La pluma del viajero

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Mi “abaniquito japonés”, me decía mi abuela Úrsula que por problemas en mis labios y paladar, solía llamar Chula cuando era muy pequeña. Era tan bebé para saber que mis deformidades causaban asco, curiosidad y hasta morbo. Nacer un día lunes, un mes de enero y a quince grados bajo cero, me había puesto en un punto de nacencia un tanto delicado. Mamá vendía y regalaba caricias, pero más lo segundo porque, pobrecita, era fea de nacimiento. Sí, ya sé que yo también, aunque solo de mi cuerpo  porque bonita sí era.

Advertir que los hombres la miraban como última opción dándole una miseria, la ponía histérica y depresiva… y ahí estaba yo, tirada en el suelo, sobre una alfombra y con dificultades para caminar.  No me quedaba de otra más que mirar su derrumbada existencia. Junto a mí estaba la silla de ruedas qué la abuela Chula me había comprado hacía algunos años y que era mi más fiel aliada cuando me sacaban al patio para que me diera el sol.

Chula era Dios. Siempre presente cuando mamá, sumida en las drogas y la putería se la vivía de bar en bar y bajo los puentes. Cuando todavía estaba con sus sentidos intactos había optado por parar los abortos clandestinos a los que se había sometido. Un día estaré vieja y sola, se había dicho. Decidió entonces que fuera yo la que le diera la clara felicidad de ser madre. Se había entregado al Barbucho, chófer de transportes urbanos. Según la abuela el hombre era muy guapo y de porte militar, pero también posesivo y para rematar, casado. Esa noche en la que la luna y el sol se eclipsó, la abuela fue echada de la  casa por un par de horas.. Desde afuera nomás escuchaba el tiradero de trastos, adornos de vidrio rotos y gemidos de placer.

Entonces vine al mundo así, toda horrible de mis labios, la cadera deforme y de ribete, tres brazos,   bueno, uno colgándome  en el pecho. Sumida en una alarmante congoja, mamá se perdió en los vericuetos de la ciudad. Chula no supo más de ella por más de seis años.

Cuando se abrió la puerta de la casa, Chula me pintaba las uñas de las manos. Apareció entonces esa mujer de trenzas desbaratadas y labios resecos.  A sus treinta y tantos era un cuero deshidratado y pesando menos de cuarenta kilos. Nada había cambiado, mamá era diez veces más puta mientras que Chula, la misma cantidad, pero de bondadosa. Me bañaba a conciencia, me paseaba por el pueblo y siendo Chula como era, me presumía como una persona especial. Me llamaba abaniquito japonés porque cuando ponía mis tres manos sobre la mesa para pintarme las uñas, decía que parecían un abanico oriental. Nunca me sentí sola con Chula, y es que fuera de ella no conocía a nadie que se preocupara tanto por verme feliz. Muchas veces la había visto llorar ante la impotencia de no tener para un medicamento o un plato de sopa en la mesa. Tirada en la ribera del río lavábamos ajeno. Ahí estábamos las dos a risa ǰú y con una charla sin fin.

Una madrugada cualquiera mamá llegó a casa embrutecida. Exigía dinero para surtirse de droga, pero Chula, que apenas tenia para el día día la echó de casa. En menos de media hora y estando en cama, nos sorprendió esa mujer que sin piedad, le clavó un pica hielo en la espalda mi viejita. Sintiendo que se iba me apretó mis tres manos mientras un hilo de sangre le mojaba los labios.

Al día siguiente ya estaba fuera del Sagrado Corazón. Cantaba acapela canciones de Rocío Durcal e Isabel Pantoja. El padre me dijo que si quería estar ahí cantara algo religioso. Entonces me aprendí una tercia de  coritos qué dieron como resultado buenas propinas. Cuando le platiqué al padre que mamá me golpeaba y quitaba todo, él me metió al templo me  presentó a una dama hermosa de cerámica y me dijo que echara en ella lo que ganara dejando solo un poco para mamá.

Mamá volvió a desaparecer y el padre me metió a un albergue. Ayudarme tenía su precio y lavaba su ropa, los tapetes del templo y otras cosas.

Un día que llegué más temprano que de costumbre, entré por el cesto de ropa y vi mi virgencita de cerámica en manos del padre. Oculta esperé el desenlace.

-Dejémosla una semana más para que termine de llenarse- dijo el hombre al monaguillo- luego la hacemos perdediza.

-No es de Dios, padre. La muchacha es pobre y necesita ese dinero para su silla.

-¿De qué lado estás? Esto es de Dios. El templo necesita mantenimiento.

Dos días antes de la semana junté corcholatas en la Bahía roja, cantina del pueblo. A como pude baje la virgencita del altar, saqué todo el dinero y le metí las corcholatas. Me fui y esa misma tarde ya tenía silla nueva y otros aparatos ortopédicos que me dieron movilidad.

Chula se desangró entre mis tres brazos. Se me fue sin dejarme sola. Cada cosa que logro se lo dedico a ella.

Virgen María, llena eres de gracia bendito el fruto de tu vientre lleno de monedas y billetes. Cuando la policía fue a detenerme a la casa que me había dejado Chula, me encontraron pintándome mis quince uñas. Cuando los de arriba escucharon mi historia, el padre y su monaguillo quedaron mal parados. Me gritó en plena calle que me podriría en el infierno, que arreglaría todo para que quedara confinada a lo mas Hondo del averno. Dios existe, y se llama abuela Chula. Ella sí está llena de Gracia y tiene ese poder para avisarme de un modo u otro qué hacer.

La vida es bella y más cuando Chula me abre caminos, desmonta decisiones cruciales y me inspira para hacer mi labor de masajista del mejor modo.

AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO

El VIAJERO VINTAGE

 

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