La pluma del viajero

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“EL PAPALOTE”

-¿Lo vas a agarrar o no, papá?
-Me duelen los dedos, mijo, óyeme.
-Te digo porque no me la voy a pasar toda la tarde enseñándote como se usa la silla. Te estoy diciendo, aquí está el freno y nomás no pareces entenderme. Bruto no estás, pa, ¿O sí? Porque créeme que saberte brutito ya estuvieras en una clínica para locos, porque para batallar, batallar, ya bastante tengo con cuidar a mi suegro. Pero mi suegro es otra cosa, ese viejón de perdida me dio a su hija, ¿Pero usted qué me dio? Pura pinche jodidencia… ¡Ah, no¡ Chilletas aquí no pa, a ver, otra vez, agárrele aquí, aquí, ¡Aquí, le digo!
-Me duelen los dedos, Tolín… mañana vienes, si quieres, o la otra semana.
Y me fui porque todavía tenía que pasar por el car wash pues la camioneta de mi suegra había quedado bien puerca después de la cabalgata. Si mi suegra era especial en carácter, mi suegro era mi inspiración. No sólo había hecho una familia de lujo, también un rancho que la verdad envidiaba. Chabely era hija única y sabiendo que mis suegros ya estaban viejones sabía que todo aquello sería nuestro. Para lograr el éxito se requiere concentración, sagacidad, constancia y depuración. Mi familia era parte de esa depuración porque en los cinco años de casados había advertido que entre mi gente y la gente de mi mujer había un abismo bien cañón. Mientras los míos comían tamales allá en la Jorge B Cuellar, los de ella, puro T bone, bistec, cortes finos y claro, vino tinto, frutos secos y otras
cosas traídas de Atlanta, a dónde íbamos cada fin de semana. Pregunto ¿Qué haces cuando los familiares de tu mujer, finos todos, te preguntan de dónde eres?
Caray, no chinguen. No me dejarán mentir ¿Dirían que son de la colonia más jodida del pueblo? Ya luego te preguntan sobre mariscos, platillos gourmets u otras cosas ¿Y qué dirás?: “El frijol pinto es este y el negro es este, pero el negro también se come y lo vas limpiando sacando las basuritas y las piedras”… ¿Se imaginan?… Y depuré de a poco lo que me estorbaba. Por fortuna mamá había muerto en la pandemia y mis dos hermanos vivían en Torreón. Esos hermanos míos eran los mayores y eran albañiles. Se habían ido de casa desde jóvenes para sacar dinero y mandarle a mis papás. Nunca fallaron. De hecho papá sobrevivió por los pinches dos mil pesos semanales que le mandaban desde allá.
Papá duró años en la cama, harto estaba de ir cada tres días a ponerle pomadas, sobarlo y bañarlo. Me urgía se muriera porque se acercaba el viaje anual a Canadá y no quería dejar pendientes.
-¡Aquí, papá! ¡Chingao con usted! A ver, deme su mano, aquí, aquí se pone…
¡Pero asómese pa que vea! A puras oídas no le va a aprender nunca!
-Pos no veo bien, mijo… mejor llévame al río, Tolín, pa agarrar algo de aire.

