puesto. Finalmente, no se veía mal y la intención de la artista había sido representarse envuelta en transparencia.
La segunda fue voluntaria y mucho más problemática: exhibir el cuadro de una mujer desnuda empaquetada como carne en un lugar en el que la gente come, le confería un contexto completamente diferente a la obra de protesta, y colocaba, de alguna manera, a todos los comensales en la situación de complicidad o indiferencia. “El arte está hecho para perturbar”, murmuraba la obra en el salón, citando sin querer a Georges Braque.
La obra no pasó desapercibida
El cuadro estuvo durmiendo por seis exitosos años en los que Carnal ganó fama y nombre como uno de los mejores restaurantes de carne de la ciudad. Nunca pasó desapercibido y, en la lógica del establecimiento, sirvió para iniciar interesantes conversaciones y sobremesas. El dueño del espacio es consciente del valor performático y disruptivo que el emplazamiento le otorgaba a la obra, pero siempre a muchos les pareció interesante el silencio y la comodidad con la que la mayoría de las comensales asumían su exacerbante presencia. El silencio en torno a la pieza obligaba a suponer en ellos una indiferencia inclemente y sobrecogedora o un gran conocimiento y gusto por el arte moderno, de alguna manera redentor.
Por supuesto hubo excepciones. Cuentan que una vez una comensal intentó dañarlo con un lapicero, pero que el asunto no llegó a mayores. Salvo esa ocurrencia y algunos comentarios al aire aquí y allá, nunca hubo incidentes que pasaron a mayores. Hasta que alguien subió una foto a Facebook.
Escándalo en tiempos de redes sociales
Desde entonces ha habido manifestaciones de todo tipo. La fan page del restaurante se ha visto bombardeada por declaraciones incendiarias que exigen su retiro por considerarlo denigrante, mientras grupos más radicales hablan de manifestaciones y sabotaje al local. Según dice el propietario del cuadro, “la mayoría de los reclamos son de gente que nunca lo ha visto, nunca ha venido a Carnal y solo está indignada por el reporte de la radio”.
“A raíz de las recientes críticas y ofensas que hemos recibido de un grupo de activistas respecto de un cuadro que tenemos hace 6 años en nuestro local –explican en un comunicado en su página web–, quisiéramos expresar lo siguiente: Carnal no está, ni nunca ha estado, a favor de la desigualdad de género, ni la ‘cosificación’ de la mujer, ni nada por el estilo, como se nos ha acusado en estos días. Somos un local al cual le gusta el arte contemporáneo, exhibiendo obras en nuestro local que si bien pueden ser controvertidas o de carácter fuerte solo tienen la intención de generar conversación y, en este caso en particular, de resaltar el mensaje que la artista quiso expresar en este autorretrato (que muchos han confundido con una foto o publicidad con alguna modelo contratada).
A continuación adjuntamos un texto recientemente enviado por la artista y amiga nuestra, donde se explica de qué trata el cuadro, para poder evitar malentendidos sobre su intención y la nuestra como restaurante y plataforma artística de libre expresión. Este mismo será colgado legiblemente al lado del cuadro para que el mensaje sea claro y evite futuras malinterpretaciones”.
Luego de hacer explícitas sus intenciones –criticar la objetualización de la mujer y la construcción de estereotipos de género por parte de la publicidad y los medios de comunicación–, el mensaje refiere de manera literal: “Soy un pedazo de carne. No tengo voluntad propia. No tengo voz. Estoy envuelta en plástico, no puedo respirar. Me miran, me miden, me pesan. Soy una ‘carne premium’, tengo un buen precio pero carezco de valor”.
La carne como metáfora
El cuadro tiene su propia historia. Fue pintado en el 2008, cuando la artista era todavía una estudiante, en base a una fotografía en la que ella misma se envolvió en plástico. Aprovechando su carácter surrealista se expuso en una muestra sobre Buñuel en el Centro Cultural de España y tiempo después por el Día Internacional de la Mujer en una colectiva en la cancillería organizada por la Defensoría del Pueblo. Aparece en el libro “Bodegón de bodegones” de Mirko Lauer, en el que se vincula la imagen a la idea de evisceración y se hace notar el uso de la carne como metáfora en otras obras del acervo plástico nacional.
Internacionalmente, la discusión está mucho más resuelta y no genera ni el alza de una ceja. La marca de ropa Sisley publicó hace más de una década un catálogo llamado “Eat me alive”, en el cual el fotógrafo Terry Richardson parodiaba la estética porno para establecer una analogía alimenticia de equivalente calibre y vender ropa para sus clientes.
En el año 2011 se hicieron públicas unas fotos de la actriz Mischa Barton comiendo carne cruda en topless. Fueron tomadas por Tyler Shields, quien trabaja habitualmente con celebridades. Las imágenes, de innegable potencia plástica, fueron leídas como una carnada para la prensa, pero nada más. Mayor atención obtuvo un año antes Lady Gaga cuando asistió en un vestido de carne de ternera a los MTV Video Music Awards –el gurú del gusto Nicola Fornichetti había sido su estilista– y generó la protesta de PETA contra el maltrato animal. Gaga explicó que el vestido quería representar la urgencia de los individuos por luchar por sus creencias y singularidad.
Opiniones divididas
Las oposiciones a “Carne premium” son de variada especie. Hay quienes consideran que el cuadro no debería colgarse en un restaurante, que debería restringirse a una sala de exposición en la que se haría más predecible y seguro su carácter polémico en lugar de subvertir su sentido original. Otros han comparado la imagen con una fotografía publicitaria en el restaurante Tierra Santa, en la que una mujer aparece envuelta en un kebab, como si este establecimiento estuviera valiéndose del cuerpo de la mujer para vender carne.
Un grupo aun más radical desea que se retire de su actual emplazamiento como ocurrió en una ocasión con una imagen diferente en el restaurante La Bistecca. Así que ahora al disgusto de animalistas y veganos se suma el reclamo feminista, que la rechaza por sus implicaciones semánticas. Oh, carne, fuente proteica y polémica esencial. Los poetas lo saben hace siglos: No hay nada más sabroso que una buena metáfora y ahora lo saben también los artistas plásticos, los colectivos ciudadanos y los restauranteros.
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