“Lo que la peste se llevó”
Hace muchos años leí “Ensayo sobre la Ceguera” de José Saramago y hace unos pocos “La peste” de Albert Camus. En ambos casos quedé atrapado en la densidad de esos episodios tan cargados de desesperanza y miedo. Brincar de una línea a otra era agarrarme de un cable alta tensión y sobrevivir en el acto. Confieso que más de una vez tuve que atravesar el separador entre las páginas, cerrar el libro, tomar aire, serenarme y aceptar que aquello no era real, que era ficción. Recobrada la tranquilidad y sabiendo que aquello era sólo una invención producto de la magistral imaginación de un par de insignes escritores, me volvía a la paz.
¿Hollywood? Eso es otra cosa, aunque igualmente aterrador. Amante de ir al cine desde muy joven me apasionaba ver las tragedias que siempre solían ser en las grandes ciudades de Estados Unidos, pero que para fortuna de los rubios y de los espectadores, siempre había un súper héroe que los pusiera a salvo. En 2011 la actriz Gwyneth Paltrow me mantuvo al borde del colapso al verla infectada en una película llamada justamente “Contagio”. Al borde del asiento la ansiedad casi me enloquecía. Lo mismo me sucedió allá por 1995 cuando Morgan Freeman hizo de las suyas en “Epidemia”. Esas dos proyecciones, y otras como “Tren a Busán”, “Cargo” “Soy leyenda” “Guerra mundial z”, sólo nos inyectaron cierto miedo a llegar a padecer algo tan terrible como eso… pero salíamos del cine y sabíamos que estábamos a salvo, que todo estaba bien. Todavía con un rico sabor a palomitas y el frescor de la coca cola se iba a casa tan satisfecho de aquellas grandiosas actuaciones… pero de pronto, pasados los años, ¡¡Puuum!! Que se nos viene encima un terrible virus arrancando la vida a cientos de miles de personas. Todo era real y nada de ficciones. Una noche dormimos tranquilos y al amanecer supimos que no teníamos nada. Nos enteramos que cada hora que se desgajaba a filo de las manecillas del reloj, nos dejaba ver qué cada uno de nuestros respiros estaba contados. De inicio veíamos de lejos a las naciones asiáticas hablar de un mal extraño que tenía que ver con la respiración, pero que siendo reales, estábamos a cientos de kilómetros y teníamos cosas más importantes qué hacer, que pensar en un mal como ese.
Hoy no hay un Brad Pitt corriendo por entre la gente en Hong Kong, Los Ángeles, Nueva York o Brasil tratando de encontrar la cura para salvar al mundo. Hoy no hay una Angelina Jolie haciéndola de doctora estrella en lo más profundo del Congo buscando la cura. Hoy nuestros héroes están ahí, vestidos de blanco y trabajando de día y de noche. Esos son los héroes reales y a los cuales deberíamos de respetar.
Hoy algunos países han recobrado la paz conforme se ha logrado manejar el virus con todos los cuidados de higiene. La curva de contagios fue a la baja, pero sin bajar la guarda. Hoy los Estados Unidos lideran en muertes y en contagios y México, al día de hoy, ha superado los quince mil muertos.
Hoy la peste nos ha arrancado de cuajo esa tranquilidad con la que íbamos de un sitio a otro. Hoy muchos se han dado cuenta que la religión no es más que una empresa que se maneja por medio de intereses. Los pastores que curaban por docenas en las asambleas de sanación los días domingo desaparecieron. Alguien les descubrió el truco, les encontró vacía la chistera y terminaros por huir con todo y sus falsos dioses a donde nadie pudiera encontrarlos. Tristemente los fieles se dieron cuenta que la estafa estaba hecha… Hoy sólo resta aguardar a que los genios de la medicina, de la mano de la buena inspiración venida de los cielos provoquen la creación de una buena solución médica a todo esto.
Creo que nunca estaría de más cuestionarnos, bueno y ¿la peste que me robó? Lo cierto es que podría haberle robado la paz, la estabilidad económica, sus momentos de regocijo los días domingo en el templo, los fines de semana de farra con los amigos, las tardes de té con las buenas amigas, sus divertidas tardes de zumba, tal vez sus talleres de tejido, bordado, letras o cerámica. Tal vez nos haya robado todo eso con lo que éramos felices y ni cuenta nos habíamos dado, pero una cosa sí es cierta y compruébelo virando su rostro a un lado y a otro, su familia está con usted. Sus padres, sus hijos, sus hermanos, su cónyugue. Comprobándolo la paz volverá su alma, volverá a tomar aire y a pensar que vale la pena esperar, redoblar esfuerzos y sacrificios, finalmente estamos en el mundo para ser felices y esa dicha no serviría de nada si los nuestros no están ahí, sí, justo ahí, junto a usted. Adieu.
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