La pluma del viajero

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“CEREAL”

Salí corriendo por la puerta de servicio sintiendo segundos después el fuerte golpe de la cazuela de barro en mi cabeza. Corría y lloraba sintiendo chorrearme la leche y la sangre en mi cara. Escondido tras los corrales de los faisanes y pavos reales escuché los pasos y las palabrotas de don Eladio. Dando conmigo me agarró del brazo levantándome en vilo.

-Quieres tragarte mi comida, hijo de la chingada, eso quieres, pues bueno, te la vas a atascar.

Aterrorizado, con piernas adormecidas y brazos acalambrados, vi el reguero de leche y cereal de donitas multicolor tirado por el piso de madera. Junto al bonito trastero blanco donde doña Gertrudis guardaba sus cosas de cocina, estaba Mamá Leonela, metida en su mandil decorado de cerditos y mirando el piso. Cuando me vio así de violentado, quiso meterse, defenderme, pero la dura bofetada de don Eladio la apaciguó.

El hombre agarró un cuenco en el que le daban de comer al galgo y tras ponerle leche me lanzó al suelo obligándome a recoger uno a uno los cereales regados por el piso. Minutos después, humillado y escuchando los sollozos de mi nana, fui lanzado de una patada a la calle y desde ahí, desde el lodazal de una charca, miré a los niños de la casa riendo desde las alzadas ventanas. Ya no tenía hambre, pero sí vergüenza. Ya no me dolían los puntapiés, pero sí las palabras. Leonela fue a levantarme de entre el lodazal y me llevó a casa. No había nadie y ella misma me dio de jicarazos y me vistió. Entonces me abrazó fuerte y se fue. La vi ir esa tarde octubrina mientras que yo recordaba aquellos tiempos en que esa mujer era mi nana y que por azares del destino había quedado fuera de nuestras vidas. Su amor por mí era mucho, pero la codicia de sus nuevos patrones estaba peor. Papá había muerto y mamá, sumida en la pobreza al no poder sostener la casa había rematado todo pidiéndole a Leonela buscara un nuevo empleo. Ella no quería, pero las deudas eran tantas que pagarle a una mujer por el aseo ya era imposible.

Cuando Leonela fue descubierta alimentándome a escondidas, las cosas para ella no fueron sencillas. Y es que la recordaba cada mañana dándome mi cereal, jugar conmigo, llevarme al mercado, visitar a su familia y muchas cosas más. Leonela era mucho mas que una nana, era mi segunda madre, el abrazo tibio a mis miedos y la respuesta a mis más descabelladas preguntas.

Su falda se rasgó por aferrarme a ella ese mes de octubre cuando se fue. El vacío se volvió mortal y mamá un fantasma. Cuando mamá murió de tifoidea fui llevado a un orfanato en Saltillo.Ahí mi vida fue más decente que en casa, tomaba leche, arroz y rosquillas. Las monjas que nos cuidaban eran mandonas, pero buenas. Todavía y de vez en vez recordaba cuando la riqueza me ponía de todo sin faltarme nada. Pero lo que más me dolía era el recuerdo de Leonela y sus bondades. En ese hospicio le agarré gusto a las matemáticas y eso me llevó a ganarme una beca en una escuela de renombre. Yo no quería pues mi condición social me ponía en desventaja con mis compañeros, y así fue. Soporté la burla de ser el más jodido, de ropas viejas y de no tener ni para un pan con leche. Sin rendirme le di hasta el final obteniendo el mejor promedio, aún sobre losmillonetas que tenía por compañeros. Así llegué a la universidad, también becado. Por las mañanas tragaba conocimientos y por las tardes cargaba costales de verduras en el mercado.

Me gradué, obviamente con honores y simple, recomendado para laborar en uno de los bufetes de abogados más distinguidos de la ciudad.

