La pluma profana

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“La chancaquilla”

El martes mamá me festejó mi cumpleaños y el miércoles me lo cobró con creces. Se convirtió así nomás como así en una chancaquilla en el trasero. Si bien la mujer había sido todo amor mientras estuvo sana, se había transformado en puro odio durante la convalecencia. Me tocó cuidarla no por bondadoso, sino por pendejo. Mis otros cuatro hermanos habían huido apenas les puse frente a sus narices el costo de los medicamentos y artículos de aseo que necesitaba a la de ya una mujer con un diagnostico lo bastante oscuro. Mamá no volvería a ser la misma y ello me convirtió en su papanatas, su traemetodo, su esto o lo otro y claro, sus espantosos Ay, Pepito, me duele aquí, Ay Pepito, me duele acá. Me hartaban sus, Hijito, sóbame las piernas, dame masaje en el cuello y lo más asqueroso, truéname los dedos de los pies. De un día para otro todos mis sueños habían ido a parar a la letrina y todo porque a la mujer se le había ocurrido cambiar el pastel de lugar porque ahí estorbaba para las fotos. Una hoja para tamal en su camino la había hecho resbalar, caer y dejar regado por todo el piso trozos de pastel y las miradas asombradas de los invitados. El resto de la velada pasó en paz. Era mi cumple, pero con todo y eso desembolsé para ir a la pastelería Rossy ahí por la calle Ocampo y reponer el destrozado. La trasnochada fue de a puros mimos y frases lastimeras para mamá. Sus quejiditos me arrebataron la única oportunidad de ser el centro de atención. Me convencí entonces de que ella nunca había cambiado. Era de esas mujeres que amaban el protagonismo sin importar lo que triturara bajo sus pies. En realidad nuestras fiestas eran la de ella. Empezaban con piñatas y terminaban en una borrachera en la que papá, educado y bien vestido, terminaba dormido después de oír a Jacobo Sabludosky. Cobarde sería demeritar sus bondades. Mamá era una pantera a la hora de sabernos en peligro, principalmente a mí que me tenía sobreprotegido.

Mi negra realidad me obligó a dejar de lado los óleos y mis lecturas vespertinas mientras que la existencia de mis hermanos era la viva imagen de una madre trasnochadora y karaokes.

El día que se comió el espagueti que una vecina le trajo, comenzó mi infierno. Su diarrea fue tal que me pase el tiempo junto a ella para estarle limpiando el mierdero y de pilón ponerle ungüentos para que no se rosara. Había sido buena madre, pero porqué carajos solo yo estaba ahí, en una casa en la que en los tiempos buenos todos estaban ahí chupándole la pensión a mamá y ahora, en los tiempos negros, nadie.

“Pepe Chuy, me arde la espalda”; “Pepito, ya me cala el hambre, mijito”; “Chuyín, ¿no han venido tus hermanos?”; “José, me hice pipí, mijo…” ¡¡¡Ya, ya, ya ya, mamá!!! ¡¡¡Cállese de una jodida vez!!! ¿Sabe que me ha robado la felicidad, vieja chingada? ¡Míreme, míreme lo flaco y cansado que estoy! ¿No se puede jodidamente morir de una vez y darme la oportunidad de seguir viviendo? ¡Muérase, mamá, muérase!… y me salí de casa. Más de media hora estuve junto a la noria odiando a mis hermanos. Entonces lo decidí. Esa mujer no podía seguir siendo una chancaquilla entre mis nalgas. Era ahora o nunca. Entre en casa con el rostro ardiente y los pensamientos bloqueados. La encontré donde mismo, acostada y mirando por la ventana. Al verme volteo el rostro y sin miramientos me dijo: Creo tengo popó. Me detuve en seco. Mis manos convertidas en puños sudaban… ¡No más, mamá, no más! Le dije con ánimo encendido. Su actitud indolente y de mirada cual oleaje sereno me duplicaron la furia… ¿por qué, mamá? ¿Por qué me destinó a mí a estar aquí? ¿Sabe y siente que ahora mismo usted y yo saldremos del mundo? A la cárcel no iré, moriremos juntos. Usted no pierde nada y yo no tengo nada qué hacer aquí… pero dígame, ¿por qué jodida razón me condenó a estar aquí?

Mamá me extendió la mano. Falto de deseo se la tomé sintiendo sus huesitos forrados por una delgada piel.

-Porque eres mi único hijo, Pepe Chuy. Tus hermanos en realidad son tus medios hermanos e hijos de la primera esposa de tu padre. Pero vete, hijo, vete, papacito. La casa está a tu nombre, también los terrenos y la tienda de ropa. Solo espera a que muera, me encuentren podrida, me entierren y solo entonces vuelve a casa, tú casa. Siempre tuve miedo de que te fueras y perder ahora sí a mi único hijo, ese por el que tanto pedí a la virgencita. Nunca he hecho petición alguna por molestarte, papito, simplemente no puedo hacerlo por mí misma. Mírame, te sigo amando con todo y tus deseos de matarme. No es necesario vayas a la cárcel. Déjame aquí y la naturaleza hará lo propio.

Esa tarde perdí el habla. A mis cuarenta tomé una apariencia de sesenta… ¿qué lloré? Nomás de a madre. Lloré ríos, mares, océanos. No pedí perdón a Dios porque no me lo daría. Entonces aguardé mi muerte. Perdí el apetito, comencé a enfermar y cuando estuve a punto de morir mamá se levantó a como pudo de su cama. Primero me muero yo, que tú, Pepito. Y a rastras y quejido me preparaba lo que podía. Estábamos solos. Mis hermanos jamás volvieron y cuando un vecino comenzó a detectar olores nauseabundos reportó el hecho.

El día del sepelio yo estaba en el hospital. Dicen los que estuvieron ahí que mis hermanos gemían y arañaban el cajón. Yo me arañaba el pecho, reventaba las sondas y tiraba la comida de las charolas… entonces una noche la soñé, sí, la bendita chancaquilla se me presentó por unos breves segundos solo para acariciarme y hacerme sentir acompañado. Entonces desperté sudando, pero al mismo tiempo con una renovada euforia. Esa euforia me ayudó a enfrentar a mis hermanos y sus demandas. Mamá, mi jodida chancaquilla entre nalga y nalga se había levantado cuando creyó debía dejar de ser egoísta. Siempre estuvo sana o por lo menos apta para andar, pero me quería ahí, junto a ella por ser su único hijo.

Esa vieja sigue siendo mi chancaquilla. La recuerdo bien y créanme, sin recelos. Me detesto, cierto, pero luego recapacito y siento que ella no desea esté así.

Autor: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE

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