CIUDAD DE MÉXICO.- Hace 60 días, Ramón Cruz Solano, su esposa y dos hijos adolescentes, salieron de su comunidad, con la esperanza de un mejor futuro. Llegaron a habitar un cuarto del segundo piso de una vivienda ubicada en el barrio de La Hormiga. Hoy, el hombre está solo, sus tres familiares murieron al caerles un muro.
El terremoto de 8.4 grados despertó a los cuatro miembros de la familia, quienes dormían en la planta alta de una de vivienda de la calle La Arriera. Mientras se sacudía la tierra, Irene Hernández García, de 47 años, y sus hijos José Luis y Anahí, de 17 y 15 años, corrieron a abrir la puerta para tomar un respiro en el umbral, pero cuando los cables de alta tensión empezaron a chicotear, entonces los tres corrieron hacia la otra acera.
El albañil se había rezagado porque en la oscuridad perdió una chancla y empezó a tantear en el piso para buscarla. Cuando la halló, bajó la escalera hacia la calle, pero el muro de la casa de Juan Díaz cedió y aplastó a su esposa y a sus dos hijos.
Irene y Anahí quedaron sobre la acera, pero José Luis, fue lanzado a media calle.
Otros tzotziles que también buscaron refugio en la calle observaron los tres cuerpos ensangrentados y soterrados por los bloques de concreto. Algunos intentaron llamar a los números de emergencia, pero la señal de telefonía celular había colapsado. José Luis, a mitad de la calle, clamaba ayuda. Tenía varias lesiones en el cuerpo, las más graves, fracturas en cadera y extremidades.
Ramón se acercó a donde estaban Irene y Anahí, en un intento de desesperación, les pidió regresar al cuarto que rentaban por 600 pesos mensuales, donde minutos antes dormían, pero ya no hubo respuesta.
Confundido, el albañil se dirigió entonces hasta donde estaba su hijo, que años atrás había dejado la escuela para trabajar como ayudante de albañil, aún respiraba y se quejaba.
Con la ayuda de varios hombres y mujeres sacó a José Luis de entre los escombros y lo colocó en la acera, en espera de que llegaran los cuerpos de emergencia. Pasaron los minutos y un vecino acercó su auto para llevar al joven al hospital de Las Culturas.
De las casas, los tzotziles sacaron vendas, gasas y alcohol para limpiar la sangre del rostro del joven, que gravemente herido ingresó al área de urgencias y minutos después murió.
A los pocos minutos llegaron los familiares de Irma, quienes viven a unos 400 metros de la calle La Arriera, para llevarse los cuerpos asearlos y depositarlos en los ataúdes que les obsequió el alcalde Marco Cancino González.
Horas después llegó el cuerpo del joven a la casa de su abuela, donde es velado con su hermana y madre.
Los habitantes de La Hormiga, en su mayoría originarios de San Juan Chamula, de donde fueron expulsados a principios de los años 70 del siglo pasado, inundaron las calles al momento del terremoto, pero este viernes, muchos de ellos barrían de las aceras los escombros que cayeron de las casas.
En el boyante barrio con mercados de autos, ferreterías, restaurantes, locales de venta de madera y materiales para la construcción, los niños protestantes cuentan que cuando despertaron, vieron que “había una luz azul en el cielo” y se preguntaron por qué el terremoto destruyó sólo templos de la Iglesia católica, pero no los protestantes, ya que éstos “no sufrieron ningún daño”, explica Jacob Jiménez, un niño que hoy no fue a la escuela.
Después del medio día, arribó a la casa donde son velados los tres cuerpos, Óscar Gerardo Ochoa Gallegos, coordinador del Fondo de Fomento Económico de Chiapas, con una ayuda económica que envío el gobernador Manuel Velasco Coello.
A 400 metros del velorio, en la calle La Arriera, el dueño de la casa, Juan Díaz, y varios hombres con picos y barretas limpiaban los escombros que provocó la caída de la barda.
La tarde gris, con amenaza de lluvia, aún podía verse la sangre reseca sobre la acera donde reposó unos minutos José Luis, antes de que lo llevaran al hospital.
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