“De hombres”
Aterrorizado miré mis zapatos lustrados a un lado del tocador. Era la noche de mi graduación. Todo estaba en penumbras. Mi gafete escolar ganchado estaba del cuello de mi camisa blanca. Mi corbata acompañaba a los pantalones, calcetines y calzoncillos sobre una silla. Ese día papá había llegado borracho a casa y sin más ni más me había pedido que subiera a la vieja camioneta Ford que recién había comprado a tío Santos. Pensando en que, como otras veces me pediría lo acompañara a comprar alimento para los caballos, le dije que no podía, que recordara que en dos horas sería mi graduación en el Auditorio de la Secundaria Venustiano Carranza. Mamá, siempre callada no se metió en el asunto con todo y que desde temprano me había preparado mi ropa que ya vestía. Un no a papá era ponerse de pecho a la agresión y al ver su dura mirada, no me quedó de otra que trepar a la camioneta. Caía la tarde. Yo miraba de constante el reloj. Cuando miré que papá conducía con dirección a Nueva Rosita, me enderecé del asiento y volví a decirle que en un rato comenzaría la graduación. Su silencio me resultó una amenaza. Yo no conocía la ciudad, pero sí el miedo de andar en sitios oscuros. La camioneta entró por una larga vereda delimitada por mezquites. La noche era impenetrable. De pronto apareció a lo lejos como un montón de luciérnagas que terminaron siendo un pequeño conjunto de casas. Ya estacionados advertí que era un montón de cantinas con música y una buena cantidad de hombres y mujeres embriagándose.
No entré a ninguna cantina, pero papá me llevó por la parte trasera del lugar, entramos en una casa algo grande y de penetrante olor a cigarro. Aquello no era para un niño de 14 años y comencé a tener miedo y mil preguntas atosigándome. Al ver que papá abría una puerta con mucha confianza, me dio a entender que era cliente frecuente de aquel horrible lugar.
Aquí te lo dejo, le escuché decir a una sombra medio oculta en el baño. Miré a papá y ahora sí a punto de llorar le dije que no me dejara, que no quería estar ahí.
-Más te vale que no me dejes en vergüenza, cabrón. Te apellidas Cabriales, que no se te olvide.
Lo que siguió fue la violación del siglo. Papá cerró la puerta tras de sí y casi enseguida salió como una aparición fantasmagórica, una mujer alta, robusta y de cabello largo. Su mirada era fría y sus labios gruesos. Vestía de azul con collares de bolas negras. La lámpara de gas medio iluminaba aquello que parecía el interior de un barco pirata.
No eres feo como tu padre, me dijo. En un par de años tendrás chicas tras de ti como no tienes idea. No creo que quieras llegar a ese momento siendo un taradito. Eres lindo, pero nada más, así que, no hagas enojar a tu padre y sécate las lágrimas, esas ni los maricas las derraman, menos un Cabriales… anda, quítate la ropa.
Sin moverme, parado junto al quinqué sólo miraba el piso y las uñas bien pintadas de aquella mujer.
-Has perdido diez minutos en nada, chamaco, ¿cómo tomará esto tu padre?
Entonces cedí quitándome aquella ropa que mamá había lavado y planchado tan cuidadosamente. Pensé en ella, mis compañeros, maestros, en mi hermana. Un chorro de saliva casi me ahogó y quise llorar, pero la mujer me veía un tanto impaciente. Tomándome de los hombros me volvió contra la pared. A los dos minutos me volvió y la encontré desnuda. Le decían la Güera Hermelinda, pero ahí, en penumbras, era una mujer morena de una atemorizante fuerza presencial que terminó poniéndome frío. Entonces me sentó en un sillón medio viejo en el que al sentarme pude sentir uno que otro resorte helado.
No eres feo como tu padre y creo estarás mucho mejor que él cuando pises los dieciocho, dijo mirándome la entrepierna. Su voz medio áspera me raspaba los oídos y sus enormes manos, tocándome las mejillas, eran cual patas de rana cubriéndome medio rostro.
No tengas miedo, no eres el primero que viene a mi cuarto. Parezco mala, pero no lo soy… mírame como tu Afrodita, de Mazinger Z, como tu juguete de grandes tetas, ¿Está bien?
Cuando cerré los ojos deseando que aquella pesadilla culminara pronto, sentí sus labios pintados viajando por mis piernas. Los volví a abrir porque comencé a experimentar un gracioso cosquilleo que me hizo aferrarme a los brazos del gastado sillón. Su voraz viaje cruzó la gloria de mi sexo, pasando por mí ombligo hasta llegar a mi pecho. Miré mis zapatos lustrados junto al tocador. Me perturbaba oírla decir frases inventadas y agrias groserías. Mis ojos, perdidos en un espacio sideral desconocido terminaron por colgarse de mi gafete. Entonces exploté en dulces armonías de luces purpurina manchándolo todo… supe entonces que yo ya no era yo. Yo, Héctor Hectorín Cabriales había dejado de ser el niño que amaba las Ciencias Naturales y trazar líneas con el estuche de geometría.
Veinte años después, y aunque más vieja, me encontré a la Güera Hermelinda en Astroferia. Vendía cervezas en un bar al aire libre. Seguía teniendo ese porte de mujer recia. Igual seguía fumando y lanzando humo como locomotora. Me recargué en la barra y me miró sin mirarme. Siempre lo supe, pero tengo qué confesar que la mujer que me había violado me consideraba uno más de los muchos que le habían llevado. Podría jurar que apenas salí de aquella zona de tolerancia, pasé a ser sólo dinero por sus servicios.
Esa noche de 1989 papá no me dijo nada en el viaje de regreso. Me dejó en la escuela y de rato, cuando contábamos a una voz “Amor de estudiante” vi entrar a mamá con mi hermana… Amor de estudiante, mi primer amor, amor de estudiante, ya se terminó… gracias a dios siempre supe que mi primer amor había llegado a escucharme cantar, con todo y que dentro de mi pecho, sólo existía un raro sentimiento de miseria.
AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE
@derechosreservadosindautor
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