La pluma del viajero

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MI AÑO NUEVO

Cuando la manecilla larga apuntó al norte y explotaron los cohetones, a mis doce años me sentí bendecido de Dios. No sólo daba inicio a mi primer año de libertad, también el fin de tío Eladio.

Las compras, las sonrisas y el espíritu de algarabía que arrobaba el ambiente era algo tan lejano para mí. Me inundaba el miedo, el temor, la cosquilla interna que me zarandeada los órganos de sólo imaginar que a las nueve de la noche y como cada año, tío Eladio, que venía de Saltillo, llegaría a casa, se hospedaría y le haría la vida feliz a mamá, la mujer más bondadosa del mundo. Ella se desvivía en esas fechas acondicionándole la habitación, comprándole dulces regionales, llevándole al cura para que bendijera la estancia y claro, avisarle a medio mundo que para finales de mes, Eladín, como le decía de cariño a su hermano menor, vendría de Puebla.

La trompa del autobús se asomó de repente en la central y supe que las cartas estaban echadas.

-Anda, corre, tu tío esta por bajar, estate listo para tener sus maletas. Y ten  cuidado, no las arrastres que son caras.

Detrás de la señora de verde venía él, vestido de traje negro y hasta ahí, donde estaba parado esperando abrieran el maletero, pude percibir el apestoso olor a brillantina que le hacía destellar el cabello. Mamá rompió en llanto apenas lo tuvo para ella sola.

-Dame, tu bendición, manito, dame tu bendición.

Y tío, de apariencia rígida, fría y altanera le dejó ir la señal de la cruz en la frente, la hizo a un lado y fue hacia mí.

-Cuidado con la petaca verde, Jacobo, traigo cosas muy delicadas.

Me abrazó fuerte, me besó la mejillas y despeinó cariñosamente.

-Ay, Eladín, ni a mí me abrazas con tanto gusto como a mijo, qué bárbaro.

-No te pongas celosa, hermana, recuerda la palabra “de ellos es el reino de los cielos”

-Lo sé, lo sé, sólo bromeaba, pero bueno, vamos, tomemos un taxi queda casa está lejos y el almuerzo ya nos espera.

La sobremesa en compañía de las otras tías fue tan larga y aburrida que pese a mi búsqueda a escapar e ir con mis amigos de barrio, fue imposible. Estaba a un lado de mamá y para ella escuchar las palabras de tío, era palabra de Dios.

Para las once de la noche la casa estaba llena, los cohetones listos, el ponche en las ollas, así como los tamales, el pozole y el menudo. Los buñuelos se habían agotado desde las diez y en la canasta solo quedaban las migajas. En vano eran las insistencias de mis primos a que saliera a quemar pólvora y demás. Los nervios me consumían tanto como el hambre al resto.

-Salud por mi hermano-dijo mamá alzando su taza de ponche. Este año tendremos sacerdote en la familia. Años esperando que Eladín por fin terminara sus estudios. Hemos sido bendecidos como familia y claro, Dios quiera y lo envíen aquí cerca. Vi a tía Rosario repartir los cantaritos y cuando tomó el más grande y con la imagen de la Virgen de Guadalupe, sonreí. Era para él, para el enviado de Dios a mi familia.

Las sonrisas llenaban el lugar y yo, a un lado del tocadiscos, miraba el ponche viajar garganta adentro de tío Eladio… y sonaron las trompetillas, tronaron los cohetes y las manecillas se alinearon dándole la bienvenida al año 2000, el año que se decía se acabaría el mundo. Pero el mundo no se acababa para mí, apenas empezaba. No pasaba así con tío Eladio a quien sí se le acababa retorciéndose en el baño mientras el veneno de ratas que yo mismo le había puesto en su bebida, ya hacía lo propio. Lo había visto salir de entre la gente sobándose primero la panza y segundos después, la garganta. La algarabía hizo pasar inadvertido el malestar de tío. Cuando abrí con la ganzúa la cerradura del baño, ahí estaba en el suelo, con los ojos saltones y sus manos apretujándose el cuello. La cruz, nadando en su vómito no lo ponía a salvo, como tampoco mis súplicas al santito de Atocha me pusieron a mí en su momento. Me veía con desespero, ansiedad. Desvariaba, enloquecía, gemía. Eran las mismas expresiones que le veía cada Semana Santa y Fin de Año en que venía a casa y me convertía en su niñito… y me decía:

-Anda, ven a tu pesebre.

-No, tío, no quiero. Eso es malo.

-Tu mamá se molestaría si supiera que no sigues mis consejos…

Y el fin era el mismo: Revolcándose en mi inocencia, en mis miedos y en mis dolores de humano violentado… pero ahora estaba ahí, sí, ahora me tocaba mirarlo a él y en mi actuar cubrir multitud de pecados. Ya no sería sacerdote, ya no estaría enseñando “sanas doctrinas” a nadie. A nadie dañaría y así estaría evitando más bajezas.

A tío Eladio le lloraron todos menos yo. Año 2000, año en que se acabó el mundo para unos, pero para otros empezó.

AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO

EL VIAJERO VINTAGE

@derechosreservadosindautor

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