La pluma del viajero

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EL ABANDONO

Mamá empezó a olvidarme a sus cuarenta estando yo en mis quince. Mis tres hermanos mayores desaparecieron y yo, cargada de sueños, tuve que ponerlos todos en una hoguera y prenderles fuego. Así, de a poco y padeciendo los horrores del olvido y la soledad, comencé a volverme una ermitaña. Rematé mi violín, las dos flautas dulces y el clarinete. Me dolía no volver a clases y mi sueño de tocar en una sinfónica se esfumó. Cada día que pasaba me iba volviendo más y más inexistente para una mujer que se la pasaba en el jardín cazando mariposas invisibles. Mis caricias eran contestadas con manotazos irreflexivos y mis palabras de amor con exigencia de comida, calor o frío. Mamá, esa mujer que había sido mi adoración en toda mi infancia ahora estaba ahí, siendo toda odiada por su hija que de soñar ya no tenía permiso. Del amor pasé a la histeria. Bañarla era toda una odisea y dejarla tirada toda enjabonada cuando no cooperaba era una salida rápida ante mis nervios a punto de colapsar. Ya más tranquila volvía al baño y sus lágrimas habían dejado de conmoverme.

-¿Ya más tranquila, Tata? Y deja de llorar porque aquí la que la pasa más mal soy yo.

-Dame mi libreto, Tita. Es hora de ensayar.

-Tata, Tita murió cuando ya no quiso cuidarte, soy Socorrina, Tata, Socorrina. Si sigues confundiéndome con esa te juro que ni yo te cuidaré. Nomás eso me faltaba, que esté aquí empinada limpiándole el trasero y todavía me confunda.

-Mi libreto, Socorrina, Soy Dalila, ¿me parezco? Ese Sansón no podrá con la belleza de mi canto.

-¡¡Tata!!, qué libreto ni que nada, ¡¡son los pinches recibos por pagar!!

El lunes al volver de la frutería, ella no estaba en  casa. La encontré después de tres horas en el tirado de ropa usada a cinco cuadras. El martes me regó la harina por toda la sala en su loca visión de estarse empolvando el rostro previo a su salida a escena. Era obvio que no la iba a dejar sin castigo, menos cuando el miércoles había destrozado sus vestidos verdes para hacerse un traje de Papagena y cantar la Flauta Mágica de Mozart en el patio de la casa. Cuando creí que dos días sin salir del cuarto de cachivaches eran suficientes, me encontré al sacarla, que había hecho una gran amistad con la escoba a la que había llamado Robert y Magaly al trapeador. Me hablaba de que las viejas cortinas arrecholadas eran los telones perfectos para su nueva puesta en escena y que los loros de estambre qué yo misma había aventado ahí, los mejores amigos de Papagena.

El viernes fue decisivo. La vestí hermosa. Mientras lo hacía la recordaba en su camerino del teatro cuando siendo yo una niña, ella ni me volteaba a ver porque le apuraba ser la más bella Julieta o la Traviata más presentable.

-Esto no es teatro ni tus óperas, Tata, esto es la vida, la vida que me jodiste cuando decidiste ser feliz, primero, siendo dizque actriz sin reconocimiento y después, después esta loca de ahora sin saber ni siquiera que lo eres.

-Tita, Tita, Oh, sole mío…

-¿Sabe qué, mamá? Váyase mucho a la chingada… ¡¡¡mi vida ha estado jodida aquí, aquí, aquí!!! ¿Para qué? ¿para que ni siquiera pueda llamarme Socorrina aunque sea una sola vez en el día? Oh, claro, La otra pendeja siempre fue su favorita, ¡¡ siempre!!, pues que sea ella quien la soporte escuchándola sus berreos… ¡¡¡ Ya no es cantante, Tata, ya no es!!

-Tita, ¿y si tomamos el té? Lord Mallarmé está por llegar.

Bajé de prisa del autobús, di un hondo respiro y me sentí libre. Miré a mi alrededor y cosa curiosa, lo gris de mi existencia se volvió clara, multicolor, radiante y muy fresca. Entré en una michoacana y pedí un vaso con agua de frutas y me senté a ver a la gente pasar. Por primera vez y desde hacía ya un par de años, recordé que tenía un clarinete en casa, cuadernos pautados en blanco e ideas almacenadas en mi mente de artista. Durante el viaje de tres horas en autobús, Tata miró todo el tiempo por la ventana sin dormir ni un sólo momento.

-Esta noche seré la mejor Dalila. Sansón quedará sin fuerzas ante mi belleza.

-Si usted lo dice, Tata.

Y Tata supo que al llegar al poblado de Tiaxcame bajé del autobús, me paré en el andén y tras mirarnos tras el cristal de la ventana nos dijimos adiós.

-Estamos en Venecia, Tata. Bajaré de la barca y usted seguirá hasta el teatro. Le deseo mucha suerte.

-Ponte en el palco principal, Tita. Esta noche Dalila se llevará los aplausos.

– Y yo te entregaré un bonito ramo, Tata, verás que sí.

El autobús siguió su ruta. Chilpacuac estaba todavía a horas de ahí y ya habíamos trasbordado un par de veces. No había modo de que esa mujer que había olvidado quién era yo y quién era ella, volviera.

Cuando la policía llegó a mi casa seis meses después, me dijeron que urgía fuera a Témoc, un poblado a más de veinte horas de casa y que estaba antes de Chilpacuac, a reconocer el cuerpo de Tata. Obvio, les dije que sí, pero que lo haría en unos días pues tenía dos conciertos y una salida con colegas.

Tata se bajó en Témoc cuando vio por la ventanilla un enorme canal. Segura estoy que creyó era Venecia. Según los testigos la mujer llevaba varios días vagando por el pueblo y durmiendo a un costado del puente. Dicen que cantaba.

Cuando mamá empezó a irse, yo comencé a llegar. Mi Tata era feliz en su olvido de todo, pero yo, muy al contrario, infeliz al ver mi realidad, mi presente pudriéndose.

La enterré junto a papá. Sus ropas las regalé al tirado de ropa al que le gustaba ir, también sus zapatos, sombreros enormes y bisutería.

Cuando los viejos de empiezan a poner necios, lo mejor es dejarlos ir, darles una ayudadita para acelerar el proceso de extinción. Ahora soy joven y el camino el éxito lo puedo ver claramente… ¿mis hermanos? No volví a saber más de ellos…

Mamá empezó a olvidarme a sus cuarenta teniendo yo tan solo quince. Hoy tengo cuarenta y confieso que yo la olvidé quince minutos después que bajé de aquel autobús que me llevó a la libertad.

AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE
@derechosreservadosindautor

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