La pluma profana

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“Madre”

La enorme camioneta se estacionó y los sobrinos salieron corriendo como si fuera la venida de Cristo. Era mi hermana Louise Scott, que venía de Sarasota cada diez de mayo y cargada de cosas para la chiquillada y claro, regalos sorpresa para mamá. Eran las tres de la tarde y desde un día anterior me la había pasado a duro y dale con la masa para los tamales, el menudo para después de la trasnochada, el arreglo acorde a la ocasión e ir al centro y traer la foto grande donde aparecía mamá muy linda. Agobiada era poco pues Louise me había mandado un watsapp diciéndome:《Lili, ya sabes que me dan alergia las flores de granado, las quitas, por favor 》y no me había acordado de ello hasta que vi la camioneta.

Cristina Kay, me hermana menor que venía de Idaho era cosa distinta, bueno, un poco. Por lo menos no se había cambiado el nombre como lo había hecho Luisa. Cristina era más modesta, pero eso sí, se negaba a hablar español porque según ella, desde que se había ido, había cerrado ciclos con México, y que su único enlace era mamá. En pocas palabras se la pasaba al celular a puro werwer para acá y a werwer para allá con los gringos.

Rufino y Tadeo, mis dos hermanos carboneros de Coahuila, venían a Parral en mayo y fiestas decembrinas, y aunque no cooperaban en nada, sí traían a más de veinte gentes en sus camionetas.

Lili, que no sé te queme el arroz, me decía mamá desde su silla de ruedas. Lili, córrele que don Abundio no te va a estar esperando con la birria”, y así, así nomás desde el día nueve y como cada año mi vida era un infierno.

Mamá era violenta, pero así la quería. Mis pantorrillas parecían tener telarañas blancas, pero en realidad eran azotes cicatrizados. “Ponte, cabrona, y no te me muevas”, me decía para azotarme cada que algo en la casa no salía bien. Y así había vivido viendo a mis hermanos crecer, irse de la casa y cumplir sus sueños… ¿a quién no vestí? Todos pasaron por mis manos, hasta Luisa que era mayor que yo un año, pero mamá la consentía como si fuera la mismísima imagen del Santo niño de Atocha. Por eso el día que se fue a Sarasota, mamá me dio tantos azotes en las piernas por no haber sabido convencerla de quedarse.

“Quiten esas tiras rojas y los globos, son anticuadas, en el mall compré cosas más bonitas” dijo Luisa a mis sobrinos sacando abalorios y cortinillas brillantes. Los niños, de miradas luminosas y contentos de lo que la tía rica les había traído, obedecían embelesados. En un momento toda la decoración que me había llevado un par de días hacer, estaba siendo llevada por el viento en el patio de la casa.

Atenta y en un rincón, miraba que no les faltara nada a mis hermanas y hermanos. Caray, entonces me di cuenta que ni oportunidad había tenido de vestirme para el momento. Los gestos de Luisa al comer tamales no me gustaron y menos los de Cristina con el Pozole. Segura estaba que me dirían algo con todo y que nadie como yo para prepararlos. Y sucedió. Luisa me dijo que si tenía la feria de los cien dólares que me había mandado, pues esos guisos que había hecho no pasaban ni de doscientos pesos. Obvio no le di nada porque había sido más de mil pesos y había tenido que echar mano de mi pensión por discapacidad auditiva que tenía. Cristina, por su parte me dijo algo así como ¿Spicingli? Ella sabía que no, pero amaba humillarme.

A las meras doce del ya 10 de mayo llegó Renato, mi hermano narco que vivía con mormones en la colonia Juárez. Venía borracho y tras de él un mariachi que se aventó un par de horas divirtiéndolos. Renato había llegado tres días antes, pero tenía tantos amigos que su prioridad fue buscarlos, invitarles una cerveza y al final, cuando ya fuera diez de mayo, llegar a casa y cumplir.

-¿Cómo vas, hermanita?- me cuestionó abrazándome en cierto momento de la noche- ¿Qué dicen tus hermanas las harpías gringas? Seguro ya te pidieron el cambio de la baba de dólares que te mandaron, verdad?

Apenada dije sí. Entonces me acarició la cabeza, me llevó a mi cuarto y tras ver lo miserable de mi estancia, sacó un grueso fajo de billetes de su bolsa y me dijo, Ya nunca más, hermanita, ya nunca más, toma, guárdalo en un sitio seguro y volvamos a la fiesta.

