Por qué ISIS está usando tantos niños en sus videos de propaganda

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El Estado Islámico aparentemente logró lo imposible: a principios de este mes publicó lo que podría considerarse como su video más impactante y abominable hasta el momento.

Estas son palabras mayores, por supuesto: ISIS ha grabado muchos videos de atrocidades realmente impactantes y abominables. Algunos de ellos retratan decapitaciones masivas, incendios, ahogamientos y apedreos (todos en un horrible close-up de alta definición). El nuevo video, titulado “Me hizo vivir con su propia sangre”, muestra el asesinato de un hombre devastado e indefenso a manos de un niño de tres años. Sí. Un niño… de tres… años.

Calificar los videos de ISIS por su nivel de impacto es algo desagradable, así como lo es maravillarse ante la “pulcritud” y sofisticación de su propaganda. Pero el último video de sus atrocidades marca un giro cualitativo en su depravación y es importante entender lo que significa.

Todos saben que ISIS ha creado un aparato vasto y sofisticado para reclutar y adoctrinar niños dentro de su brutal ideología, y esta no es la primera vez que los han usado como verdugos en sus videos. Uno de ellos, publicado en enero de 2015, mostraba a un niño kazajo de diez años disparando hasta la muerte a dos hombres acusados por espionaje. Otro, divulgado en julio del mismo año, mostraba niños de 13 o 14 años ejecutando a 25 soldados sirios en un anfiteatro de la antigua ciudad de Palmira.

Pero el protagonista de su último video no es un niño, es casi un bebé. Esto es insólito: una innovación radical en la atrocidad política que va más allá del paradigma de lo que conocemos como terrorismo. Esto no es terrorismo, en su sentido usual. Esto es horrorismo: una forma de violencia tan monstruosa y transgresora que corrompe nuestras nociones fundamentales de lo que significa ser humano y ser civilizado.

Según la filósofa política Adriana Cavarero, quien escribió un libro sobre el tema, el horrorismo “no tiene nada que ver con la reacción instintiva a una amenaza de muerte”, y tiene todo que ver con “un disgusto instintivo”. El horrorismo, en otras palabras, no despierta solo miedo o terror, sino una repulsión profunda que nos enferma hasta las tripas.

Y pocas cosas son capaces de causar tanta repugnancia como la imagen de un niño de tres años disparando hasta la muerte a un hombre traumatizado e indefenso. Hay dos razones fundamentales. Primero, porque viola nuestras creencias más profundas sobre la inocencia de los niños. Para ISIS, el bebé militarizado refleja el poder y durabilidad de su ideología: el califato puede estar reduciéndose, pero sus soportes esenciales están vivos y en buena condición. Para todos los demás, este bebé representa la corrupción de una pureza que hemos dotado de un estatus casi sagrado.

Segundo, porque presenta una asimetría grotesca entre el tamaño del asesino y la magnitud del acto que es obligado a cometer. Simplemente no se corresponde: el asesinato es un acto nefasto y, sin embargo, hay un asesino que acaba de aprender a caminar y que a duras penas puede sostener la pistola.

La imagen del niño yihadista también inquieta de otras maneras, recordándonos subliminalmente al más horroroso de todos los monstruos: el niño demoníaco. En Evil Children in the Popular Imagination (Niños malvados en la imaginación popular), la investigadora inglesa Karen J. Renner estima que hay alrededor de 600 películas en las cuales se retrata “algún tipo de niño malvado”; casi 400 fueron grabadas del año 2000 en adelante.

Una de las películas más perturbadoras del género es la adaptación que Stanley Kubrick realizó en 1980 de El resplandor, la novela de Stephen King. El personaje principal, Jack Torrance (interpretado por Jack Nicholson), cae poco a poco en la locura e intenta asesinar a su esposa y a su hijo. Pero es el hijo, Danny, quien se vuelve la presencia más perturbadora, por su aparente comunión con una fuerza sobrenatural inquietante y silenciosa. Él escucha y ve cosas. Y lo que ve y escucha es aterrador, como las gemelas Grady al final de un pasillo, una de las cuales, en un segundo, lo invita a jugar y al siguiente instante yace en el piso sobre una piscina de sangre, acribillada hasta la muerte. O como el ascensor del que sale un mar de sangre.

Los niños, como ha señalado Stephen King, pueden ser “incivilizados y no muy agradables”. Son indisciplinados pero susceptibles, en cierta medida extraños y “diferentes”. Así que no es sorprendente que sirvan como repositorio de nuestros miedos. El motivo del niño monstruoso en las películas de terror juega de manera implacable allí. También, parece, lo hace ISIS, con un canal interminable de videos de los llamados “cachorros del califato”.

Una de las historias más sonadas sobre ISIS después de que acaparó la atención global a mediados de 2014 fue la de tres jóvenes británicas que se habían fugado a territorio controlado por el Estado Islámico en febrero de 2015. Una compañera de clase las describía como “estudiosas, inteligentes y enfocadas”. Se dice que la más joven, de 15 años en ese momento, era fan del reality televisivo Keeping Up with the Kardashians. La otra, según se reporta, había estado bailando “en su cuarto de adolescente” la noche antes de irse a Siria.

Sin embargo, y a pesar de su supuesta normalidad, las jóvenes cayeron bajo el “hechizo” de ISIS para convertirse en “novias yihadistas”. De acuerdo con el entonces primer ministro británico David Cameron, habían sido “radicalizadas desde sus cuartos”. Keith Vaz, el entonces presidente de Comité Selecto para Asuntos Domésticos del Parlamento, dijo en una audiencia especial a la cual invitaron a las familias de las niñas, que lo que había sucedido “era la pesadilla de todo padre”.

A pesar de la falta de detalles sobre los motivos de las jóvenes o cómo había sido su radicalización, esta historia se convirtió en una fábula moral sobre los niños inocentes y su vulnerabilidad a la ideología de ISIS. Pero a lo que realmente se parecía era a un guión de una película de terror sobre niñas adolescentes y su posesión demoníaca: una fuerza sombría y malvada se había infiltrado en sus mentes —a través de una pantalla electrónica— y las había convertido en enfermas sexuales, cazadoras de maridos, fanáticas ideológicas, cuyos padres ya no reconocen. Las que alguna vez fueron “adolescentes ordinarias” habían entrado en una dimensión desconocida yihadista y se habían transformado en “novias yihadistas”, cuyas bocas espumean con bilis monstruosa.

En tanto el califato se estrecha, la habilidad de ISIS para perpetrar ataques terroristas a larga escala se reducirá proporcionalmente. Pero nos seguirán horrorizando sus videos de niños yihadistas, penetrando de manera profunda miedos primordiales sobre nuestros propios niños, misteriosos y hondamente susceptibles.

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