EL CAIRO.- La joven Shahd muestra desde la recepción de un local de tatuajes, ubicado en la capital egipcia, sus dos rosas en blanco y negro recién grabadas en su antebrazo, ejemplo de un arte que los predicadores musulmanes consideran “haram” (prohibido), y cuyo trabajo aún no está regulado en Egipto.
En los bajos de una transitada calle situada en el céntrico y acomodado barrio de Zamalek, la egipcia Shahd, de 25 años, camina con el dibujo sin cubrir para que pueda curarse mejor, enfrentándose a las miradas de los vecinos y porteros de la zona.
“Muchos se quedan mirando y me dicen que es haram, (que el islam lo prohíbe), pero no es verdad. No está en el Corán. Tengo ganas de tatuarme poco a poco el brazo derecho entero y la pierna derecha”, asevera esta musulmana mientras repasa con el dedo sus flores pintadas en el antebrazo derecho, y dejando asomar otros tatuajes más pequeños.
No es fácil romper los tabúes en un país donde la mayoría de la población es conservadora y en la que Al Azhar, la institución más prestigiosa del islam suní, indica que hacerse un tatuaje está “prohibido” en el islam y que aquellos que se lo hacen “están malditos” ante los ojos de Dios.
“Solemos juntarnos y salir aquellos a los que nos gusta este tipo de arte, ya que así nadie nos juzga por lo que queremos llevar”, aduce Shahd.
Bien lo sabe Alia Fadaly, de 24 años y autora de los tatuajes de Shahd, quien, como otros cientos de egipcios, ha pasado por las manos de Fadaly en los casi seis años que lleva abierto su local “The Ink Shop”, que ella califica como el “primer estudio profesional de tatuajes” de Egipto.
Fadaly comenta que “comienza a haber una cultura del tatuaje” en las calles de El Cairo, y vaticina que “en los próximos cinco años habrá mucha más conciencia, y no será nada raro llevar” dibujos en la piel.
De hecho, esta artista autodidacta, que comenzó a inyectarse tinta a sí misma con diecinueve años, asegura que ve muchos más tatuajes ahora que cuando se inició en este mundo.
Sin embargo, su estudio, al igual que otros similares, entre los cuales -según Fadaly- hay “bastantes” en la clandestinidad, no están regulados legalmente ya que no existen licencias específicas para la labor que realizan.
Lo más parecido a un permiso que tienen estos artistas a la hora de realizar sus diseños en un local es una licencia de “centro de belleza”, por lo que afloran los lugares clandestinos donde el riesgo de contagio de una enfermedad a través de las agujas se incrementa.
“El principal problema de las personas que tatúan es la higiene ya que no usan ningún método de esterilización, porque no tienen la información suficiente o porque simplemente no les interesa”, asegura Orne Gil, tatuadora venezolana, que residió varios años en El Cairo, y que fue una de las pioneras en la apertura de estudios de tatuajes en el país de los faraones.
Desde Berlín, donde reside en la actualidad, cuenta que “las agujas se utilizan más de una vez, y los trabajadores no portan guantes y utilizan cualquier tipo de tinta. Esto ya es suficiente para contagiarse de cualquier enfermedad, como la hepatitis C”.
Según datos de la Organización Mundial de Salud (OMS), la hepatitis C mata cada año al menos a 700 mil enfermos en el mundo, entre ellos 40 mil en Egipto, país donde una de cada diez personas de entre 15 y 59 años está infectada.
Asimismo, señala que aunque exista una licencia de “centro de belleza” que te “autoriza” a tatuar, “no existe ningún tipo de control sobre los materiales, ni sobre quién lo está haciendo, ni de los procesos de esterilización. En pocas palabras, pueden hacer lo que les da la gana”.
La artista, de nacionalidad venezolana e italiana, aún mantiene su estudio en el barrio de Zamalek, llamado “Nowhereland”, y planea expandir su firma a Alemania e Italia.
Entretanto, está buscando junto a un abogado comenzar un proceso legal para que “se legalice la materia, para que las personas puedan estar un poco más seguras en el momento de entrar en el mundo del tatuaje, y así cerrar los lugares donde hay un alto riesgo de enfermedades”.
Aunque, confiesa, que todo esto necesita tiempo en un país donde la burocracia es un obstáculo, al igual que Fadaly, que confía en que en unos años hacer tatuajes sea un trabajo reglado en Egipto.
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