La pluma profana

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“Muerte a Tabor”

Mejilla al frío piso, escupiendo sangre y sin sentir mis piernas, me recordé entrando a Merco y Bomer con la única intención de acabar con Tabor. Era tanto el estrés, la locura y la rabia que opciones no tenía para seguir posponiendo lo que por meses había estado pensando. Desde muy jovencita me había unido a la Iglesia de Cristo en Sabinas y ver a mi pastor enseñar con tanta espiritualidad, me llevó a desear llevar una vida casta y con una única dirección, ser portadora de la palabra de salvación. En mi papel y bajo la luz de ese hombre que era mi todo seduje a media grey para que hiciéramos un proselitismo tal, que en menos de un año nuestra feligresía aumentara. Había nacido hermosa, pero en definitiva intocable. Siempre desee ser pura y en esa inmaculada posición, Jesús me tomara en su seno llegada la hora. Pero mi hora llegó de otro modo y aunque no lo diga la Biblia, como muchos dicen, “Uno pone y Dios dispone” y Dios dispuso ponerme a prueba para que demostrara esa fortaleza que tanto presumía tener.

No es bueno que el hombre esté solo, me dijo un día el pastor. Me alegró mucho su frase pues a sus cuarenta y cinco ya merecía tener esposa. Cuando me dijo que la elegida era yo, me sonrojé. Yo misma le había llevado más de ocho jovencitas para que eligiera a la próxima pastora, ¿por qué a mí?

Tras revelarme que Jesús mismo le había dejado una señal indicándole que la mujer idónea para él era yo, olvidé mis anhelos de vivir casta y me uní a ese hombre casi treinta años mayor que yo.

Las llamadas jornadas de fe nos permitieron recaudar más de lo necesario para nuestra boda en la Mutualista Ignacio Zaragoza. Hubo alabanzas, adoración y muchos juegos nupciales. Jamás había experimentado tanto gozo como en ese momento. Miraba a los ojos a mi señor y pastor, ahora mi marido, y encontraba en él la mirada profunda de un arcángel… pero en casa, solos y dispuestos a procrear, como él me dijo, su mirada se tornó carnal, malvada y terrible. Invadió mi cuerpo con violencia, sin amor y tan lejano de aquello que alguna vez había leído sobre que la esposa es como un templo sagrado al que se entra con amor y respeto. Cantaba alabanzas mientras yo gritaba pidiendo piedades; Me prohibió salir de la casa pastoral durante quince días. Clamaba, imploraba y exigía ayuda a un Jesús que prometía estar cuando yo cumpliera con sus mandamientos… pero no estuvo. Por noches me convertí en una mujer abusada y estando casada me sentía una ramera de Babilonia, una Caldea sin redención. A las dos semanas envió a una hermana para que me ayudara a vestirme y luego, en la noche, anunciarme como la hermana Saldívar, pastora oficial del templo. Yo ya no era yo. Me volví una mujer fría y sin expresiones. Muchos notaron el cambio, pero lo justificaron al saberme embarazada.

Tabor me nació con la columna torcida y las expresiones del Diablo. Creer que Jesús me amaba estaba fuera de realidad y menos cuando mi marido atribuía tal monstruosidad a que me había ayuntado con algún hombre impuro antes de él.

Comencé a trabajar mi salvación apareciendo sonriente en la adoración. Vestía a Tabor como una sacerdotisa, pero por más ornamentos que le pusiera, su apariencia seguía siendo aberrante. Sabía que la grey le tenía compasión y eso estaba a nuestro favor. Usé mis talentos en el piano, pandero y guitarra para seducir, junto a mí voz a los fieles. Sabiendo que la hora de la adoración era clave para la ofrenda, hacía cuanto podía para que nuestras arcas florecieran. Cuando veía a los hermanos llorar, me causaban tanta lástima. Cada lágrima derramada era dinero contando y entre más dolor y culpa, más ofrenda. Me daba el lujo de dejar hasta el último a los pobres y recibir en charola de plata a los ricos. Tabor era mi piedra de tropiezo, pero Jesús no me pararía. Castigarla, azotarla, quemarla, era mi venganza, ah, pero eso sí, siempre tenía que estar lista para impresionar con sus asquerosas contracciones.

Entré a Merco y Bomer empujando la silla de ruedas y andando por los pasillos ponía en las piernas de Tabor su muerte: veneno para insectos, también para ratas, queso filadelfia, queso Oaxaca y aceite de oliva. La emoción me embargaba porque a cada paso marcaba mi libertad. Odié toparme con hermanos que sobándole lastimosamente la cabeza a Tabor, me hacía odiarlos. Esta se retorcía gesticulando haciéndolos alejarse. ¡Hipócritas! Les daba asco igual que a mí y lo disfrazaba de piedad.

Tabor se fue apagando poco a poco y cuando cumplió los catorce, murió seca. El veneno se la fue chupando de a poco ante mi enorme goce. Jamás sentí dolor al verla pudrirse. Jesús no lo tuvo cuando me vio mancillada por su pastor.

El jueves me paré en el mostrador de Autobuses Anáhuac y tras comprar mi boleto al Distrito Federal, abordé y me dormí sin saber cuánto tiempo. En Matehuala me bajaron violentamente y mi destino estaba echado. No me negué a aceptar que le había dejado las cuentas en blanco a mi esposo, pero de que había envenenado al monstruo que Jesús me había enviado por hija, eso sí lo negué. Me encerraron en Saltillo y al llegar ahí, ya todas las internas sabían quién era yo. La piedad no existió y lo soporté. Me lanzaron al piso, rasgaron mis ropas, sentí las asquerosas caricias de aquellas mujeres sedientas de sexo y después, satisfechas sus ansias, me golpearon hasta dejarme ahí, mejilla al piso y escupiendo cuajos de sangre.

Ahora sigo aquí, en el mismo penal. Me he creado un grupo de creyentes pues tengo el conocimiento y para embaucar apoyada de la Biblia soy experta. No creo en Jesús, pero sí en que su nombre puede darme para vivir bien. Me han dicho que la Iglesia de Cristo en Sabinas está muy deteriorada y sí lo creo. Crédulos hay muchos, pastores sin ingenio también.

Autor: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE

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