EL TRAILERO
Levanto mis manos aunque no tenga fuerzas y siento el amor de mi Jesús en mi pecho, pero al mismo tiempo un lengüetazo del Diablo ensalivando mi trasero… entonces recuerdo a Anita siendo la última en subir. Era hondureña, creo, ¿o colombiana? no sé, pero viajaba junto a su mamá desde Tula, en Hidalgo. Ahí solo me había estacionado media hora pues había salido tan atrasado de mi pueblo que ni oportunidad había tenido de verificar a los tripulantes. Viajar desde Tula hasta Saltillo fue un infierno. Un tramo largo y silencioso en el que hacía paradas en lugares previamente establecidos. No me era permitido, pero soy humano y estando ahí, en medio de la nada, abría las puertas y dejaba que los extranjeros bajaran a tomar aunque fuera un poquito de aire y hacer convivencia. Se veían cansados, pero sabían de antemano lo que un viaje así podría ser. No me gustaba verlos cada vez más débiles, pero eso sí, no parecían perder su deseo de pisar tierra prometida. Por ello optaba por irme al monte, canturrear un poco y ver desde alguna cima, a toda esa gente tirada alrededor del tráiler en la siesta. Cuando el claxon sonaba, todos trepaban. Por el espejo retrovisor miraba y gritaba que si todos estaban dentro, entonces bajaba y ponía las cerraduras. Me desagradaba verlos subir porque animales no eran. En ese viaje conocí a Pedro Fragua, un nicaragüense que no paraba de hablar de su tío el dueño de hectáreas de papa al norte de Idaho. A Katia Rosas, la venezolana que pretendía ser modelo en Indianapolis y claro, a Pedro Jaír, curtidor de pieles que ya se veía trabajando en alguna peletería texana.
Al llegar al poblado de Hermanas, en Coahuila, ya no veía prudente dejar salir a nadie. Era el último tramo antes de llegar a la frontera y debía tener más cuidado. Caídas las cuatro de la tarde opté por estacionarme, bajar, rentar una hora un cuartito de las aguas termales y reponerme. Al volver pegué mi oído a la caja del tráiler y podía escuchar las quejas provocadas por la falta de agua, comida y tal vez hasta aire. Pegando mi frente a la caja elevé una plegaria y una alabanza a mi Jesús. Ocasionalmente sentía enormes deseos de correr los cerrojos, pero lo soportaba. Con todo y que no era mi primer viaje llevando migrantes extranjeros, ese viaje en particular me había sido distinto porque relacionarme con lo que transportaba me había formado un sentimiento de apego. Pero ya estaba ahí y esa gente gimiendo dentro me destrozaba.
Reanudado el viaje sintonicé “Magna luz” programa de música cristiana que mitigaba en mucho la conciencia por ser parte de todo aquello. Bueno, mi labor solo era trasportar, yo no elegía ni llamaba, tampoco arreglaba nada y mucho menos recogía dinero. Me pagaban de vuelta en casa y entonces todo lo que había pasado en el viaje quedaba en el olvido.
Anita me había contado tanto de su vida. Soñaba llegar a Dallas, encontrarse con su papá y llevar a su mamá a una clínica que la curaría de una terrible enfermedad con la que había luchado mucho y que en México no le habían solucionado. Usted es como mi papá, don Anteo, me dijo en uno de los descansos, así, noble y de mucha plática. Ser hombre apegado a la palabra lo vuelve bueno.
Ese descanso fue el último antes de cerrar las puertas y Anita fue la última en subir. No más descansos hasta que entregara el tráiler del otro lado de la frontera.
Apenas supe que todos estaban dentro atranqué los cerrojos, abordé la unidad y sintonicé temas de adoración. Mi destino era tan largo que debía pensar en sobrevivir, bueno, no tanto como los que llevaba dentro del camión, pero al fin y al cabo sobrevivir. Siendo realistas se vive y se sobrevive para cumplir metas, propósitos. Los que iban dentro anhelaban el llamado “Sueño americano” y yo, tan cristiano como era, mi sueño se basaba en mi vida de pastor, la cual me llenaba. Esa era mi vida, y ser transportista de migrantes me ayudaría a terminar de levantar mi templo. Visualizarlo así, con letras grandes “Iglesia de Cristo Resucitado” me llenaba de espiritualidad.
La carretera Acuña a Piedras Negras es tenebrosa. En septiembre y cuando los calores empiezan a desaparecer, los aromas frescos del Río Bravo inundan los pulmones y el alma. Ese viaje me hacía sentir vacío, podía sentir el clamor de quienes iban dentro. Habían pasado horas y horas y sabía del horrible calor que los estaría consumiendo. Jesús, Señor mío, te he servido como pastor por años, esto es mi trabajo nada más, Señor mío… y si levanto mis manos cuando tengo mil problemas siempre estás ahí para sanarme. Sana mis miedos Señor, Rey de Reyes.
La radio sonó y una voz me decía que parara el tráiler pues había revisión inesperada cerca a Ciudad Acuña. Sin pensarlo me interné en el monte tomando un camino abandonado. Luego de más de dos kilómetros detuve la unidad y mirando a mi alrededor me vi enteramente solo. El sol pegaba con brutalidad y pegando el oído a la lámina caliente escuchaba los gritos ahogados de la gente. Atemorizado quité las trancas, pero acobardado las volvía poner y hui entre el monte.
Un par de semanas después, a finales de agosto y a punto de irme al templo,vi la nota en los noticieros sobre el hallazgo del tráiler. El video mostrando a Pablo Guillén, que intentaba llegar a Denton, en Texas, saliendo a rastras del camión, me rompió el alma. Anita y su madre estaban muertas, también Pedro Fragua y Katia Rosas.
Ese domingo, ajustada la corbata y puesto mi saco subí al púlpito, tomé el micrófono y prediqué sobre las benevolencias de mi Jesús. Jesús, siempre has estado aquí y nunca me has fallado… cansado del camino, sediento de ti, un desierto he cruzado, sin fuerzas he quedado, vengo a ti… luché como un soldado y a veces sufrí, y aunque la lucha he ganado mi armadura he desgastado, vengo a ti… entonces, sintiéndome sumergido en el río de su espíritu y viendo a mis feligreses llenos del espíritu me sentí salvo.
AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE
@derechosreservadosindautor
Mantente informado las 24 horas, los 7 días de la semana. Da click en el enlace y descarga nuestra App!