La pluma del viajero

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“LA OSCURIDAD”

Tomé a mamá del brazo, le dije a Jesse que era suficiente y trepé a la camioneta. No había marcha atrás. Ni de mis hijos que eran mi adoración me despedí porque lo que estaba sucediendo me sobrepasada. Cuarenta años en Houston me habían permitido crear una situación económica envidiable. Nada me había sido regalado. Dedicarme a mi trabajo me había dado todo como un resultado natural y como era natural, quería que aquella prosperidad abrazara a quien un día me había echado veinte taquitos de frijoles refritos, una cantimplora con limonada y una bendición. Mamá se había quedado en Ocampo llorando luego de días suplicándome que no me fuera. Mamá entonces todavía era joven, pero confiado en que jamás se me volvería una vieja, me perdí por años de su compañía. Por eso, apenas pude le arreglé sus papeles y me la traje a vivir a Houston. Fácil no fue. Mis hermanas no me la querían soltar y el lloradero de los nietos dejaron bien rota a mamá que lloró la despedida buena parte del camino. Le dije que en USA también tenía nietos, que igual se encariñaría con ellos. Le hablé de mi esposa Jessie y sus gustos por la pintura; de Christopher y de Alphonse, mis niños que con sus buenas calificaciones constantemente eran galardonados.

Cada media hora me llamaban por teléfono para saber por donde venía. Ya me encargaban una cosa de Múzquiz, ya de Piedras Negras y así hasta que finalmente llegamos.

Mis hijos tardaron más de cuarenta y cinco minutos para bajar de sus habitaciones para venir y saludar a su abuela. Cuando sucedió, lo hicieron sin dejar de mirar su celular. Jessie le besó muy apenas la mejilla y sin abrazarla pues traía un pincel y manchas de óleo en sus manos. Intentando lucirme con la llegada de mamá le pedí a Jessie que preparara algo para la noche. Mamá no cenó porque la carne era imposible por su falta de dentadura. Caray, había platicado con ella todo el camino y no había advertido tal cosa. En corto tiempo tuvo su placa y su cara era tan distinta. Mamá no era feliz, por lo menos no la veía así porque cuando volvía de trabajar la encontraba en el patio sentada en una silla mirando y alimentando los patos. Por más que le pedía me dijera qué le faltaba, su respuesta era, nada.

Llévame a casa, mijo, me dijo una noche después de que la había traído del médico. Me hice el sordo porque tanto trabajo tenía que no era momento para volver a México.

La tercera vez que se le cayó la placa, la regañé fuerte y le pedí que siguiera las instrucciones del médico de no masticar cosas difíciles. Le pedí dejara de caminar por el parque porque contratar a una enfermera para que le untara pomadas por las caídas no era muy viable. Jessie ya había comenzado a quejarse y yo quería todo menos sentirme abrumado.

Llévame al rancho, mijo, y otra vez hui por la tangente porque sabía cómo era mamá de terca y no podía estarla consintiendo.

Después de la fiesta de celebración por sus setenta años, me puse hasta el tope de borracho y comí tanto que vomité media casa. Entre me voy y me quedo alcancé a ver a mamá de rodillas limpiando mis asquerosidades.

Cuando desperté mamá me esperaba con un té, que Jessie me quitó de las manos para darme un jarabe. Mamá guardo silencio sin hacer expresión alguna. Se puso en pie, camino encorvada y se puso a lavar la montaña de trastos en la cocina.

Por la tarde les hablé a mis hijos en privado, los reprendí porque desde que había traído a mamá a vivir con nosotros nunca o casi nunca se le habían acercado, se la vivían en sus celulares y en otro mundo.

Mamá dice que no es de nuestra clase, y que lo menos que debemos hacer es hablar español, me dijo Alphonse. Su respuesta fue tan contundente y el apoyo de su hermano a lo que decía que me quedé frío. Les recogí sus celulares y les dije que en un par de días los quería ver en convivencia con su abuela. Jessie se me vino encima y sin reclamarle lo que me habían revelado los muchachos, la ignoré.

Dicen que la curiosidad mató al gato y aun cuando en esta ocasión no murió ningún gato, si mi amor por Jessie. Preparé todo lo necesario para el momento indicado, y por eso, cuando una noche vi que bruscamente le quito la tortillera a mamá, la tomé del brazo, la subí a la camioneta y tras decirle a Jessie que No más, me fui.

Lloré, sí, lloré gran parte del camino. Me dolíalo que estaba haciendo, pero había criado monstruos. Me había traído a mamá a vivir a un mundo que no era el suyo y que de setenta años, había pasado a noventa en muy poco tiempo. Mis hermanas habían dejado Ocampo para irse a vivir a Lamadrid, pero apenas supieron que íbamos hicieron planes.

Llegamos de noche al rancho y todo estaba en tinieblas. Me sorprendió ver a mamá bajarse de la camioneta, caminar segura a la casa, encender el quinqué, limpiar la mesa y… pare, mamá, siéntese, viene cansada. Pero ella estaba feliz, se le notaba. Mientras bajaba las cosas que previamente había puesto en la camioneta, la veía ahí, sentada en esas viejas sillas de madera que existían desde que yo era niño. Me le acerqué y le toqué la cabeza. Ya está a salvo, mamá. No la volveré a dejar sola. Y arrodillado la abracé por la cintura viniéndoseme encima las crueles imágenes que había visto en la galería de fotos y videos en los celulares de mis hijos en los que junto a su madre maltrataban a mamá. Videos cueles en los que en una bofetada le tumbaban la placa, le hacían moretones y le lanzaban blasfemias en inglés. Lo peor, grabaron cuando Jessie la obligó a tirarse al suelo a limpiar mi vómito.

Mamá no quiso luz. Ella quería recibir el día como Dios manda y terminarlo encendiendo un quinqué. Me había traído mucho más que suficiente como para vivir cómodamente con mamá, pero no queriéndome sentir un inútil puse un negocio de artículos para la siembra.

Jamás olvidaré ese día cuando llegaron mis hermanas y mis sobrinos para recibir a mamá. Nunca había visto tantas lagrimas de alegría. Ellos de verdad la amaban, mientras que aquellos la odiaban sin razón alguna… ¿Dónde debía estar yo? Y si el mundo me juzga, que me juzgue. Antes de tener una esposa, tuve una madre, y ninguna hija de su putísima madre iba a venir a arruinármela.

AUTOR: DE DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE

@derechosreservadosindautor.

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