La pluma del viajero

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“El calamar”

 Cuando alcé los ojos, el calamar me escupió en la cara y me dijo, No vales nada. Entonces abandonó la banca con sus zapatos bien lustrados.

Yo apenas tenía ocho años, era bolero y muchos colores en mi cabeza aunque mi vida fuera de uno sólo, tiza, carboncillo y miseria.

Vivía en Ciudad Acuña y era pobre, no iba a la escuela y mamá se hacía viejita en casa de tanto drogarse con thinner y resistol 5000. Se había enamorado del hombre serpiente, del pulpo, del calamar; del que me decía Amaura cuando yo siempre había sido Amauro. Mamá lo amaba, creo que hasta más que eso, pues con todo y que le pegaba muy feo, ella se le amarraba a la pantorrilla cuando le decía que mejor se iba. Si faltaba comida en la mesa, la golpeaba con el trapeador, también a mí… y terminábamos llorando junto al brasero. A los seis años ella me defendía, a los siete empezó a darle la razón y a los ocho me entregó en sus pegajosos tentáculos cuando ya se había aburrido de ella. Entonces me convertí en su mujer siendo niño. Callada, sentada en cualquier rincón y con el resistol regado en el piso, se ocupaba en jugar a la baraja con ella misma. Bajo la cama, encima de los trasteros, y por todo el patio había botellas de cerveza. Él no trabajaba, pero se vestía bien. Yo sí trabajaba, pero me vestía mal. La gente se dejaba lustrar por mí más por lástima que por necesidad. En mi cajón de bolero no sólo traía las cremas, trapos y otras cosas, también un cuaderno apolillado que me había encontrado en la basura y algunos lápices. Con ellos hacía magia con todo y que era pura tiza sin color. Me echaba sobre las hojas secas en el parque y ahí, viendo las ramas enormes de los árboles, soñaba con ser artista y que la gente me comprara mis dibujos… ¿Qué haría si así fuera? Seguro compraría muchas cervezas para que mamá tomara, se pusiera muy borracha y me dijera, ahora sí, cuánto me quería.

Un día el buen Raulín, reparador de radios y consolas me encontró dibujando al hombre de las mil manos. Le gustaron mis dibujos y al día siguiente me regaló un cuaderno nuevo y colores de palo. Venían en una cajita muy bonita. Traía dibujada una brujita con una escoba y por el otro lado a una mujercita rodeada de hombrecitos chiquitos… entonces me acordé cuando el novio de mamá me llevó a una cantina donde en un cuartito de atrás, varios borrachos me quitaron la ropa. Ya no era entonces un calamar, sino muchos calamares hundiéndome en un río de miedos. Y es que eran muchos brazos deslizándose por mi cuello, piernas, tirándome del cabello, pegándome en la cara. Maravillado del regalo no podía con la felicidad… pero Salomé Trujillo me lo quitó. Mamá quiso defenderme, pero él la quemó con su cigarro para que se le quitara lo metiche, según dijo. Dos días después Raulín me encontró más que triste. Amauro, no te pongas así, él te quiere, pero a su modo, me dijo; pero yo sabía que el molusco no amaba a nadie. Mañana te traigo otro cuaderno y colores. Lo dejas en mi taller y te los cuido, agregó. Entonces por muchos días dibujé más calamares, pulpos y arañas. Era feliz dibujando. Y es que si había algo que me gustaba, era lustrar zapatos y colorear. Era curioso, pero me sabía las marcas del calzado, todas, creo yo, desde los Bostoniano, mocasines y charol. Los lustraba y los acariciaba. Soñaba con tener unos de esos, pero el calamar sólo me dejaba traer huaraches, pues decía que sólo así podía tener más clientes.

Cuando un policía me dijo que lo acompañara, me oriné en los pantalones y me eché a llorar. Me subieron a la patrulla, quise gritar, pero cuando vi a Raulín dentro me calmé. Me abrazó y me dijo que me tranquilizara. Llegamos a una casa grande donde me bañaron, vistieron bien, y me llevaron frente a una mujer muy bonita. Era tan igual a esas que Salomé me enseñaba en las revistas. Alta, rubia, manos bonitas, labios pintados y sin nada de ropa. Ponte así, ponte asá, me decía, Hazle así, hazle asá, y todo frente a los ojos rojos y perdidos de mamá.

Es Salomé, le dije a la mujer al preguntarme sobre quién era el calamar, el pulpo, la araña. Es Salomé, mi hombre, bueno, así me dice él. Me pega mucho, me pone sin ropa sobre el techo caliente de lámina cuando no llevo suficiente dinero, y por eso se me hizo esto que usted ve, puras quemadas. Y sí, así es, no como casi nunca en la casa, nomás en la calle cuando la gente me da algo… ¿usted tiene hijos? ¿Usted también tiene un pulpo en su casa? Si gusta se lo dibujo, me quedan muy bonitos, es más, se los puedo hacer de calor amarillo, rojo o como le gusten, aunque no sean así en el mar. A Salomé lo pinto rojo porque siempre está molesto. También con muchos brazos porque cuando me toca se vuelve así, como baboso embarrándome todo el cuerpo.

Raulín me sobó la cabeza. Lo miré y sus ojos estaban como los de mamá, rojos, rojos, pero los de él mojados de lágrimas.

Han pasado casi 20 años de aquello y sigo pintando calamares en mi soledad, pero jamás en mis exposiciones. A veces el No vales nada que muchas veces me decía Salomé se me echan encima. No soy famoso, pero me gusta dar clases de pintura. Vivo en la oscuridad. Quise casarme, pero terminé huyendo ante una mujer que deseaba fuera su hombre cuando en mi mente sólo existía el ser mujer. Es fecha que camino por la calle de los Gringos, ese sitio donde lustraba, y envidiaba zapatos, ese sitio donde Salomé me exigía tocar de cuando en cuando los chamorros de los clientes para que entendieran el mensaje de que estaba disponible para el abuso… Salomé, Salomé Trujillo, el hombre de los mil brazos, de las mil lenguas y de la serpiente de fuego. En 1998 lo visité en prisión. Era una pasa, totalmente envejecido y en nada se parecía al pulpo que tanto me gustaba dibujar. Entra, me dijo. Entonces lo mire desde arriba pues había crecido lo suficiente. Lo escupí a la vista del guardia y le dije, No vales nada.

Dios quiera y se pudra en la cárcel junto a mamá, sí, esa mujer que me mandó hablar para pedirme perdón y a la que sólo pude mirar para entregarle mi viejo cuaderno de dibujos. Este es el cuaderno que nunca viste por estar siempre drogada, le dije, tómalo y mira lo que hiciste de Amauro, ese niño que nada más soñaba con pintar contigo en el parque. Soy Amauro con alma de Amaura, y eso es tu culpa. Claro, jamás he dejado que alguien me toque y así moriré, pero date cuenta de lo que me hiciste por amar más a un desconocido que a mí. No sé cómo sea tu vida aquí, pero seguro es mucho mejor que la mía.

Soy Amauro, un hombre cualquiera de Ciudad Acuña. No conozco otra ciudad porque he optado por vivir rodeado por los mismos fantasmas que me han acorralado desde niño. Me gusta sentirme así, perseguido, acosado. Tal vez sea una locura, pero sí tan sólo pudiera volver a ser niño y… ¡Dios!

AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
El Viajero vintage
@derechosreservadosindautor
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