La pluma del viajero

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EL JEFE

Mauro Colli me tomó de las solapas del saco, me miró con furia y de tajo me dijo: Última vez que tocas mi almuerzo. Tenía tres horas en esa oficina y siendo nuevo en ese empleo lo único que deseaba es ser bien visto por mis compañeros y demás personal. Me había ocupado en ordenar mi área de trabajo y quise así mismo asear el resto, ser ingeniero no me quitaba tener el espíritu de limpieza aunque no fuera mi deber oficial. Saqué la basura ante la mirada impávida del resto y cuando llegué al módulo personal me mi jefe, rocié aroma, pasé un trapo e intenté poner su lonchera a un lado de la impresora y fue justo cuando él entró.

Había tenido contacto con él durante la entrevista y sí, era algo recio y de carácter fuerte pese a su apariencia amable. Había escrutado hasta en mis maneras de vivir, gustos, viejos empleos, diversiones y hasta la razón de mi cicatriz a un lado de mi ceja izquierda. Deseoso de tener mi primer empleo de lo que había estudiado y siendo una buena empresa no dude ni en contarle hasta las razones por las que me había divorciado hacía un año.

-Juanita sabe lo que se toca y no se toca en mi escritorio, muchachito. Esta no es tu chamba, tampoco tu zona de trabajo, ¡¡¡Así que lárgate a la tuya!!!

Mis sienes se calentaron, mis manos tomaron un temblor jamás vivido y sentí un hervor facial fruto de la vergüenza. Y se quedó ahí, de pie, mirándome fijamente haciéndome sentir tan pequeño. Volví al cubículo, silenciado y apabullado. Sentía la mirada de mis compañeros seguir mi aporreada figura andar por ese pasillo que por primera vez me pareció inacabable.

El área administrativa era una tumba. No había convivencia porque el silencio y la concentración eran dos palabras que el señor Colli pedía respetar. Me costó trabajo hacer amigos porque la gran mayoría se sentía conocedor de todo y yo, nuevo y recién egresado, me faltaba mucho para amistar con ellos. Escuchaba de reuniones y cosas así, pero evitaba inmiscuirme. La verdad era que no quería me preguntaran sobre mi experiencia de hacia ya casi dos meses.

Dos días antes de Navidad el señor Colli entró puntual. Todos ya estaban con las piernas juntas, dedos en teclados y miradas al monitor. Sólo se escuchaba la voz de Lidia, que recibía llamadas de la gerencia estatal. El duro golpe sobre el escritorio de uno de nuestros compañeros nos alteró a todos y sin saber de donde provenía nos conformamos con tragar saliva, continuar trabajando y escuchar lo que decía. Cuando reconocimos los temas de su ira, supimos al momento que estaba estacionado en el módulo de Carmelita.

Para el señor Colli no había sexos, solo empleados con una responsabilidad que habría de cumplirse impecable. La falla de Carmelita la había hecho acreedora a tal cantidad de insultos que aunque hubiéramos querido ir en su defensa, nadie lo hizo. Entonces se fue y tras la tragedia solo restó un silencio de entre el que sobresalía un suave sollozo qué fue acabado con un ¡¡¡Y cállese, que ya está grandecita para lloriquear. Dedíquese a hacer su trabajo!!!… y ahora sí el resto de la tarde fue silencio.

Trabajar ahí era un infierno emocional. Se ganaba muy bien, pero una falla podría mandarte al psicólogo para que pudiera sacarte del alma el que fueras un inútil, estorbo, bueno para absolutamente nada y siendo más extremoso, un intento de suicidio.

Había un comedor que jamás se usaba. El señor Colli lo había sellado desde que un cliente había dejado de solicitar nuestros servicios. Siendo Navidad ni imaginar en una posada o brindis entre compañeros por Fin de año. Comprarse pastel para celebrar cumpleaños, ufff, ni imaginarlo.

