La pluma del viajero

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MAL DE OJO

Tía Plinia tenía todas las intenciones de darme el abrazo de año nuevo, pero yo, como lo había hecho por más de diez años, me volteaba hacia otro lado haciéndole notar y sentir que en mi vida no deseaba ridículas expresiones de buenos deseos de parte de ella. Tía era mi adoración. Me había criado como si fuera su hija y me había brindado muchísimo más amor que el que mi misma madre me hubiera dado. Pero estaba ahí, de hipócrita, sonriéndome a lo lejos y deseando acercarse a la mínima señal de que respondiese a sus expresiones, pero eso no sucedería jamás, menos cuando por su culpa el momento más feliz de mi vida había pasado a ser el más amargo. Tía era una de esas mujeres frustradas cargando un hijo malformado y por lo mismo aterrador. Jacobin le había nacido  simplemente raro. Su ojo derecho estaba casi pegado a su nariz y oreja, lo que le daba una asquerosa apariencia. Dejé de visitar a tía por eso, me daba miedo ese primito del que nunca hablaba porque lo que menos quería era que me relacionaron con él. Cuando su papá se lo llevaba a Monclova era cuando aprovechaba para visitar a tía y hasta quedarme con ella por meses.

Cuando me embaracé a los quince, tía fue la primera en irse a parar a la mera puerta del tal Epigmenio, sacarlo de los cabellos y obligarlo a responderme. Cuando sospechó que el fulano andaba muy enjoyado y metido en malas cosas, nomás hizo lo debido legalmente para demandar por abuso de menores y que mínimo me pasara una pensión cuando el bebé naciera. El Epigmenio me buscó muchas veces porque siendo él veinte años mayor, quería quitara la demanda que tía había puesto.

Amaba ir con tía Plinia al centro porque muy a diferencia de mamá, ella sí estaba emocionadísima del próximo nacimiento. Pasábamos los minutos pensando en el nombre que le pondríamos mientras comprábamos ropa para el bebé y la carriola.
Cuando llegó el momento mamá le llamó a tía Plinia para pedirle estuviera conmigo porque ella tenía que estar en el trabajo. Tía llegó nerviosa y aguardando el momento para llamar a la ambulancia. Cuando ya no podía mas y tras la tardanza de la ambulancia, un vecino nos llevó a la clínica. Me intervinieron de emergencia y ya para las diez de la mañana, mi bebé estaba en mis brazos. Era una niña blanca de ojos verdes tan parecida a mamá. Estaba rendida, de modo que quedé tan dormida que al abrir los ojos mamá me recibió con un ramo de rosas y una enorme sonrisa. Le pregunté por tía, pero simplemente me dijo que se había ido desde un día antes y no había vuelto.

Tres días después volví a casa y apareció tía. Extraña y de rostro ensombrecido se me acercó, me acarició la mejilla y me dio un beso en la frente. Delicada destapó la sabanita qué cubría la cara rosadita de mi bebé y medio sonrió. La niña se estremeció y comenzó a llorar. Ay, no, ya asusté a la bebé, dijo tía cargándola y meciéndola en sus brazos. Su lloro fue a más hasta que devolviéndomela la prendí de mi pecho y durmió. Esa noche soñé caimanes en mi cama, tarántulas en mi comida y cuervos negros en mi alacena. Al amanecer mi niña era otra. Los médicos no me daban respuestas y doña Clote, más sabía que el mismo Salomón, simplemente me dijo que mirara fijamente el huevo en el agua. Ahí esta, mija, alguien le dejó la larva de la enfermedad a tu bebé. Alguien cercano a ti codicia tus bendiciones.
Al quinto día mi niña amaneció muerta y mi grito se escuchó tres cuadras a la redonda. En pleno entierro y mientras la agonía arrasaba con todos, escuché un murmullo diciendo: Dicen que le hicieron mal de ojo, sí, seguro que sí, quién sabe quien la tuvo cerca y le pasó la mala vibra. No había vuelta de hoja, tía Plinia me la había matado. Todo apuntaba que esa mujer de actitudes extrañas me la había maldecido. Cegada la busqué entre los
deudos hasta que la encontré llorando en la cocina. Me le fui encima tomándola de los cabellos, cacheteándola y diciéndole hasta delo que iba a morir.-¿Por qué me hizo esto tía?
-¡Cálmate, hija! ¿Qué ocurre?
-Ahora lo entiendo. Seguro envidiaba mi suerte de tener un hijo sano y no malformado como el de usted… ¡la odio, tía, la odio!
Y los azotes de mis puños contra su pecho no tenían respuesta pues ella igual lloraba soportándolo todo. Alguien me quitó de ahí y tía termino yéndose. Cuando la vi en el panteón volví a arremeter contra ella al grado de arañarle la cara y romperle el vestido. La vi ir corriendo y saliendo del panteón.
Tía se fue a vivir a Piedras Negras y así, cada Navidad y Año Nuevo la veía llegar a casa buscando esa oportunidad de reconciliación, sin embargo, siempre fui enemiga de eso. Tía me tenía miedo, respeto o no sé, pero no se me acercaba.
Una mañana de Navidad me puse tan mala de tanta tragazón, que fui a dar al hospital. Como siempre pasa en estos casos, si estas enferma nadie quiere cuidarte. Mamá se había ido desde el 24 a Dallas y mis abuelos estaban en Candela.
Sola y entristecida me las vi negras en casa. Vómito, diarrea, todo contra mí y sin nadie que pudiera ayudarme. Con la cabeza metida en la taza recubierta de sarro, vomité tanto hasta casi perder el sentido. Miré el techo de lámina y exhalé un《Ayúdame desde el cielo, mija》y la puerta se abrió dejando ver en nebulosa la imagen de tía Plinia yendo de un lugar a otro gimiendo y pidiéndome que me calmara, que me ayudaría, que todo estaría bien.

