El antiguo “jefe de jefes” de la mafia siciliana, Bernardo Provenzano, arrestado en 2006, murió a los 83 años en un hospital milanés, donde estaba en coma pero bajo un férreo aislamiento debido a sus múltiples y sanguinarios crímenes.
Provenzano (Corleone, 1933) falleció en el hospital de San Paolo (Milán norte), donde permanecía ingresado desde el 9 de abril de 2014 bajo régimen de aislamiento penitenciario a pesar de que su estado era prácticamente vegetativo.
El criminal, condenado a cadena perpetua, estuvo preso en la penitenciaría de Parma (norte), pero fue ingresado en el hospital milanés debido a que su estado de salud y su precario cuadro neurológico impedían su permanencia en la cárcel.
En 2012 entró en coma profundo tras ser operado de la cabeza al caerse de su celda y, en sus últimos años de vida, el criminal experimentó un empeoramiento generalizado de su cuadro neurológico y cognitivo, agravado además por una infección pulmonar sufrida el pasado viernes y por un cáncer en la vejiga diagnosticado en 2011.
Dada esta situación, sus abogados no dejaron de solicitar al Gobierno italiano la suspensión de las múltiples condenas que acumulaba y la conclusión del aislamiento, si bien todas sus peticiones cayeron siempre en saco roto.
Por otro lado, todos los procesos en los que aún permanecía imputado, entre ellos las presuntas negociaciones entre el Estado y la mafia en la década de 1990, han sido suspendidas debido a que el acusado fue considerado incapaz de participar en las vistas.
Fuentes del Departamento de Administración Penitenciaria italiano señalaron que la última visita que recibió el antiguo exponente mafioso se produjo el pasado domingo 10 de junio, cuando su esposa y sus hijos fueron autorizados para verle.
De este modo, y tras diez años de reclusión, murió uno de los principales enemigos de Italia durante décadas, un mafioso que ordenó centenares de crímenes desde la sombra, ya que permaneció prófugo durante 43 años.
Provenzano era conocido en los ambientes mafiosos como “Zio Binu” (Tío Bernardo) o como “U tratturi” (el Tractor), un apelativo explícito este último ya que deriva de su fuerza y de su determinación a la hora de disparar y de ordenar sus masacres.
La mayor parte de su carrera criminal la pasó prófugo y sus acciones estuvieron perennemente envueltas en el hermetismo, incluso para sus acólitos, ya que ni siquiera sus soldados conocían su rostro.
De hecho fueron las descripciones de algunos fieles “arrepentidos” lo que permitió a las autoridades recrear un aproximado retrato robot para estrechar el cerco sobre él, ya que hasta su detención no se contaba con fotografías del criminal.
Fue localizado el 11 de abril de 2006 en un sucio zulo ubicado en un viejo caserío de su ciudad natal, Corleone, a poca distancia de los domicilios de sus familiares.
El refugio fue identificado siguiendo la compleja red de “pizzini”, los pedazos de papel transportados por sus más estrechos colaboradores y con los que el capo se comunicaba con sus familiares y con el aparato de la organización criminal.
Desde su escondrijo gestionó la actividad de la mafia local, “Cosa Nostra”, después de que el antiguo capo, Salvatore “Totò” Riina, fuera detenido en 1993, tras someter a todo el país a una década de atentados y sanguinarios ataques mafiosos.
Y es que ambos desencadenaron en la década de 1980 la conocida como “guerra de la mafia” contra el Estado italiano y contra los clanes rivales, una época convulsa que culminó con el asesinato de los jueces antimafia Giovanni Falcone y Paolo Borsellino en 1992.
Tras la detención de su amigo Riina, Provenzano emprendió una escalada de poder y, tras hacerse con el control del clan de los “Corleoneses”, tomó los mandos de toda la organización criminal de “Cosa Nostra”.
Al frente de la misma dejó atrás la década ominosa de las masacres y emprendió la conocida como “estrategia de la sumersión”, limitando las acciones violentas en la esfera pública.
Los expertos destacan que mientras Riina cosechó una fama de cruel y sanguinario, Provenzano supo granjearse cierto carácter discreto, llevando a “Cosa Nostra” a un funcionamiento invisible y escurridizo para negociar sin necesidad de plomo o explosivos.