La pluma del viajero

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“ABORTIVA”

Desnuda y sentada en el inodoro tomé aire. Los dedos de mis pies se entretejían por la bruta sensación de lo que venía. Inhalé como si fuera a requerir aliento para un año y a pura palma de mano tapé boca y nariz. Sudaba queriendo grita porque sentía al hijo de su puta madre venir partiéndome en dos, pero no deseaba ser escuchada y mucho menos descubierta. Comencé a sangrar por la nariz al tiempo que al asomarme entre mis piernas vi la cabeza del que sería mi cuarto hijo en cinco años. Sin dudarlo y ya con experiencia lo tomé de la cabeza y tragándome mi propia sangre nasal, lo estiré dejando que su cabeza quedara en el agua llena de orines, mierda y placenta. Muerta de cansancio me quité del lugar cayendo de rodillas y luego de lado. No supe más de mí hasta el día siguiente. Abrí los ojos y el gato sacaba un pedazo de placenta de la taza. Los volví a cerrar porque el
cuerpo todavía lo sentía vibrar. De rato y con mucho esfuerzo caminé tambaleante hasta la cocina donde comí sobras de chicharrones de puerco, un poco de morcía y una cerveza casi a punto de hielo. Me asomé por la ventana y desde ahí podía ver la torre de la harinera. Ser de familia rica en Sabinas no me había quitado ser toda una puta silenciosa. Mis padres me habían educado en diversos colegios como el Montessori, El Modelo y hasta en el Plancarte, pero en todos y en cada uno había intentado seducir a uno que otro de mis compañeros. Siempre fui de sangre ardiente, pero también de padres adinerados que con la mano en la cintura me habían comprado hasta el título universitario en Monterrey.

Cuando los negocio de mis padres se vinieron abajo, ellos se fueron a Uruguay y yo, sedienta de libertad me quedé en Sabinas, donde tenía muchos amigos. Tan despegados sólo se limitaban a enviarme dinero y advertirme de cuando en cuando que el apellido Madla no sólo tenía prestigio, también historia. Pero a mí lo único que importaba era mi historial de amantes clandestinos con los que copulaba sin control.
Negar que ilusionada estaba con mi primer embarazo no puedo. Ser poseída por
Edmundo Moreira, dueño de hectáreas y más de seis ranchos me ponía en un
punto de valor que pocas mujeres tenían. Si el hombre quería una mujer hermosa
como yo, yo igual quería beneficios, pero cuando el vientre me empezó a crecer, el
simplemente me dijo que si deseaba quedarme con él, el chamaco no debía nacer.
Tenía seis meses con él en un rancho en lo más lejano de lo lejano en Sabinas. Y
ahí, en lo inhóspito y sin más presencia que de un desconocido que cuidaba de su
ganado, me hicieron abortar a los cinco meses. Lloré desilusionada porque de
verdad había soñado con ser madre y mejor aún, con el hombre que amaba. El
desconocido me puso el feto en la manos y Mundo simplemente me dijo que se lo
echara a las puercos. Y así, revuelto entre alimento y desperdicios de fruta, mi
primer hijo fue devorado por los cerdos.

Al año ya no estaba con Edmundo, pero si con Patiño Morales. Este no sabía
nada de ganado, pero si de arquitectura. Tenía yates y departamentos en Texas.
Odiaba los niños porque decía que sólo estorbaban, por eso ni lo enteré de mi
embarazo del que yo tampoco me había dado cuenta. Un abortivo me hizo echarlo
en el baño de un antro en Houston. El tercero es historia, una real historia de
terror. No le tenía miedo a Dios, pero sí amor al sacerdote que me había
embarazado. Era una padre joven y atractivo. No tenía mucho de haberse
ordenado y sabía bien como llegarle. Tenerlo en mi cama, bueno, más bien, lograr
llegar a su alcoba a un lado de la sacristía fue lo bastante candente. Era una
bestia haciendo el amor y dudé el que estuviera completamente entregado a su
oficio sacerdotal. Cuando me supe embarazada me pidió abortara y pusiera el
producto en un lugar secreto de la iglesia. Aquí hay cientos de ellos, me dijo,
desde tiempos sin memoria. Ajena al remordimiento le dije que sí, pero que
deseaba seguir con él porque estaba enamorada. Me dijo que no, que debía irme.
Enfurecida derrumbé un Miguel Arcángel y le grité que si me dejaba le diría a
medio mundo sobre su álbum fotográfico de niños en situaciones indecorosas.
Mudo intentó calmarme. Seguimos siendo amantes un año más y luego
desapareció. También desaparecieron mis padres cuando alguien les dijo que mis
modos de proceder eran lo bastante dudosos. Con el tiempo ubique al sacerdote,
y también a mis padres.
Jacarando Z cruz, de Ciudad Acuña llegó a mi vida por simple antojo. Lo vi en el
bar de La Casona y yo tan ardiente, simplemente le guiñé el ojo y le abrí las
piernas. Si antes me había enamorado, en esta ocasión me lance al vacío. Sabía
que él era casado, pero yo no era ni sería la única en andar con un matrimoniado.
Viendo mi necesidad de sexo me llevó al norte convirtiéndome en una drogadicta,
puta de muchos y olvidada de todos. Al filo de la desesperación escapé de ese
infierno volviendo a Sabinas. Encerrada y viviendo de lo poco que me quedaba
opté por hacer lo que siempre hacía, sacarme el chamaco producto de quién sabe
cuál malviviente.
Asomándome al excusado solo vi un par de piernitas flotando. El resto se lo había
comido el gato, por lo menos eso creí al ver bajo un buró uno de los deditos de
una mano. El gato me miraba tranquilo y echado encima de la barra de la cocina.
De un salto al suelo empezó a ronronearme. Le sobé la cabeza y le abrí una lata
de atún. Me encontré monstruosa frente al espejo, pero más en la fotografía de la
policía donde aparecía de frente y de perfil acusada de filicidio. Nunca supieron
que no había sido solo uno, sino cuatro. El sacerdote no cuenta porque ya era
grande. Había intentado huir de mí, pero había ido a buscarlo hasta San Cosme
donde sin miedo a nada lo había ahorcado en los patios traeros de su templo.

Mis padres y su dinero limpiaron mi historial en los años noventa. Pisé la prisión
en mis miedos únicamente porque en menos de tres horas ya iba en un vuelo a
Uruguay.
Me casé con Edward Camba, un diseñador ecuatoriano con el que tengo dos
hijos. No los quiero y años tengo buscando el modo de sacarlos de mi vida. Si
alguien sabe de algún modo perfecto para hacerlo sin ser descubierta, lo
agradecería infinitamente. No soporto su olor a niños, ni sus voces, menos sus
lloriqueos y caprichos. Tiempo, tiempo, cuestión de tiempo.

AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO ARÉVALO
EL VIAJERO VINTAGE
@derechosreservadosindautor

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