La pluma del viajero

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EL EMPEÑO

Salí de la casa de empeño sin mi lavadora, estufa y anillos de boda. Al día siguiente regresaría a dejar el tanque se gas, dos mecedoras y un ropero, este último sería un atrevimiento pues tenía una puerta medio floja. En la funeraria tenían todo listo  y bajo promesa escrita de que al día que seguía liquidaría el total. Me señalaron un ataúd que de sólo verlo sentí una piedrota atorada en el pescuezo. Mamá no merecía eso, merecía ser envuelta en alas de ángel y llena de flores, pero su larga enfermedad de tres años había acabado con todo lo poquito que teníamos. Mi marido se había ido reclamándome que prefería a mamá que a él. Entiende Tano, mamá me necesita y voy a estar con ella hasta cuando Dios quiera. Pues a ver si Dios te da de tragar, porque yo me voy.

Y se fue dejándome deudas que terminé ignorando. Los trámites para el sepelio fueron de infierno. Mientras mamá estaba viajando del hospital a la funeraria, yo había estado en casa de mi hermano Braulio, que vivía a dos cuadras  y que enemistado estaba conmigo, para que me diera oportunidad de enterrar a mamá en su terreno que había comprado en el cementerio. Ya ni la amuelas Paca, tengo dos de familia y está listo justo pa nosotros. Ve al municipio a ver si te hacen descuento, pero échale llorada pa que se conduelan. Derrotada terminé empeñando las escrituras de la casa que era lo que me restaba.

Caída la tarde llegó mi hermana Priscila de San Antonio. Cinco años allá le habían cambiado el corazón olvidándose de su hermana que tanto la quería y de su mamá que moría por ser visitada aunque fuera el Día de las Madres. Enviaba 25 dlls cada dos meses y me exigía en llamadas alimentara bien a mamá. Cuando la vi entrar a la solitaria funeraria se fue directo al ataúd. Sin asomarse a ver a mamá se me fue encima para decirme ¿Qué es esto, Paca? Esta caja está horrible, de madera y de terciopelo, ¡¡¡qué vergüenza, Dios mio!!! Sus ojos eran más que fuego y sus puños apretados como para molerme a golpes.

Enseguida y seguida por los encargados de la funeraria, se llevaron el cajón y luego de veinte minutos volvieron con uno nuevo y de bellos adornos metálicos. Cuando quise acercarme a ver a mamá, Priscila me dijo, No pongas tus dedotes en el cristal, que lo vas a manchar. Mamá no tenía su vestido de manta que me había jurado que le pusiera en su muerte. Pricila la había vestido muy lujosa y la había maquillado cuando mamá odiaba andar “pinturreada” como decía ella.

El día del sepelio solo yo caminaba tras la carroza. Mis primas cuchicheaban y mis cuñadas cantaban coros cristianos. Mi hermana venía más atrás en su camioneta blanca de enormes dimensiones. Los pies me latian y las sienes me taladraban. Ya en el cementerio mi hermana miraba a los demás con puros fuchis. Mi cuñado, que era pastor evangélico allá en Texas, dio un eterno sermón ante la espectacularidad de una priscila derramando aceite de oliva en el cristal y claro, muchas, pero muchas lágrimas. Sus cabellos rubios, su rostro maquillado y sus expresiones de dolor, todas en inglés me hicieron recordar Lo que él viento se llevó.

El cajón bajó y mi hermana con él desgarrandose el vestido e hiriendose la pierna derecha. La sangre manchó el ataúd y todos gemían alarmados. Mi cuñado siguió cantando mientras los enterradores sacaban a una mujer que aferrada al féretro pedía le echaran tierra pues sin mamá no podría vivir.

¿Y las escrituras? Me dijo caída la noche. Empeñadas, le respondí. Qué estúpida, Francisca. Siempre inútil y tonta. Apenas amanezca vamos por ellas, concluyó. Y como para qué si la casa está a mi nombre.  Hay Paca, tengo dinero y aquí en tu cochino  México con dinero baila el perro.

Mi hermana me quitó la casa, pero como era diabética y se había raspado con el cajón el día del sepelio, se fue yendo a pedazos al grado de que mi cuñado me la vino a dejar a México sin una pierna y medio ciega. Me aventó las escrituras y tras un montón de frases en inglés, se fue. Pagar mal por mal no es lo mío. Mamá siempre me enseñó a amar a mis hermanos fueran como fueran. Mi hermana la gringa tuvo que vivir una larga temporada comiendo más que pobremente, no había más. Mejoramos un poco, pero seguimos enfrentando la carencia. Olvidar a mamá, nunca, y sus enseñanzas, mucho menos. El cajón que ella despreció sigue guardado ahí, en el cuarto de los cachivaches. Ella está muy malita y si Dios se la lleva primero, pues ahí  está esperándola. Como dijera mamá, sólo el rico desperdicia porque le sobra, pero uno, uno hasta las hojas de quelite le saben sabrosas con salsita. Mamá y sus enseñanzas.

AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE
@derechosreservadosindautor

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