Negar calentamiento global acelera nuestra extinción

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Pedro Jordano es uno de los 56 españoles incluidos en la lista World's Most Influential Scientific Minds del Instituto de Ciencias de la Información de Estados Unidos.

Pedro Jordano (Córdoba, 1957) es uno de los 56 españoles incluidos en la lista World’s Most Influential Scientific Minds del Instituto de Ciencias de la Información de Estados Unidos. Su labor como investigador especializado en el estudio de la biodiversidad desde la perspectiva de la ecología y de la evolución le ha hecho merecedor del premio Mercer Award de la Ecological Society of America (2008), el premio Rey Jaime I de Conservación del Medio Ambiente (2014) y el premio al Mejor libro del año en Ecología, de la Sociedad Británica de Ecología, por “Redes de Mutualismo”, publicado por la Universidad de Princeton.

Pregunta. Los científicos consideran que se produce una extinción en masa cuando se cumplen tres condiciones: afecta al menos a tres cuartas partes de los seres vivos terrestres o marinos, se produce en un periodo “breve” (desde una perspectiva del tiempo geológico), y acontece sobre una gran extensión del planeta. Usted sostiene que las tres circunstancias se están dando en la actualidad. ¿Estamos ante la sexta gran extinción?

Respuesta. Estamos asistiendo a pérdidas de biodiversidad sin precedentes. No tanto en su magnitud- por ejemplo, en la gran extinción del final del Devónico, hace entre 410 y 360 millones de años se estima que se extinguió el 83% de la biota marina- sino en su rapidez. Es algo que está ocurriendo muy rápidamente y a escala planetaria. Por ejemplo, en Doñana tenemos registradas, históricamente, 42 especies de libélulas, pero hoy día no encontramos más de 25 especies; desde 1959, siete de las 10 especies de libélulas incluidas en la Lista Roja han desaparecido en Doñana.

Lo que observamos al estudiar la tasa de extinción actual de especies son dos aspectos: en primer lugar, que la tendencia es creciente; en segundo lugar, que es muy rápida. Inevitablemente, un sistema económico como el nuestro, basado en la expansión infinita, se acabará estrellando en los límites finitos de los ecosistemas. Nuestra economía explota ecosistemas naturales al máximo posible, y externaliza los costes de esta explotación. El resultado es perverso. Yo pienso que sí podemos detener la tendencia, pero antes debemos frenarla, replanteando la sostenibilidad de nuestro uso de los recursos naturales a través de economías circulares, que no se basen en el uso irrecuperable de unos recursos finitos.

Lince Ibérico, felino en riesgo de desaparecer de la faz de la Tierra
Lince Ibérico, felino en riesgo de desaparecer de la faz de la Tierra

P. Según un estudio de la prestigiosa revista Nature, en los últimos 500 años se ha reducido en un 8.5% la diversidad local en diferentes ecosistemas. ¿Es una tendencia hacia la extinción?

R. Las extinciones “locales” se producen muy frecuentemente; por ejemplo, en bosques fragmentados en los trópicos se pierden rápidamente las especies animales de mayor tamaño, que precisan de amplias áreas para mantenerse. Para que se pierda una especie deben desaparecer sus poblaciones locales, algo que ocurre más a menudo a especies raras, endémicas, o de distribución muy restringida. La cuestión es que cuanto más cerca está una especie de la desaparición de sus poblaciones, más riesgo tiene de encontrarse atrapada en lo que los ecólogos denominamos un vórtice de extinción. Se produce algo así en especies muy amenazadas, como el lince ibérico, donde los efectos de escasez de individuos, consanguinidad elevada, incidencia de patógenos y enfermedades, etc., se suman para hacer que todo vaya cada vez peor. Y para un ecosistema, una pérdida local de casi un 9% de su biodiversidad representa el colapso de funciones ecológicas que son cruciales para su persistencia.

Un sistema económico como el nuestro, basado en la expansión infinita, se acabará estrellando en los límites finitos de los ecosistemas.

P. ¿El proceso de la extinción es reversible?

R. Es perfectamente reversible si no se alcanza lo que denominamos un punto de “no retorno”, como demuestra el caso del agotamiento de las pesquerías cuando se gestionan de forma insostenible. Hay casos de éxito de recuperación de especies al borde de la extinción, pero otros muchos en que hemos llegado demasiado tarde o con un diagnóstico de situación erróneo por haber sido deliberadamente favorables en nuestras apreciaciones. Yo creo que entra en el ámbito de la ciencia ficción considerar si la extinción completa (por ejemplo, de los mamuts, o del lobo de Tasmania) es reversible por técnicas de ingeniería genética; yo centraría nuestros esfuerzos en preservar especies que están ya dentro de ese vórtice de extinción al que antes me refería.

