México es sinónimofestividad perpetua. La llegada del mes de septiembre lo justifica muy bien. Como hijos de los dioses más estrambóticos, juguetones y carnavalescos del panteón aztecamezclándose con descarnadas, arrogantes y elegantes catrinas,sabemos hacerlo y hacerlo muy bien.
Curiosamente siempre hay algo qué celebrar y si no lo hay, lo buscamos y lo convertimos en causasandunguera. Celebramos a los vivos porque vivos están y a los muertos porque ya se nos fueron y merecen ser recordados.Para empezar la fiesta es indispensable un buen mole o cualquier platillo típico; un buen mariachi o cualquier trovador callejero de cincuenta pesos la hora y claro, una buena bebida que nos tibie las venas y nos dé harto valor. Y en eso no me equivoco, tan caliente es la sangre que nos corre por las venas que nunca falta un tequila, un pulque o ya en el peor de los casos una charanda 100% alcohol que nos encienda la mecha corta que nos cargamos.
Alo largo y ancho de nuestro Cuerno de la abundancia, desde Tijuana hasta Mérida, nuestro territorio está colmado de conmemoraciones. Algunas son para venerar santos oficiales como la virgen Morena el 12 de diciembre o el de Jesús, el Niño Dios el 25 del mismo mes y claro, a uno que otro de nuevo ingreso como Juan Diego. Otros pueblos celebran su fundación y hasta el recuerdo de algún héroe regional o nacional que justifique la comilona, el desvelo y la fiesta. Sea como fuere durante siglos y siglos nuestra gente se ha dado a la tarea de inventarse verbenas para relajar el cuerpo y liberar el alma de tensiones.Esto es muy loable cuando la vida cotidiana cargada de abundantes sin sabores agobia como soga al cuello la felicidad. No nos engañamos cuando decimos que hacemos fiesta para venerar a tal o cual ídolo cuando en realidad es una minoría casi invisible la que así lo hace. Un porcentaje muy alto de los que lo celebran lo hacen únicamente para satisfacer sus debilidades corporales como la gula y la embriaguez. Un caso muy notable es el de la ya internacional Feria de San Marcos, celebración realizada año con año en la populosa ciudad de Aguascalientes para celebrar justamente aMarcos Evangelista.Dicha fiesta es una de las más significativas del país. El país entero pone los ojos en dicho estado hidrocálido a razón de sus importantes charreadas, corridas de toros en las que hacen acto de presencia toreros y rejoneadores de alto nivel, carreras de caballos y claro, la asistencia de artistas de talla nacional e internacional.
¿Cuántas veces hemos escuchado que a la conclusión de tal o cual celebración se ha dado un saldo blanco? Por lo menos en las fiestas de mi pueblo así se ha dicho un sinnúmero de veces. Que desafortunado es cuando las instancias gubernamentales expresan que un saldo blanco implica la nula actividad delictiva que conlleve muertes. Jamás podrá decirse que existe el saldo blanco en las celebraciones de nuestro país cuando es durante este tiempo cuando se elevan los índices de embarazos en jovencitas y el inicio de adicciones en otros muchos adolescentes que durante la fiesta consumen drogas expedidas a la sombra de la corrupción. Y es que una feria sin drogas y bebidas embriagantes no es una feria. Esto no es algo que sea muy mi opinión, sino la de la realidad.
Si algo tienen en común la Ciudad natal del que ahora escribe, Sabinas, Coahuila y Nuevo Laredo, en el estado de Tamaulipas, es el hecho de que sus fiestas son justamente en septiembre y se anudan con las independentistas. Dichas celebraciones traen año con año desde el descarrilamiento de juegos mecánicos, extravíos de pequeños y cientos de hombres embriagados asegurados en prisiones locales. Pero hay una cosa que quizá usted no haya considerado. Jamás será malo el que abunde el desorden en las celebraciones, no para el gobierno municipal que recauda cantidades estratosféricas en multas e infracciones. Todo esto es lo que hace crecer las arcas económicas de los gobiernos. Erradicar las drogas y el alcohol en dichos eventos populares sería en definitiva la ruina de los municipios. Es notable que lo que menos importa es el ambiente familiar. La gran mayoría de los que van en familia sólo van a cenar y divertirse en las atracciones mecánicas. No hay consumo de su parte y ello conlleva pérdidas.
Existe una divergencia entre las fiestas de San Marcos en Aguascalientes y las de San Pedro Mártir, uno de los ocho pueblos indígenas en Tlalpan, en la Ciudad de México. Mientras que en la primera se conceden el lujo de vivir toda una temporada de fiestas sumidas en el vicio y la corrupción, la segunda prohíbe categóricamente el consumo callejero y la venta de bebidas embriagantes a menores y mayores de edad. Los primeros avergüenzan a sus ídolos viviendo como Sodoma mientras que los segundos se dedican a divertirse en abundancia de comercio, exquisitas comilonas y juegos pirotécnicos, pero todo dentro de una reglamentación que por sorprendente ha llamado la atención de muchos.
Hace unos días mi pueblo celebró con una multitudinaria cabalgata la celebración del arriba de los primeros habitantes de esta ciudad provenientes del poblado de Santo Domingo, muy cerca de Saltillo. Lo que al inicio fue algo familiar y con miras al fortalecimiento de los lazos de amistad entre los ciudadanos, se ha ido convirtiendo con el paso de los años en un evento propagador de vicios. Cada vez son más los cabalgantes, pero al mismo tiempo menos los espectadores. El ausentismo se basa en que temen que algún animal encabritado y guiado por un inexperto jinete pueda golpear a alguno de sus hijos o que algún ebrio pueda causarle algún mal.Es triste ver a los jóvenes inexpertos rentar un caballo para ir demostrando por toda el desfile su modo de sojuzgar a un animal agotado que es zaherido por agresivas espuelas e hirientes látigos.
Con notables evidencia hoy por hoy las tradiciones se han convertido en tra adicciones que han ido contaminando más y más las almas de los ciudadanos que lejos de fortalecer sus relaciones familiares, sólo fortalecen su relación con las adicciones.
Pongo la pluma en el tintero expresando que la única forma de conservar las buenas maneras, esas que son perpetuas y dignas de heredarse, es poniendo un freno a nuestras propias formas de celebrar nuestras fiestas ya que lo que aprovecha es tener buenas costumbres que en definitiva valen más que los buenos parientes, aunque estos por nuestro empeño por defenderlas, quieran tumbarnos hasta los dientes.
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Adieu.