Era año nuevo y manejé desde Dallas a más de 150km/h cuando me llamó el primo Emilio para decirme que papá había muerto. Odiaba entrar en Coahuila y su asqueroso calor de verano. Llegar a Abasolo me deprimía y más al saber que la velación sería en la casa. Al verme llegar tía Lore se me fue en un abrazo llorando. Molesto intenté quitármela de encima. Lo siento mucho, mijo, me dijo apesarada. Yo más y aparte vengo cansado, tía, tomé, le dije sacando mi cartera, mande comprar cuatro arreglos florales, los más grandes y bonitos. Sí, mijo, yo me encargo, me dijo limpiándose las lágrimas. Verla ir fue un descanso. Tía Lore siempre fue muy llorona y eso me molestaba, más si se me echaba encima arrugándome la camisa.
Cuando me vieron ir rumbo a la caja me abrieron paso. Las mujeres quitaron a sus niños de en medio y el silencio llenó el lugar. Ahí estaba mi viejo vestido de blanco, manos juntas y cabello bien peinado. No se parecía en nada pues lo recordaba vestido de campesino y su sombrero aporreando. Quise llorar, pero no pude. Mi viejo, tantas veces que quise venir a verlo pero la vida con los gringos siempre es bien de prisa, aparte que Remedios, mi mujer, siempre me decía que mi papá era muy callado y que le aburría venir a México.
Cuando vi a tía Lore acomodando los arreglos me acerqué y con la autoridad de haber sido hijo único, pedí quitaran los arreglos florales que estaban al centro y pusieran los míos.
Esos los puso tu tío Cande, me dijo el primo Remigio. Y estos los estoy poniendo yo, atajé. Además de que esos están muy simples y estos no.
No sé cuánto tiempo duré de pie frente a la caja. Quise recordar a papá, pero había tan poco en nuestro historial. Me venían al recuerdo más experiencias de niño y joven a su lado, que ya de adulto.
Lo llevaremos en la carroza, dijo tío Cande cuando pedí a los trabajadores de la funeraria que lo subieran a la camioneta. No tío, yo lo llevaré, soy su hijo. Y yo soy su hermano, me respondió. Ignorando sus palabras y viéndolo desde los huaraches hasta su sombrero percudido, pedí subieran todos los arreglos posibles. Esos tíos no sabían de mundo más que de elotes y calabazas y querían poner condiciones.
Ya en el cementerio los cinco hermanos de papá lloraron todo lo que quisieron y cuando me cansé de verlos, pedí cerraran la caja. Estresado todavía traía en la cabeza el pleito en casa con mi hijo mayor al decirle que no iría al concierto de George Strait, por lo sucedido. Tío Claudio me tomó del brazo con calma sacándome de mis pensamientos. Me zafé porque sus manos tenían tierra y las había puesto sobre mi reloj.
─No, mijo, no podemos cerrar la caja, usté bien que sabe que aquí se come el mole y el mezcal junto al dijunto, y este no se ha servido─ Me dijo entristecido.
─ Tío, ¿Understand that the town disgusts me? ¡their customs are crazy!…yo solo vine a darle cristiana sepultura a papá, y me retacho pa los yunaites. Así que lo enterramos y ahí luego ustedes le siguen con sus cosas─ finalicé.
─¿Sus cosas?─ Intervino tío Cosme.
─ Sí, tío, sus cosas, es malo tener al muerto abierto mientras se come, son cosas de antes, así que cerramos cajón, lo bajamos, le ponemos su tierra y ahí se quedan─ amenacé.
Tía Amalia me llegó por atrás con un vaso de mezcal diciéndome un Ande, mijo, no se me ponga bronco que usté es pueblo, usté es y será siempre mi Camilito… ¿se acuerda cuando se comía los mezquites verdes y le daba sus diarreas? Su papá lo regañaba y yo siempre lo defendía. Incomodado por aquella revelación fuera de lugar manoteé el vaso derramando la bebida. El rostro de tía cambió. No sea ridícula, tía, no me acuerdo de nada de eso. Hoy murió papá, ¡Y escúchenlo todos! No es gracioso comer en el panteón, ni bueno, así que váyanse, la funeraria se encargará de enterrar a papá.
