La pluma del viajero

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“El agachón”

 ─Qué asco con tu mamá, Emilio, tener los perros dentro de la casa y ella comiendo buñuelos como si nada, ¿es en serio? ¿Así viviste toda tu vida?

─Sí, amor, pero somos aseados. Los perritos son limpios, salen, popean y limpiamos sus desechos.

─Nada qué ver, Emilio. A una semana de casarnos y no estarás pensando que traeré mis hijos aquí. Había oído cómo vivías, pero esto es exagerado, qué oso.

─Tranquila, amor, te va a oír, además, ella sabe que no te gustan los animales.

─Nomás tú, animaljajajaja

─Qué pesada, no me digas así.

─Pesada tu mamá. Esa obesidad la va a matar, ¡mírala, llenándose de azúcar!

─Ya, es mi mamá, recuérdalo. Yo jamás ofendo a la tuya.

─Obvio, mamá es otra cosa, de otra clase, jamás viviría así. Pero te voy a sacar de aquí, Mili. Conmigo tienes el futuro asegurado. Recuerda que mi carrera es más productiva que tu certificado de máquinas herramientas.

─Es el estudio que pudieron darme.

─Nomás faltó fueras veterinario, jajaja. Sería el colmo de la familia Burrón.

Entré en casa mientras Grecia se quedó en el umbral. De la vasija en plástico amarillo tomé la mitad de un buñuelo, lo golpeé con el borde del recipiente para quitarle un poco de azúcar y seguí camino a la cocina en busca de mamá.

Volvimos a los cinco minutos y ella, amabilísima, traía una docena de tamales.

─Toma, mija. Llévaselos a mi comadre. Están recién saliditos. Ten cuidado están algo calientes.

─Gracias, señora. Se los haré llegar, aunque es vegetariana; pero gracias. Igual tía Marlene tiene gatitos y se los puede dar.

─Amor, cómo crees, a los gatos no.

─ ¿Qué de malo? Son animalitos con derecho a comer, ¿no?

─Sí, amor, pero estos te los está dando para tu mamá.

─Siempre has sabido que en casa no comemos estas cosas, Emilio… bueno, a lo que vinimos, señora, estamos aquí porque…

─Pero pásale, mija, siéntate un poco y lo platicamos.

─Lo haría, pero es que a la tela de mi falda se le pegan las basuritas y pues, como es nueva.

─Si lo dices por mis perritos, nunca trepan. Seremos pobres, pero muy limpios.

─Aquí estoy bien…

─Ven, amor, siéntate, ¿Cómo vas a creer que estaré aquí sentado y tu ahí parada? esto es cosa seria.

─Señora, la boda es la otra semana y quería llevarla a comprar la ropa que ha de llevar. Mamá irá con nosotras pues ella se encargó de todo porque aquí el Mili no tenía dinero para casi nada, entonces le digo que mínimo nos diera lo de su ropa para vestirla y valla acorde al oufits de la familia.

─ ¡Pero si apenas me hicieron el traje les mandé fotos, mija!

─En palabras de mamá, es anticuado y fuera de tendencia.

─Me vestiré como yo me sienta cómoda y dile a mi comadre que no se apure por la repostería, yo misma la llevaré.

─¡¡No!! ¿Y lo preparará todo aquí?

─Amor, si no quieres las de mamá pues no, tranquila.

─Emilio, ¿Sabes cuánto gastó mamá en preparativos? Todo ha sido traído de San Antonio y Dallas. La repostería viene de Monterrey, y obvio no son empanadas de calabaza… gracias, señora, de todos modos, ¿entonces nos vamos?

─No, mija, iré vestida como yo lo decida… y te aclaro, linda, sé hacer todo tipo de repostería y a mi hijo le encantan las de calabaza.

─ ¡Mamá, por favor, no diga eso!, ande, vamos y no se me ponga así.

Mamá me miró serena, pero sus párpados temblaban. Claramente sus puños sudaban dentro de las bolsas del mandil. Esos cuatro o cinco segundos que me miró sin decir nada, me dijeron mucho, pero entonces la tomé del brazo en mi intento por llevarla afuera.

─¿Así se irá con el mandil?─atajó Grecia─ ¿no tiene unas sandalias? Emilio, vamos a Galerías Terranova, no manches.

─Ni me había fijado en eso, amor, perdóname… ¡Mamá, ya le había dicho desde ayer que estuviera lista!

Incomodada volvió adentro, se quitó el mandil y se puso sus zapatos de domingo. Grecia le echó un vistazo dejando ir una expresión de gracia como diciendo que no había gran diferencia.

Afuera y estacionada en doble fila, la señora Monserrat esperaba impaciente.

─Qué tal comadre, gusto en conocerla─ saludó mamá luego de la terrible dificultad que fue trepar a la altísima camioneta.

