CIUDAD DE MÉXICO.- El viernes 19 de octubre un chorro de gas lacrimógeno acabó con el sueño de Mario de tener una vida mejor. Sus infantiles fuerzas le dieron guerra a los policías antimotines de México, pero no le alcanzaron para cruzar la frontera.
Con 12 años de edad, Mario Castellano se convirtió en el símbolo de la Caravana Migrante que el pasado 13 de octubre partió de San Pedro Sula, en Honduras, rumbo a Estados Unidos.
Solo y sin dinero —por haberse escapado de su casa—, el pequeño quedó en medio de los disturbios que se registraron en el puente fronterizo Rodolfo Robles, cuando unos 7 mil migrantes intentaron ingresar por la fuerza a territorio mexicano y fueron contenidos por la Policía Federal.
Su imagen le dio la vuelta al mundo: en medio de llanto y desesperación el pequeño reclamaba a quienes le arrojaban gas lacrimógeno. “En Honduras uno sufre”, le dijo Mario a BBC Mundo.
En medio de la trifulca entre policías y hondureños, Mario fue asegurado por el Instituto Nacional de Migración (INM), que el pasado jueves terminó por repatriarlo a su natal Honduras.
Aunque caminó con el contingente por siete días, recorriendo Guatemala y comiendo de la caridad, Mario fue deportado.
Al otro lado del río. En Honduras, el menor vivía entre la pobreza y el miedo. Habitante de Las Torres, uno de los asentamientos más pobres de San Pedro Sula, el niño se dedicaba a la venta de agua helada y chicles. No iba a la escuela y temía ser asesinado por pandilleros, así lo expresó a diversos medios.
Aunque está de vuelta en su país, José Mario y Dilsia, padres de Mario, no han podido reunirse con su hijo. La primera dama de Honduras, Ana García, explicó que las autoridades buscan determinar primero “las condiciones de vida de su familia” y “qué oportunidades podrá brindarle el gobierno para seguir adelante”. Este es el éxodo de un sueño que no se cumplió.
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