El misterio detrás de las cosquillas es tan peculiar que aunque puede verse como algo banal e insignificante ha sido explorado y analizado por grandes pensadores como Charles Darwin, Galileo y Francis Bacon, que intentaron explicar por qué un contacto particular con algunas partes del cuerpo puede generar esta sensación.
Todos ellos lo estudiaron desde su perspectiva filosófica. Darwin vinculó las cosquillas a las relaciones sociales, Galileo las utilizó para explicar cómo percibimos la realidad y el mundo físico, y Bacon se sorprendió al notar que podían hacer reír incluso a alguien que atravesara un momento de pena o tristeza.
Precisamente, las cosquillas como desencadenante de la risa ha sido una de las grandes interrogantes para investigadores.
Todos conocemos las cosquillas y todos las hemos experimentado.
Es frecuente que se establezcan como un juego de contacto entre padres e hijos o entre parejas, pero no siempre son una sensación placentera, aunque ocasione risas.
Una risa misteriosa
Cuando nuestro cuerpo entre en contacto con otro cuerpo u objeto, las terminaciones nerviosas debajo de la epidermis (la capa externa de la piel) envían señales eléctricas al cerebro.
Estudios a través de resonancias magnéticas han mostrado que cuando sentimos cosquillas se activan dos áreas del cerebro: el cortex somatosensorial, principal responsable de nuestra percepción sensorial del tacto; y el cortex del cíngulo anterior, que se vincula a la creación de sensaciones placenteras.
Así, se han definido dos tipos de cosquillas: esa que genera más que nada una sensación de cosquilleo en la piel, como si un insecto de finas patas caminara por tu pierna; y la otra que genera risas incontrolables.
Otros estudios también demostraron que al reírse de un chiste y al reírse cuando tenemos cosquillas se activa una misma área del cerebro, la que controla los movimientos faciales y las reacciones emocionales.
Sin embargo, a diferencia de la risa que nos provoca un chiste, la risa de las cosquillas activa el hipotálamo, que es el encargado de regular tu «reacción de lucha o huída» o, dicho en otras palabras, que te prepara para anticipar una sensación dolorosa.
En este sentido, la risa de las cosquillas puede verse como un mecanismo de defensa, que se explica en términos evolutivos.
Reírnos cuando nos hacen cosquillas sería una señal de sumisión ante un agresor, orientada a disuadirlo y protegernos. Esto explicaría también por qué a veces la simple amenaza de alguien con hacernos cosquillas ya nos provoca la risa por anticipado.
Lo que nos conduce a la siguiente pregunta, y su respuesta.
¿Por qué no nos podemos hacer cosquillas a nosotros mismos?
Los mecanismos del cerebro activados durante las cosquillas están asociados entonces al ataque de un potencial agresor.
Cuando uno mismo quiere hacerse cosquillas, el cerebelo en cierto modo «advierte» al cerebro de que no hay peligro, y éste no gasta su tiempo interpretando ese contacto propio como cosquillas, sino ignorándolo, en cambio.