P. Cada año se descubren 18 mil nuevas especies. Se calcula que hay entre 9 y 12 millones de especies en todo el planeta. ¿Cómo es posible que ni siquiera sepamos aún cuantas especies hay en el mundo?

R. La biodiversidad de la Tierra es uno de los dos grandes espectáculos a los que podemos asistir como habitantes de este planeta; el otro es el cosmos, el universo. Ambos tienen dimensiones (salvando las enormes diferencias, por supuesto) difícilmente abarcables. El trabajo de exploración que requiere prospectar la biodiversidad de un territorio es inmenso, ya que una alta proporción de especies son muy raras y tienen distribución geográfica muy restringida en áreas muy remotas. Por ejemplo en Doñana, que es un área bien prospectada, se describió una nueva especie de hormiga hace sólo un par de años.

Por otro lado, las nuevas técnicas de secuenciación masiva están desvelando lo que denominamos biodiversidad críptica, escondida, diversidad biológica que no resulta evidente por caracteres morfológicos, pero que mantiene especies diferenciadas por variaciones sutiles de su acervo genético. Esa biodiversidad es mucho más alta de lo que esperábamos, por ejemplo entre microorganismos oceánicos o en el subsuelo.

P. Además de la preocupante desaparición de especies, lo que más preocupa a los investigadores son las interacciones entre ellas para crear ecosistemas complejos, como en el caso de la dispersión de semillas o los polinizadores. ¿Todas las especies estamos conectadas, como si fuese un gran internet que ocupa toda la naturaleza?

R. Así es. Los ecosistemas son sistemas complejos constituidos por miles de componentes (las especies) que interaccionan entre sí. Al igual que el cerebro, que el metabolismo de una célula, o que un circuito integrado, su funcionamiento depende de esas interacciones; el “todo” es bastante más que la suma de las “partes”. Desvelar esta funcionalidad de sistemas tan complejos para ser capaz de repararlos cuando se alteran (pensemos en el Alzheimer, en las disfunciones metabólicas provocadas por enfermedades raras, o en la grave alteración de ecosistemas a gran escala) es uno de los grandes retos de la ciencia del siglo XXI. Una característica perversa de tales sistemas complejos es que la existencia de esa tupida red de interconexiones causa efectos en cadena: la pérdida de una de las partes o la disfunción de alguna interacción importante causa disfunciones aplazadas. Por ejemplo, el enorme nivel de deshielo al que hemos asistido este año pasado en el Ártico causará efectos importantes en corrientes marinas, emisión de gases de efecto invernadero en lugares del planeta muy apartados y con plazos temporales muy amplios. Queremos entender qué características confieren robustez a estos sistemas complejos y cómo podemos preservarlas.

Hasta 470 especies distintas de mamíferos son cazadas en las selvas tropicales, de las que casi el 20% están amenazadas.

P. Cuando desaparece una interacción entre especies que es esencial se puede producir el síndrome del bosque vacío. ¿Podría explicarlo con un ejemplo?

R. Usamos esa expresión de “bosque vacío” desde que Redford la acuñó en 1992 para describir aquéllas situaciones en que, generalmente por presión excesiva de caza, muchas especies animales- especialmente las de mayor tamaño como grandes depredadores o grandes mamíferos- disminuyen drásticamente en número de individuos. Hasta 470 especies distintas de mamíferos son cazadas en las selvas tropicales, de las que casi el 20% están amenazadas.

Lo que ocurre entonces, antes de que la especie se extinga, es que sus funciones ecológicas ya se han perdido, al ser su abundancia muy baja. Por ejemplo, en bosques tropicales la sobrecaza hace casi desaparecer especies de grandes mamíferos como los tapires, los jaguares u otros grandes depredadores, las aves grandes como tucanes o pavones, o los grandes simios. En un fragmento de bosque tropical de mediano tamaño tal vez puedes ver huellas de algún tapir, o avistar un tucán; pero su abundancia es tan baja que su función ecológica- por ejemplo, como dispersores de semillas de árboles- se ha perdido completamente. Algo análogo ocurre en nuestros bosques españoles: se han perdido, o son muy raros, grandes depredadores como lobos, osos, linces, grandes rapaces, etc., y ello da lugar a ecosistemas “enfermos”. Es una forma perversa de extinción, porque en un “bosque vacío” se han perdido los servicios ecológicos de las especies mucho antes de que las especies se extingan.