-¡Qué chingaos! Acabo de sacar la troca del lavado, se va a enmarranar toda.
-Pero no ha llovido, mijo, cómo va a ser.
-Por usted, lo digo por usted. Anda bien apestoso, le toca baño hasta pasado mañana y mírese esas patas, las trae re gachas.
-El cortaúñas me lo pusiste hasta arriba del ropero, mijo. Además no me alcanzo, mi espalda está fregada.
-¿Y quiere que se las corte? se las cortaré a mi suegro, pero él trae sus pies limpios, pero mire estos, están de la chingada.
El día de la Virgen llevé a papá al río. Hacía buen clima y me llevé a mi esposa porque como era fotógrafa sabía que le gustaría hacer tomas invernales. Mientras estábamos echados en plena merienda, vi a papá mirando el apacible río.
Chabeli me atrapó en ese atisbo y creo que por primera vez nos sentimos malvados. Quité mi vista de la de ella, pero al volver a mirarla, ella ya observaba a papá.
-Chabe, ¿Qué estás pensando?
-Lo mismo que tú… ¿Sabes el alivio que vendría a nuestra vida?
-Pero yo no estoy pensando nada malo.
-Si no conociera esa mirada te creería, pero sé que no puedes con el hastío…
además, ¿Sabes cuántos accidentes hay aquí?
Ella tenía razón, por eso, desaparecida la tarde y con varias cervezas en el vientre
caminé hasta donde estaba el viejo. Estaba nervioso porque Chabeli me observaba a lo lejos. Yo solo miraba el barranco y la silla al borde.
-Tengo hambre, mijo
-¿Cómo sabe que soy yo si ni siquiera ve?-le respondí aturdido.
-Tu aroma de toda la vida… ¿Tú no recuerdas el mío? No el de ahorita, sino el que tenía cuando eras niño y te abrazaba por la espalda cuando te llevaba a volar papalotes.
Sentí entonces un escalofrío cuando recordé esos momentos de monte cuando lloraba porque mi papalote no se elevaba, y entonces iba él y luego de ponerlo en las alturas me daba la bola de hilo mientras me abrazaba por atrás.
-Deja de pensarlo, Tolín- me dijo Chabeli empujándome y llevándome en mi pérdida de equilibrio a papá al vacío.