Cuando abrí los ojos tía estaba sentada encima del baúl y recargada en la pared.
Roncaba. En el buró algunos medicamentos y una cazuelita con fideos. Sus dedos rodeaban un rosario y a sus pies una Biblia que en cierto momento de cansancio había resbalado de sus piernas hasta caer.
Cuando despertó y me vio con los ojos abiertos se fue contra mí, me tocó la frente, el pecho y corrió a calentar la sopa.
-Recuéstate, tienes que alimentarte, mija… Ay diosito lindo, gracias Señor mío.
Al sentir la cuchara en mis labios, los apreté.
-Vamos, niña, tienes qué reponerte.
-Váyase, tía, déjeme sola.
-Por Dios, mija. No te dejaré, jamás lo haré.
-Máteme, estoy en sus manos.
-¿Pero qué dices, Maty? Años sin entender qué pasa, mija.
-Me mató a mi bebé, ¿y todavía me pregunta?
Tía se echó a llorar ante mi mirada cargada de odio. La palabra hipocresía se quedaba corta en esa imagen de mujer haciéndose la víctima.
-Váyase, tía. No quiero verla aquí.
-Muchas veces oí decir sobre eso de lo que ahora me acusas. Me iré, si es lo que quieres, pero estaré ahí afuera por si necesitas algo. Aquella vez que nació mi sobrina no estuve a tu lado porque mi hijo murió y tuve que ir a Monclova a llorarle y a enterrarlo. Cuando volví contigo estaba devastada. Mi hijo era mi todo, también tú, siempre tú, Maty. Pero optaste por creer que mi dolor, me pesar, el estar vacía sin mi hijo, era mala vibra. Y me atacaste, llamaste de mil modos a mi hijo, a ese que acababa de enterrar… pero está bien, Maty, está bien.
Tía Plinia salió de la casa y la vi sentarse en la mecedora del patio. Esa tarde me rehusé a llamarla aunque estuviera muriendo de hambre.
A media noche me desperté porque tía me echaba una frazada, me levantaba la cabeza de la nuca para que tomara una pastilla. Olía a panqueques.
-Anda, mija, toma tu medicina y luego, luego un panqueque, desde niña te gustaron.
Mi cabeza sentía la tibieza de su regazo y así, desde esa posición, veía las manos avejentadas de tía Plinia. En ese momento me eché a llorar volteándome hacia el otro lado de la cama. Tía me abrazó y besó la cabeza y los hombros. Podía sentir su amor pese a todos los males y desaires que le había hecho.
-Perdóname, tía, ay no, ay no, me siento vacía, me siento infame, perdóneme, por favor.
Tía no le había echo mal de ojo, no. Más bien había sido yo la que le había echado el ojo como la única culpable de mi tragedia.
Tres días adelante fuimos al cementerio y lloramos abrazadas sin decirnos una sola palabra. Algo estaba roto, pero ambas deseábamos con todo el alma volverlo a pegar.

Autor: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE
@derechosreservadosindautor

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