─Qué tal, señora. Mi hija me ha hablado mucho de usted.

─Espero cosas buenas.

─Sí. Le gustan los perritos.

─Mucho.

─Esas cosas a nosotros no─ expuso al tiempo que aceleraba─. Le digo a mi hija que ahora que estén casados cuiden mucho eso. Los animales son malos para los bebés. Son sucios y causan enfermedades. Además el barrio no ayuda mucho. Quince minutos tuve para que se me encendiera la alergia al polvo.

─Creo que a veces los humanos somos más propagadores de virulencias que los animalitos, comadre. Somos más venenosos, vanidosos, petulantes y claro, más asquerosos en nuestra manera de hablar. Ellos son agresivos cuando se ven amenazados, pero nosotros atacamos hasta al más inocente y pisoteamos al resto, ¿no cree?

Le apreté la mano a mamá en un intento de calmarla. La miré feo. Su opinión había sido tan filosa que al llegar al semáforo desde el volante salió una voz:

─ ¿Podría bajar, señora? Grecia, asegúrate que cuando lo haga no queden pelitos en el asiento.

Grecia, que iba de copiloto, se asomó atrás y me dijo:

─Amor, ¿le sacudes porfa?

Mamá había bajado con algo de dificultad y tan de prisa que yo no había podido ayudarla. Con la palma de mi mano limpié la tela ante la mirada de mi novia. Mamá había cerrado la puerta y yo, aturdido y sin saber qué hacer, escuchaba a mi novia cantar Lady Gaga como si nada hubiera pasado. Yo sudaba y al asomarme por el cristal trasero vi a mamá parda ahí, en la banqueta, mirándome con sus ojos de mujer dolida, pero sin perder la compostura. El cambio de luz se me hizo eterno y cuando por fin nos pusimos en marcha, la vi perderse en esa nebulosa tarde octubrina.

Grecia era el amor de mi vida. Había quitado de mi camino galanes que amenazaban arrebatármela. Luché por ella años y entonces ahí, en el altar y después de la bendición agradecí a Dios tantas benevolencias. Nuestro viaje por la Riviera Maya por tres semanas fue lo soñado. En pocas palabras nos olvidamos del mundo y al volver nos dedicamos a nuestro nuevo hogar. La suegra se había portado bien. Nos había dejado una casa grande y amueblada. Mi suegro me puso de gerente de almacén de su proveedora de tornillos y así, a los nueve meses nació nuestra primera hija. La nombramos Renata y un día después del bautismo me ganó la nostalgia. Hacía tanto que no veía a mamá que seguro estaría feliz de conocer a su nieta.

Al llegar la puerta estaba abierta. Tía Loli trapeaba y Lalo, su esposo, reparaba un trastero.

─Qué tal tía, ¿y mamá?

─…

─ ¿Por qué me ve así, tía?

─Mi hermana está en el asilo.

─ ¿Por?

─No preguntes algo de lo que tú tienes la respuesta. Le compré la casa y me pidió la pusiera en un asilo. No entendió razones. Con el dinero paga su pensión. Allá en el cuarto del fondo hay cosas que tal vez te sirvan. Déjame aquí la niña, no le vaya a picar alguna arañita.

El cuarto fue una lanzada de filosas dagas a mi alma. En la mera entrada había una enorme canasta de bolsitas de repostería qué supe eran para mi boda. Al abrir una de ellas el olor a calabaza fermentada me estalló el alma En la misma y ya deshidratados, la bolsa despreciada de tamales. Había fotos de mis cumpleaños, ropa mía y algunos discos de La Rondalla de Saltillo y Mocedades que junto a ella escuchaba por las tardes cuando volvía de la prepa. El aire se me fue y al recargarme en la pared sentí una veloz cucaracha andar por mi oreja derecha. Me la sacudí y salí presuroso. Le quité a mi hija a la tía y abordé mi auto nuevo.

En el asilo mamá se negó a recibirme, pero al verme a lo lejos claramente la vi llorando. Alcé a Renata para que la viera, pero ella tomó las ruedas de la silla y se condujo adentro.

Una semana después mamá murió y yo seguí siendo el marido agachón que tenía que agradecer por todo porque mi certificado de prepa en máquinas herramientas no valía nada contra los reconocimientos de la facultad de mi esposa. Trago asquerosos platillos gourmet mientras anhelo las albóndigas, los tamales y los frijoles refritos. Vivo la miseria de ser el hombre más manipulado y que por cobarde vive lamiéndole las botas a su suegro. Atiendo a mi suegra porque de no hacerlo mi esposa se molesta y dejarme en la calle es su amenaza más dicha desde que me casé con ella. Mi pregunta existencial a últimas fechas es ¿exactamente qué soy?

AUTOR:JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE

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