El señor Colli advirtió que mi persona era evitada en reuniones de fines de semana y actividades de grupo, por ello comenzó a solicitarme cosas que incomodaban al resto. Eso sólo aumentó que ellos me evitaran todavía mucho más.

Tres días después del Año Nuevo saliendo de la oficina se ofreció a llevarme al supermercado pues tanto él como uno de sus hijos iría.

Se estacionó frente a su casa, sonó el claxon llamando a su hijo, pero en lugar de salir él, salió su esposa. Al advertir que no iba solo se acercó al auto.

-El niño aún no está listo, Mauro. Entra en casa para que comas junto a tu compañero y luego se van.

El señor Colli me miró frío, pero la mirada de ella era más punzante que la del mismo Diablo. Él bajo y tremendamente apenado lo seguí. El ambiente en la mesa era frio. La mujer me preguntaba cosas a las que respondía lo más alegre posible, pero el señor Colli no decía una palabra, lo cual me ponía un tanto tenso.

Durante la sobremesa y luego de develar mi intención de superarme, recibir a cambio de mi comentario una media sonrisa burlona de mi jefe, agradecí la comida, tomé mi plato para lavarlo y la mujer me detuvo del brazo volteando a ver a su marido.

-¿Qué haces, Mauro? ¿Estás viendo que se ha levantado y no haces nada? Siéntese joven, no se preocupe. Mauro recogerá la mesa, lavará la vajilla usada y listo… ¿cómo va a creer que un invitado lavará su plato? ¡que barbaridad! Tenemos que hablar sobre esto, Mauro… a todo esto, creí escuchar en la charla que cumple años en dos días. Lo quiero ver aquí, le haré su platillo favorito, ¿Cuál es? Bueno, ya me avisa con Mauro… ¿Aún no terminas con esa vajilla, Mauro? El joven tiene sus cosas por hacer y tu lentitud lo está atrasando.

-Casandra, ya basta, en eso estoy.

La mujer lo miró bajando en entrecejo y se le acercó cautelosa.

-¿Ya basta de qué, Mauro?

El señor Colli no despegaba la mirada de sus manos enjabonadas.

-Te estoy hablando, Mauro, ¿ya basta de qué? ¿Estás callándome? Está bien, quieres lucirte, bien, bien… ¡¡Chuy, Chuy, mijo!!

-¿Sí, mamá?

-Acompaña al joven al supermercado, a donde iban a ir. Toma las llaves del auto. Ten cuidado al conducir.

-Pero, ¿y papa?

-¿Tú también? Tu padre se pondrá a trapear todos los pisos, bañará y alimentará a los perros… nomás eso me faltaba, que hasta mi marido se me trepara. Y usted no lo olvide joven, en dos días lo quiero aquí celebrando su cumpleaños.

El lunes por la mañana el señor  Colli llegó con una rosca de Reyes. El comedor se abrió y cada uno tomó su trozo de pan. Temeroso un compañero puso música, pero el temor se le fue cuando el señor Colli empezó a tararearla.

-Reséndiz- me dijo mi jefe en solitario y tomándome del hombro cuando recogía los desechables- Ese soy yo en todos mis días. En casa no soy dueño ni de mis tiempos y autoridad de nada soy.

-¿Y quiere serlo aquí, con nosotros?-le dije atrevidamente- bueno, es nuestro jefe, esta es su empresa, pero…

-No diga nada, muchacho. Haré lo mejor para cambiar, pero, pero usted no vio nada, ¿me lo promete?

-No se preocupe, señor Colli, no se apure. No quise incomodarlo ese día, y usted lo sabe.

-Vienen cosas buenas, Reséndiz, ya lo verá.

Con diez años de casado y dos hijos, él señor Colli se divorció. Siguió dirigiendo la empresa a distancia, pero aprendí y aprendió una gran lección. A veces queremos gobernar con tiranía cuando en casa somos sojuzgados y violentados. La violencia genera viviolencia y eso no cabe duda.

AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE
@derechosreservadosindautor

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