Teatro alemán que induce a mirarse al espejo

El conflicto se desata cuando recibe los resultados de laboratorio del agua que mandó examinar

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Teatro alemán que induce a mirarse al espejo / Foto: Internet

El reflejo en el espejo puede ser brutal, sobrecogedor. Y el arte teatral puede ser el más grande espejo que obliga a sus espectadores a mirarse, para sentirse avergonzados o motivados. Es el caso de la adaptación de “El enemigo del pueblo” del dramaturgo noruego Henrik Ibsen, estrenada en 1883, presentada en el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá por la compañía alemana Schaubühne Berlín am Lehniner Platz, dirigida por Thomas Ostermeier.

En uno de las escenas climática de la obra, el personaje central, el doctor Thomas Stockmann, quien ha descubierto que el agua del balneario de su localidad está contaminada con bacterias que podrías ser dañinas para la salud de los usuarios, advierte: “Si una sociedad sacrifica la verdad, entonces merece hundirse”. Un gancho al hígado que deja sin aliento.

La obra, con dramaturgia de Florian Borchmeyer, presenta a una sociedad, alemana, pero que podría ser cualquiera del mundo moderno; representada por el doctor y su familia, que incluye a un hermano alcalde de la ciudad; y a un grupo de amigos que ejercen la profesión de periodistas.

El doctor que parece llevar una vida relajada y amorosa con su esposa, salvo por las dificultades que conlleva la crianza y el cuidado de un bebé; tiene el trabajo que le ha dado su hermano gracias a sus influencias como alcalde, y a sus amigos con quienes forma una suerte de banda de rock, admiradora de David Bowie. El conflicto se desata cuando recibe los resultados de laboratorio del agua que mandó examinar. ¿Qué hacer con una información que pondría en jaque la estabilidad económica de la ciudad que nutre esencialmente del balneario gracias al turismo? La respuesta parece clara, la seguridad de la gente que ya ha sufrido estragos en su salud impulsa a revelarla a la opinión pública.

Todo parece listo, el doctor Thomas Stockmann recibe el apoyo de los periodistas; pero cuando el alcalde se entera de las intenciones de difundir la investigación hecha a andar una idea que busca disuadir a la prensa: los costos políticos y económicos están por encima de la sociedad a la que deben sirven.

El caos se desata. La prensa acepta no revelar la investigación y el doctor, quien llegó a creer que sería vanagloriado por la sociedad por salvarle la vida, es traicionado. La dirección escénica del prestigioso director alemán, Thomas Ostermeier, consigue un trazo escénico audaz y vertiginoso, al punto de romper la cuarta pared y convocar al público a la escena.

El personaje del doctor, cuando ha descubierto que se ha optado por el silencio a costa de la vida de la gente, convoca a una asamblea para denunciar algo más atroz que la propia información: la complicidad de un grupo de personas convencidas de que el dinero es más importante que los seres humanos. “¿Quiénes son la mayoría?, ¿los estúpidos o los inteligentes?”, se pregunta.

En el texto original ese debate sirve para que el personaje principal se imponga como un ser superior y más evolucionado porque es poseedor de “la verdad”, se dice incluso que Ibsen usó su obra para responder a los críticos de su anterior trabajo, “Espectros”. En la versión de Ostermeier, el doctor cuestiona a la sociedad, a sus autoridades, a sus empresarios, a sus vecinos, a sus periodistas. Nadie sale ileso de la barbarie que supone el capitalismo. ¿Cuándo fue que la vida humana dejó de importar? Así, el director alemán encamina la obra hacia el diálogo abierto y horizontal con el público. ¿Quién está de acuerdo con el doctor y quién con aquellos que consideran que la economía es más importante?

Una niña es la primera en alzar la mano. “Somos inteligentes y podemos ver la verdad”, dice con candor. Las manos en lo alto se multiplican, muchos quieren opinar, hablar, discutir, en esa asamblea no está el público, están personas que forman parte de una sociedad que quiere la verdad porque el espejo, hasta ese momento, ha echado luz sobre lo que nos duele, pero con lo que todos hemos estado de acuerdo en nombre de la estabilidad social, política y económica: callar.

El final de la propuesta de esta compañía es demoledora. Todos, en las sociedades capitalistas tenemos un precio y estamos dispuestos a pagarlo porque, en efecto, la vida humana dejó de ser importante. La ovación de pie del público bogotano es efusiva, con aliento amargo.

El Festival Iberoamericano de Teatro concluye este domingo su XV edición, desde el 11 de marzo ha reunido a lo largo de dos semanas a 100 directores, 3650 actores de 32 países y tiene a México como país invitado.