Una semana antes de mi graduación fui al mercado a despedirme de Luli, la vendedora de aguas frescas; el Tamayo, artista urbano al que nadie le compraba sus obras; La Tarántula, un peluquero de filas infinitas y claro, de Chavita, el cuidador de los baños al que todos humillaban por el simple hecho de ser callado. Ni cómo olvidar esa tremenda llorada que me eché al despedirme de esas personas que habían sido mi familia. Creo que la que más lloró, aunque no más que yo, fue Ramoncita, la rentera que en realidad nunca me rentó nada pues aún cuando le pagaba lo mínimo por un espacio cerca del mercado, me planchaba, daba de almorzar, cenar, lavaba y hasta me gritaba a las ocho de la noche desde su azotea para cerciorarse estuviera en cama. Me cuidaba de más aunque sus vecinos, malvivientes todos, le hicieran la vida de cuadritos.

-Son narcos, mijo, ni se meta con ellos.

-Pero mire Ramoncita, cada vez le quitan más y más patio. Al rato hasta la azotea le van a robar.

-Déjelos, pa lo que me queda de vida.

Salí del mercado con los ojos hinchados y devorando visualmente todo aquello con lo que había convivido por años.

Justo a la vuelta, por la vulcanizadora de don Fraguas, los Panda, vecinos malditos de Ramoncita, tenían en el suelo a una mujer lo bastante anciana. Uno de ellos le pateaba el rostro mientras que otro le jaloneaba el bolso potosino que al momento reconocí. Y sí, era mi Leonela, mi nana. Sin pensar más nada me les fui sin considerar que los infelices iban siempre armados hasta los dientes. El desenlace fue funesto. Me atravesaron el vientre, le robaron a Leonela y ambos terminamos en un hospital. Así como estaba de viejita, mi Leonela salió de la clínica mucho antes que yo. Al menos eso supe porque yo estuve a ojos cerrados muchos días. Y ella estuvo ahí, cuidándome y sin trabajo. Cuando abrí los ojos ella lloró mares conmigo.

Acomodado en un buen trabajo me llevé a vivir conmigo a mi nana, pero ahora como mamá.

-¿Ya vio , Jacobín?

-Qué, mamá.

-Mire bien a su alrededor, ¿Qué ve raro?

Entonces mis ojos se quedaron atascados encima del refrigerador. Había más de seis o siete cajas de cereales de diferentes marcas y sabores.

-¿Se acuerda, mijo?

-…

-No se me ponga así. Aquél día yo me sufrí igual que usted. Viví años de maltratos, mijo, hasta que me les escapé… pero eso es pasado. Ahora hay cereal para usted solito.

-No, para los dos.

-Bueno, pero sin miel, porque se me suelta el estómago.

Cuando tuve de todo, el cereal era mi vida y Leonela lo sabía. Cuando no tuve nada, ella misma y de modo clandestino me metía en casa de los peores enemigos de mi familia.Leonela, viejita hermosa que siempre hizo lo posible para que fuera feliz.

Un día después de su cumpleaños y cuando volví del bufete de abogados, venía contento porque después de algunos años finalmente todoslos Panda estaban tras las rejas. Entré en casa ynanaLeonela estaba ahí, sentada en el comedor y con medio rostro hundido en el tazón de cereal. Me le fui encima. Le quité los aritos de colores adheridos a su mejilla y la llevé a su cama. Un fulminante paro cardíaco se la había llevado sin darme oportunidad de ni siquiera besarla tibia. Lloré tan igual que aquella vez cuando le rasgué la falda siendo muy niño. La vida no me había dado la oportunidad de que mi viejita viera que le había puesto un local a Luli para sus aguas; que le había organizado una exposición en la capital al Tamayo; regalado una barber equipada al Tarántula, que había denegado bajo el tema de que con lo que tenía le bastaba, pero cuando le propuse dar clases los fines, lo aceptó. A chavita lo uniformé y ya es guardia en nuestras oficinas. Se ve tan elegante el canijo, y gana muy bien… ¿Y Ramoncita? Ella se convirtió en mi tercera mamá. Es ella la que ahora me elige los cereales, aunque me insiste que sean integrales.

La vida me ha bendecido y aquí, en mi corazón de pollo llevo a mi nana Leonela, esa que se desvivía por mí al grado de robarle los cereales a sus patrones para alimentarme a mí, a escondidas y tras los patios de faisanes, garzas y guacamayos.

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AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO ARÉVALO
EL VIAJERO VINTAGE
@derechosreservadosindautor

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