Estaba ebrio, pero no como para saber dónde estaba y que de no actuar con lo que tenía de fuerzas moriría. Vi en la nebulosa acuática a papá maromeando bajo el agua y la silla hundirse rápidamente. Sacando fuerzas de no sé dónde nadé hasta él, lo tomé de la camisa y lo llevé arriba. Ahí estaba Chabeli mirándonos y negándose a ayudarme. Me dejé llevar por la corriente haciendo cuando podía para mantener a papá a flote. Pérdidas las fuerzas me dejé vencer y no supe más.
Cuando desperté luego de dos días me vi entubado en la cama de un hospital y en la otra cama papá igualmente delicado.
Cuando me dieron de alta solo fue para ponerme en pie y mantenerme sentado junto a él tomándole sus manos cadavéricas. Le sobaba sus huesitos y me le recargaba en el brazo. Cosa curiosa, tan entregado a sus cuidados que había olvidado que existía Chabeli.
Cuando me lo dieron de alta y apenas lo vi bien, viajamos hasta Palaú, dónde
habíamos vivido por mucho tiempo y dónde teníamos una casita cerca de la colonia Americana. Le dije que no quería saber más nada de Sabinas y que juntos
echaríamos a andar la vivienda. Sabía que me ayudaría en muy poco, pero eso no me importaba. Todo cambió cuando de las palabras pasamos a los hechos.
Comprendía que papá no me creyera mucho y que de cuando en cuando se espantara cuando me ponía histérico porque algo no salía bien, pero le decía que no era por él y le devolvía la paz.
Una de esas veces se me vino el techo de madera encima, pero no pasó a mayores. Me fui a la ferretería a conseguir clavos y cuando volví encontré a papá arrastrándose recogiendo tablitas, clavos chuecos y cosas así. Apenas lo vi desde la camioneta y me le fui encima.
-¿Pero qué hace pá? ¿Se volvió loco? Usted ni mira bien, capaz le pasa un accidente.
-Te esfuerzas mucho, mijo. Yo tan inútil nomás miro. Tú sabes que siempre fui hombre de trabajo y…
-Por eso, pa. Eso ya pasó, usted ya no está en edad, ya no puede, ande venga,
deje lo llevo a su silla… caray, antes no se clavó una astilla… todavía si viera,
sería diferente.
-¡Que no, carajo, que no! ¡Déjame aquí, te digo!… Además, sí veo, y mejor que tú.
Y me detuve. Sus ojos estaban entre el coraje, la impotencia, la tristeza.
Me reincorporé y me metí a la casa. Sí veía. Nunca había estado ciego. Y se me
vinieron encima las muchas cosas que hice ante él amparándome en una supuesta ceguera, pero principalmente lo ocurrido en el río. Me había visto con todo y mis intenciones. El corazón me latía de prisa, los labios me temblaban y la punta de los dedos en mis pies me pulsaban. En realidad papá nunca me había hecho mal alguno, simplemente me había dejado llevar por el coraje de tener que cuidarlo nomás yo teniendo más hermanos. Ellos a toda madre viviendo sus vidas y pensando que con sus pinches dos mil pesos todo estaba arreglado… pero era papá, mi papá, ¿Qué fregados estaba haciendo? Asomándome a discreción por la ventana lo miraba ahí, entre encorajinado y entusiasmado. Una, por su imposibilidad, y otra, creo yo, porque había algo de esperanza en él de que yo estuviera siendo sincero. Y es que malo, malo, sí había sido con él. Pretender un perdón me costaría trabajo.
Una mañana de otoño lo encontré callado y mirando por la ventana. Sobre una
mesita estaba la foto de mamá, un vasito con sobras de ceviche y migajas de
galleta salada en el suelo. Caminé hacia él, tomé los manubrios un momento y
luego mis palmas pasaron a sus hombros. Estaba tibio. Respingó y volteó su cara
hacia mí.
-Me siento solo, mijo.
-Estoy con usté, pa.
-Lo sé, y sé lo mucho que me has dado en este año… pero siento que tu madre
está igual de aburrida que yo. Cómo que me quiere con ella. Son cosas de viejos,
mijo, no crea que lo desprecio a usted.
-No se apure, pa. Trato de imaginar como se ha de sentir, pero bueno, salgamos
de aquí y basta de tristezas.
Esa mañana hice lo que por años había querido hacer. Lo llevé al campo de la Minita donde los domingos se jugaba fútbol y a provechando la nublazón y el viento suave a favor, saqué unos enormes papalotes. Papá me miró extrañado, pero había una tímida sonrisa que me puso contento. Desplegué el papalote y así nomás me eché a correr por el campito hasta verlo subir y subir y subir. Cuando ya estuvo arriba se lo di a él. Su sonrisa era enorme, qué digo, chingona, grandota, reventadora. Años que no veía sus ringlera de dientes y sus ojos felices. Tomé los manubrios y lo llevé en una loca correría por el lugar. Me gritaba que parara, pero en su grito había un ¡Dale más, dale más Tolín!
Me estuve luego de un rato y poniéndome tras de él le tome sus manos flacas.
Ambos sentimos el jalonear del sedal y me acordé de aquel primer día de pesca cuando el pececillo casi escapa de mis manos pero él había ido a ayudarme a estirar el sedal de la caña de pescar. Lloré tras de él. Al darse cuenta soltó el hilo y el papalote se perdió en la lejanía. Tomó mis manos y yo dejé caer mi mentón en su calva.
-Lo quiero mucho, pa.
Pero no me respondió.
Nos fuimos al río y ahí mientras le daba un bocado de coctel de camarón, me dijo:
-Su madre está orgullosa de usted y yo también lo quiero, qué digo, lo amo.
Dos días después papá murió acostado en su cama. Lo encontré de lado con la foto de mamá en un puño y el papalote que no habíamos usado, contra su pecho.
Apreté mis puños y ahí parado como clavado al piso, ahogué mis dedos en un puño, los ojos se me chorrearon y miré por la ventana. Ni siquiera había podido despedirme de él. Le quité el papalote de su pecho, lo amarré al marco de la ventana abierta y estire el hilo hasta sus manos. Me acosté frente a él y pasé su brazo derecho por mi costado. Estaba frío, pero yo tibio. Me imaginé entonces ahí, de niño, siendo tan feliz y percibiendo ese aroma a minero tan característico.
Una tarde de invierno había estado tras él con la clara intención de lanzarlo al vacío, pero luego una mañana de verano volvía a estar tras de él como cuando él lo estaba tras de mí siendo yo un chamaco… y volvimos a volar un papalote, y lo volví a abrazar, besar, darle de comer en su boca, hacerle cosquillas, sacarle plática y mil cosas más… ¿Qué haces cuando estás con gente de alta alcurnia y te preguntan de tu origen? Caray, ahora echó una mirada larga, suspiro y empiezo a decir que nací de buenos padres y que recibí por tanto toda la buena instrucción para ser un buen ciudadano. Que tuve mi tiempo de pendejo, es verdad, pero que gracias a una bruta que me había empujado al vacío, había vuelto a la ruta
correcta, con la persona correcta y a quien había sepultado con honores, como se lo merecía.
AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO ARÉVALO
EL VIAJERO VINTAGE
@derechosreservadosindautor

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