P. Si como usted y sus colaboradores defienden esa red de relaciones entre las especies son el sustento de la biodiversidad. Si las interacciones son también biodiversidad, se podría poner freno a la sexta extinción si se descubren los elementos esenciales para que los ecosistemas sigan siendo funcionales, ¿no es así?

Efectivamente, la huella humana en los ecosistemas naturales es inmensa. Si queremos recuperar la biodiversidad, tal vez es inalcanzable recuperar un bosque a su estado prístino, inalterado. Dada la complejidad enorme de la biodiversidad, podemos intentar identificar aquellas especies clave que es prioritario recuperar en los ecosistemas alterados, ya que ese núcleo de especies, y sus funciones ecológicas, puede contribuir de forma efectiva a acelerar el proceso de restauración. En relación con esto, tan importante como restaurar especies (como hacemos por ejemplo al reforestar un área devastada por un incendio) es restaurar sus funciones ecológicas.

P. ¿Tenemos tiempo para frenar la sexta extinción? Y lo que es más grave para nuestra especie ¿puede que el Antropoceno acabe paradójicamente con la extinción de la especie que ha producido estos cambios: el ser humano?

R. Hay tiempo porque el diagnóstico está hecho. Sabemos a qué nos conducirá ser ignorantes sobre el cambio climático: ¿por qué no asumimos las medidas efectivas para combatirlo? Esas medidas no necesariamente han de suponer pérdida de calidad de vida, como afirma el populismo negacionista, sino dar un golpe de timón hacia formas de consumo de recursos mucho más sostenibles. En el caso de la pérdida de biodiversidad, los 25 “puntos calientes” o hotspots de biodiversidad del planeta solo representan el 1.4% de la superficie terrestre, pero albergan el 65% de las especies.

¿Tan difícil sería adoptar una estrategia efectiva de conservación de esas áreas a escala global? Tanto el panel intergubernamental de cambio climático (IPCC) como el recientemente creado para la conservación de la biodiversidad (IPBES) ofrecen diagnósticos muy claros y fundamentados en la evidencia. Las iniciativas de estos paneles deben llevarnos a los científicos a escapar del síndrome de Casandra, según el cual estaríamos condenados a ser simples vaticinadores a quienes nadie cree, y pasar a acciones efectivas de conservación junto a políticos e instituciones.

Tan importante como restaurar especies, como hacemos por ejemplo al reforestar un área devastada por un incendio, es restaurar sus funciones ecológicas.

P. Usted procede de una larga estirpe familiar de biólogos. ¿Estaba predestinado a ser investigador?

R. No, no nacemos predestinados a nada, afortunadamente. Uno es lo que hace de sí mismo, como decía Jean Paul Sartre. Así debe ser en un sistema democrático con garantías de igualdad de oportunidades basada en educación y acceso al conocimiento. En mi caso tuve la inmensa fortuna de tener unos referentes excepcionales y la ciencia estaba ahí, omnipresente. Mi padre, por ejemplo, conocía muy bien la ciencia, y la explicaba maravillosamente. Si desde pequeño eres consciente de esas referencias, entonces te puedes creer predestinado, pero no es así.

Podría haber sido feliz en otros oficios, pero nunca me lo planteé en serio. Siempre, desde muy pronto, me atrajo la ciencia y especialmente los animales, las plantas y la naturaleza. Lo demás, salvo contadas excepciones (arte, música), me interesa bastante poco, tal vez porque soy consciente del tiempo limitado del que dispongo.

P. ¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?

R. Todo. Muy especialmente dos aspectos: el trabajo en el campo y la sensación de estar continuamente aprendiendo. En lugar muy destacable también, la relación con otros científicos de diferentes países con los que trabajo en colaboración. Las cosas (pocas) que no me gustan quedan pulverizadas por los muchos buenos momentos.

