En la gran mayoría de las culturas del mundo, la aparición de la mujer como generadora de vida ha sido por demás notable. Lo vemos en murales mayas, esculturas olmecas, en la mitología nórdica, prehispánica y hasta en las manifestaciones artísticas modernas.Su papel en el día a día ha sido un eje vitalísimo en la sociedad desde tiempos inmemoriales. Ello nos da a entender el valor tan enorme que tiene su misión en la vida.
No hace mucho tiempo leí por ahí en un libro del pentateuco escrito por Moisés, un profeta cristiano, que la mujer había sido creada para ser ayuda idónea para el hombre. Según la mitología judeocristiana, tras la creación del hombre y su colocación en el bellísimo jardín de Edén, los dioses advirtieron que la soledad no era buena para su reciente creación varonil y que su misión en la tierra sería insípida perpetuamente si no se hacía algo al respecto. El sabio actuar de los dioses causó que se creara a una mujer que le fuera por apoyo. Entonces se dividieron responsabilidades y se estableció desde ese entonces y según ese mito bíblico, que tanto ella como él padecerían los rigores del trabajo y el alumbramiento. Y así y cada una de las culturas lleva en su poder ese mito en el que la dualidad, la unión de dos personas crean vida al grado de poblar un planeta creado para su beneficio.
Todavía hasta los años noventa la figura materna era un enorme tótem que regía cada una de las decisiones de los hijos.La casa y cada cosa que se desarrollaba en su seno giraba en torno a su última palabra. Ser conducidos por esa sabiduría heredada causó el que por décadas y décadas pudiéramos decir que vivíamos en paz.
Soltar ese cordón umbilical, alejarnos de esa noble sabiduría lo único que ha provocado es que el hombre se torne violento, vanidoso y prepotente. Desde muy chicos y más en estas generaciones, el papel de la mujer ha sido, desafortunadamente, el de proveedora de bienes al servicio de un absurdo machismo.
En apariencia todo el mundo está en pugna contra la prostitución, contra el vicio, la trata de personas y la violencia infantil. Ya lo digo, en apariencia. Desafortunadamente en acciones se dice otra cosa. En la industria del cine es raro encontrar una proyección fílmica en la que no aparezca una cruda escena de sexo. En dicha escena siempre es la mujer la que aparece desnuda o mostrando buena parte de su cuerpo; los comerciales de bebidas embriagantes, cigarros y otros productos siempre son amenizados por modelos femeninos estimulando a la compra.
Nadie desconoce que es desde la adolescencia cuando se empieza a alimentar ese morbo mal encausado hacia la mujer. La pornografía es la principal causa de la violencia contra las mujeres adolescentes. Se crece creyendo que ellas son sólo un objeto de placeres y se va olvidando el verdadero propósito de su creación, eso es, alcanzar la felicidad primeramente solos, solas y si luego se desea en pareja.
Hoy nuestra masculinidad está en riesgo. Podemos hasta decir que desde el momento en el que desafiamos al que lo crea todo pidiéndole que nos de por primer hijo un varón y no una hembra es cuando evidenciamos una ignorancia sin parangón. Eduquémonos como hombres. Eduquémonos para respetar no al sexo débil, porque jamás lo ha sido, sino a ese género que junto a nosotros siempre ha hecho grandes cosas.
Hoy las mujeres han explotado con una razón justa. Por una causa que por años creímos perdida y que hoy al verla frente a frente la notamos tan real.
Eduquemos a nuestros varones a respetar y dar su lugar a las chicas; instemos a evitar todo aquello que denigra y humilla, que maltrata y asesina.
El hombre es bueno por naturaleza, es su entorno lo que lo trastorna haciéndolo creer que ser hombre significa poderío, fuerza, amenaza, miedo.
No existe mejor mancuerna en el mundo que dos seres humanos enlazados con un mismo propósito, esto es, engrandecerse mutuamente.
No existe mejor alfarero que aquel que por medio del amor moldea a esa mujer que tiene por compañía. Adieu.
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