Nerviosa y sin pensar nada lo metí bajo la colchoneta del catre y tan atolondrada como era, sólo lo abracé y le di las gracias. Me miró sereno y volvió a apretarme y besarme la cabeza.

Tengo cuentas pendientes, Lili, me dijo antes de salir del cuarto, Ando hasta las manitas de cerveza y de broncas, pero sé lo que digo y lo que estoy haciendo. Esta es mi última visita a casa y seguro estoy que no paso de este año. Mañana me voy temprano. No me quedo aquí por seguridad de todos pero quiero agradecerte los años que me cuidaste bien, por esas pláticas rumbo a la escuela y por las veces que te metiste entre la vara de mamá y yo. Me volví un desmadre, es cierto, pero te llevo aquí dentro de mí corazón, Lili. Para mí, que fui el hijo menor, tú fuiste mi verdadera madre. Ahora mira dentro de ti y deja de pensar qué dirán los demás, ¿está bien?

Apenas amaneció y yo, que no debía de dormir sino velar el sueño de las visitas, los empecé a despertar y a servirles el menudo y el pozole. Las piernas se me doblaban, pero mamá tan viejita me miraba y dominaba. A las diez de la mañana y como cada año, mis hermanas gringas guerrearon en silencio demostrando quien le había traído más regalos a mamá. Cada obsequio era un gol en la portería de la otra mientras que mis hermanos los carboneros simplemente le dieron un molcajete uno, y una tortillera el otro, que a final de cuentas yo termine usando.

Como siempre, nadie fue para levantar una hoja de tamal. Sucias mis hermanas y sus hijos gringuitos con todo y que allá no tiran una pelusa. Luisa terminó por llevarse un par de aretes y un semanario de oro diciéndome que mamá no tardaba en morir y que deseaba tener un recuerdo. Lo mismo hizo Cristina, solo que esta se llevó un cofrecito de plata que papá le había dado a mamá antes de morir. Me hicieron callar, porque es lo que hacían siempre. Ellas nunca daban algo de gratis, siempre terminaban por apalear a mamá de un modo u otro.

Renato murió a balazos por un asunto que tenía con unos tales LeBarón; mis hermanos carboneros terminaron vendiendo cacahuates en Nueva Rosita porque el carbón se acabó, y mis hermanas las gringas terminaron de la greña porque apenas murió mamá se volvieron enemigas en su lucha por quedarse con la casa. Nunca pensaron en mí, bueno, hasta que supieron que vivía muy bien en Creel y vinieron a buscarme. Pero yo solo las atendí desde el portal de mi linda casa al pie de la montaña y les grité:

¡¡Aquí no vive ninguna Liliana!!… ¡¡Oh, ya sé, la que ustedes conocieron y nunca defendieron se murió hace mucho!!

Y se fueron encolerizadas.

El fajo bajo mi gastada colchoneta no sólo tenía billetes, también la escritura de esta casa y una carta de mi hermano en la que me decía: “Tus hermanas te dejarán en la calle, pero yo no. Espero goces esta casita que hice precisamente para ti y pensando en los años de amor que me ofreciste. La escritura te la entregarán donde te indico. Gracias por todo Lili, vive, hermanita, y deja que los demás mueran en su orgullo. No más chingadazos, que mujeres como tú solo merecen caricias. Por mí ni te apures, ya Dios me dará mis correazos que bien merecidos me los tengo. Tuve una madre golpeadora, pero una mamá hermana que siempre fue mi escudo cuando ella, la verdadera, me daba de cachetadas, cintarazos y jaladas de cabello. Todo eso tú lo absorbiste en mi nombre, ¿cómo no amarte hermanita mamá? Hasta siempre mi calladita, hasta siempre.”

Adiós a la llegada de las camionetas prestadas de mis hermanas buscando impresionar a mamá para despojarla de lo poquito que tenía; adiós a los correazos y a los recuerdos de una mujer que se decía mi madre pero que no era otra cosa que una cruel tirana contra una jovencita que no le hacía mal a nadie, pero si la vida fácil a todos.

AUTOR: JUANDEDDIOSJASSOARÉVALO
EL VIAJERO VINTAGE

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