P. Explique brevemente dónde y cómo se desarrolla su labor investigadora.

R. Mi trabajo se desarrolla tanto en campo como en laboratorio. Trabajo en espacios naturales protegidos, como parques nacionales, etc., en el sur de España (PN Alcornocales, Doñana, Cazorla), Islas Canarias y norte de Extremadura. También, desde hace 16 años, trabajo en la selva tropical, Mata Atlántica, en el sureste de Brasil. En campo llevamos a cabo observaciones y experimentos sobre diferentes aspectos de interacciones ecológicas entre animales y plantas y las consecuencias de su extinción. El trabajo de campo es intenso y puede ser duro, a veces en lugares remotos y en condiciones no cómodas, pero es lo que los ecólogos solemos valorar más. En el laboratorio trabajamos con técnicas genéticas y con análisis estadístico de datos y modelos matemáticos.

Necesitamos crear un “ecosistema de conocimiento”, que ampare a grupos científicos de calidad contrastada y así mejorar el nivel medio de nuestra ciencia.

P. ¿Qué cambiaría en la ciencia española?

R. La situación de la ciencia en España no puede ser cambiada por una persona. Precisamos activar en la sociedad el interés por el conocimiento, la conciencia de que saber más de nuestro mundo nos hace más felices y nos ayuda a vivir mejor. Solo así valoraremos la importancia de la ciencia. Hace falta liderazgo científico con visión clara que trace un camino de progreso, y apoyo de las administraciones para la investigación. Necesitamos crear un “ecosistema de conocimiento”, que ampare a grupos científicos de calidad contrastada ya que apoyar la excelencia investigadora ayudará a mejorar el nivel medio de nuestra ciencia.

Pero la ciencia española mantiene una disminución de financiación desde 2008, que acumula ya más de un 30% de pérdida. Además de financiación insuficiente, mantenemos estructuras administrativas obsoletas, inflexibles e inadecuadas a la dinámica actual de las instituciones y grupos de investigación punteros, extremadamente dinámicos e internacionalizados. La Agencia Estatal de Investigación ya está creada hace un año y medio, pero no acaba de despegar. En estas condiciones de muy baja prioridad para la ciencia es muy difícil situarnos a la vanguardia de la ciencia mundial.

Respecto a recursos humanos, la ciencia española vive una situación de “tormenta perfecta”: en los próximos años se jubila una generación de científicos excelente- que se incorporó al sistema académico en los años 60 y 70 del siglo XX, lo que conlleva una pérdida de conocimiento y de “saber hacer”; por otra parte, no se incorporan jóvenes científicos -especialmente mujeres- por carencias de financiación y falta de plazas. Son dos ingredientes perfectos para provocar un colapso.

P. ¿Cree que la ciencia logra llegar al gran público? ¿Considera importante que ello suceda?

R. No llega lo suficiente, aunque recientemente hay mucha más difusión de la ciencia en los medios y más científicos implicados en difundir sus resultados. El gran público en España no tiene interés en la ciencia. Según la encuesta del CIS, solo el 10% de los ciudadanos se encuentra “especialmente interesado” en la ciencia y menos del 5%, bien informado. No debemos sorprendernos por ello: si revisamos la historia de ciencia en España, nunca hemos tenido esta prioridad. Es algo que señalaban Jovellanos, Carracido, Ramón y Cajal y otros muchos ya desde mediados del siglo XVII. Pero mi impresión personal cuando hago actividades de divulgación científica es que hay amplios sectores muy interesados por la ciencia y afanados en conocer más, especialmente niños y jóvenes.

La ciencia, por tanto, no sólo nos hace ciudadanos con más conocimiento, sino mejor equipados para desarrollar nuestra vida libremente.

Y sí, es muy importante que la ciencia llegue fluidamente al gran público. La razón es que la ciencia es absolutamente fascinante; aunque a veces no nos dé respuestas, sí nos da un protocolo de búsqueda basada en la evidencia y no en la superstición, la creencia o la adivinación. La ciencia, por tanto, no sólo nos hace ciudadanos con más conocimiento, sino mejor equipados para desarrollar nuestra vida libremente; por eso la ciencia es uno de los mimbres fundamentales de una sociedad democrática. Como decía Carl Sagan, la ciencia nos da herramientas para detectar el engaño, los trucos, y la superchería; pero cuando los científicos no explicamos bien la ciencia, estamos dejando hueco libre a las pseudociencias. Por otro lado, como humanos tenemos una curiosidad inagotable y la ciencia nos ofrece un territorio de exploración extensísimo.

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