En 1427, el papa Martín V ordenó que los huesos de John Wycliffe fueran exhumados de su tumba, quemados y arrojados a un río. Wycliffe había estado muerto por 40 años, pero la furia que causó su ofensa seguía viva.
John Wycliffe (circa 1330-1384) era un destacado pensador inglés en el siglo XIV.
Teólogo de profesión, fue llamado para asesorar al Parlamento en sus negociaciones con Roma.

En ese tiempo, la iglesia era todopoderosa, y cuanto más contacto tenía Wycliffe con Roma, más indignado se sentía. El papado -pensaba- apestaba a corrupción e interés propio. Y él estaba decidido a hacer algo al respecto.
Wycliffe comenzó a publicar folletos argumentando que, en lugar de buscar riqueza y poder, la iglesia debería preocuparse por los pobres.
En una ocasión, describió al Papa como “el anticristo, el orgulloso sacerdote mundano de Roma y el más maldito de los esquiladores”.
En 1377, el obispo de Londres exigió que Wycliffe compareciera ante su corte para explicar las “asombrosas cosas que habían brotado de su boca”.
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