“Distracción mortal”
Salí presurosa de la Clínica # 24 del Instituto Mexicano del Seguro Social sin dejar de sentir ese sabor agridulce de mi saliva seca adherida a la garganta. Aparte de que me amargaba dicha resequedad, también la culpabilidad de haber marcado a esa hora, en ese día, esa semana, ese mes, y ese maldito año del 2018. Asesina confesa no era, pero aunque me hubiera ido a parar enfrente al comandante Sandoval y declararme culpable de asesinato, no me hubiera detenido. Y no lo hubiera hecho porque una llamada telefónica no me hacía asesina. Aunque le enseñara mi teléfono y le abriera frente a sus ojos mi historial de llamadas, lo más seguro es que se reiría de mí y mandaría a sus más fortachones guaruras que me echaran lo bastante lejos para que dejara de molestar… ¡¡¡Mire, mire, todo pasó por mi culpa, por haberle llamado, yo soy la asesina, yo soy, tómenme presa, enciérrenme mil años!!! Pero no, no harían nada, así de sencillo. Caray, y todo por unos calzones que se me habían quedado en su casa.
Aquí en mi pueblo hay una curva sangrienta. Muchos la conocen como la curva de “Las Capillas” porque hay dos, bueno, ahora sólo queda una. La otra, por haber sido elevada allá por el 2010 y que no era otra cosa más que un bonito adoratorio a la Santa Muerte, fue derribado por personas extrañas, bueno, se dice que fue el mismo gobierno municipal, pero es fecha que solo flotan especulaciones. El otro altar es de una virgen de Guadalupe y está reluciente. El mismo pueblo lo ilumina y le lleva veladoras y otros abalorios. De hecho, cuando el otro todavía estaba en pie, aquello parecía una competencia pues, ambos tenían luces, cirios, y visitas continuas. Es triste ver las ruinas de la mujer esqueleto ahí, finalmente nuestros ancestros la adoraban sin problema alguno, no veo porqué existan razones para no hacerlo en pleno siglo que vivimos. Bueno, total que esa curva es llamada así y se han suscitado tantas muertes que no podría decir con exactitud cuántas.
Mi prima Olivia se volcó a las tres de la tarde justo cuando atendió mi llamada. Para las tres y veinte, personas de Villa Agujita, Cloete, Sabinas y Nueva Rosita que pasaban por ahí, estacionaron sus autos, unos para curiosear y otros para llevarse cuantas prendas podían de las que Oli llevaba en cajas para entregar en Monclova, Coahuila. A nadie se le había ocurrido llamar ni a la ambulancia, y mucho menos a la policía. Esta última llego cinco minutos después que la primera, pero casi a las cuatro de la tarde.
Cuando mi llamada se cortó, pensé que Olivia simplemente me había colgado. Me había encorajinado, lo acepto, y hasta había pensado dos que tres malas palabras en su contra. Y es que Oli era medio especial, y no le gustaba que le hablaran por teléfono para tratar cualquier cosa, pero lo mío no era cualquier cosa, se me habían quedado mis Victoria Secret en su sillón y si no los recogía, su gata me los haría trizas o en el peor de los casos ella misma los revolvería por accidente y terminaría diciéndome que no era su problema que los hubiera olvidado y que en su casa simplemente no estaban.
Por eso digo que cuando salí presurosa del IMSS sin dejar de sentir ese sabor ácido de mi babaza seca pegada al gollete, no podía dejar de experimentar ese odio contra mí misma. Tía Chuya lloraba de modo demencial y no era para menos. Quería abrazarla, consolarla, decirle que todo había sido mi culpa, que si yo no le hubiera llamado ahora ni ella estuviera llorando y doliéndole un mundo aquella pérdida, y ni tampoco mi prima estuviera ahora ahí, acostada en esa cama y con los brazos flácidos, pernas flojas y ojos abiertos mirando el techo percudido.
“─Sí, Tere, ¿Qué pasa?
─No quiero molestarte, prima, pero creo que dejé en el sofá mis compras de hoy, no sé si tengas inconveniente en guardármelas cuando vuelvas.
─ ¿las olvidaste en casa? Bueno, te marco después porque voy manej…”
Si Oli fuera responsable, no hubiera contestado el teléfono. Qué más da, no era la primera vez que no me respondía… pero me contestó y ahora estaba yo ahí, sentada en la entrada de la Escuela de Minería mirando ese hospital de muerte.
Hace unos días mientras viajaba por las sendas del Twitter, encontré una nota de un reconocido corresponsal. Es su aportación periodística evidenciaba que la gran mayoría de los accidentes automovilísticos eran causados por ir viendo de reojo la programación en el celular, buscar música, enviar un mensaje o en el peor de los casos, como es el mío, responder a una llamada de alguien que simplemente se le antojó llamar para avisar que había olvidado prendas íntimas firmadas por Victoria Secret.
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