Todos callaron. Mis botas finas estaban medio hundidas en la tierra y mi sombrero tejano me sombreaba los ojos. No, mijo, váyase usté, dijo tío Cande. No nos pida le agradezcamos que nos haya enviado hartos billetes pa alimentar a su padre, al que nunca miró con todo y que él le lloraba todos los días. El pobre viejo siempre se la vivía diciendo que sus milpas serían suyas y sólo suyas. Todo esto es de mijo, decía. Nunca volviste. Pues ya vine tío, y como es debido, venderé todo pues yo ya no soy mexicano, cerré ¿Que ya no es de nuestro México?, preguntó. Yea, bueno, sí lo soy, pero es cuestión de días para dejar de serlo, gracias a dios, dije. Vete mijo, insistió, tío, es feo digas lo que dices, aquí todos te queremos, mijo, pero mejor vete que nos estás poniendo más mal a todos y mira que somos puros viejos. Lo siento tío, pero con todo y que sé que algunos de ustedes viven en terrenos de papá, tendrán que salirse a la de ya, dije haciéndole señas a los de la funeraria para que procedieran.
Tío Rogelio, que era el mayor de todos, intervino. Mi hermano está muerto, respétalo, Camilo. Él comerá con todos, te guste o no, como es debido. Tú te irás, nada tienes que hacer aquí, sentenció. No me iré. Sí te irás, y lo harás cuando te diga que tierras no tienes. En vida mi hermano se dio cuenta que su único hijo, al que había criado como suyo, porque de paso te digo que fuiste dejado en medio de la milpa quien sabe por quién, nunca lo valoró. Y no miento, Camilo, nunca lo valoraste. Enviarle dinero, ropa, y llamadas allá a las quinientas no es amor. No murió triste. Mi hermano tuvo el cariño de todo el pueblo. Así que no tienes terrenos porque mi hermano lo escrituró todo a nombre de gente que no tenía donde vivir. Su casa, esa que él hizo porque tú nunca le enviaste para arreglar una gotera, será una escuela, como él quiso.
Miré a todos y todos me miraban en silencio. Me acerqué al féretro, pero tío Cande me detuvo. Ni a eso tienes derecho, mijo, vete. Entonces trepé mi Silverado y patiné llanta dejando una polvareda en el cementerio. Me fui. No lloré durante el camino. Creo que eso es lo que más me ha dolido. Todavía traigo atorado el coraje de todo lo que me hizo papá. Me dejó sin nada y de pilón me había engañado por años al nunca decirme que no éramos familia.
Hoy que vivo en Sabinas luego de haber sido deportado, no tengo nada. Lo odio en silencio. No me duele la carencia, bueno, sí, pero más el saber que ese día todos se pusieron contra mí, contra mí que un día les mandé pintura americana para que pintaran el mugre quiosco del rancho y más de cien regalitos para sus niños un Día de Reyes pues sabía que tan jodidos estaban, que ni para eso tendrían. Muero por volver a los yunaites porque aquí en Sabinas, donde vine a quedar haciendo tacos, se vive más jodido que un perro con sarna. Vivo mal, y peor todavía, me salen ronchas hasta con los pinches beans que me hace doña Julia.
Alguien me echó en la milpa cuando me vieron nacer, y un anciano jodido vino a recogerme. .. ¿Qué me amarra aquí? ¿Los elotes, los frijoles, las tortillas? Soy de allá y allá he de morir y enrollado en la bandera de las barras y las estrellas.
Finalizada esta historia yo pregunto, ¿qué son las barras y las estrellas? ¿Cuál es en sí el sueño americano?
Agradezco a todos los que semana a semana aguardan ansiosos las historias de un servidor. Gracias y los mejores deseos para este 2024.