“¿Y mi prima Vera?”
¿Dónde estará mi primavera?
Y sí, ¿Dónde diantres estará mi Prima Vera? Cada que escucho esta canción del Buki, me es imposible no pensar en esa mujercita de quince años que me hacía la vida linda y pasadera. Nací mudo, pero no sordo. Vine al mundo sin una pierna, pero crecí arrastrándome para sobrevivir. No tuve madre, bueno, sí la tuve, creo que más bien fue ella la que no la tuvo al dejarme tirado afuera de La Moderna, de Miguel Núñez. Mis papás postizos iban cada mañana para recoger lo que la frutería echaba fuera. Con eso nos alimentábamos y siendo así nunca pasé hambre. Era tan pequeño para entenderlo. Vivíamos en una vieja casa de adobe en la colonia Flores Magón. Desde ahí y trepados en el techo, mirábamos la torre de las microondas, el estadio y las dos harineras. Mi prima Vera y yo nos sentíamos enormes. Ella vivía a dos cuadras de mi casa e iba cada día a jugar conmigo. Mi condición diferente me hacía repulsivo a muchos y las mamás de mis vecinitos no los dejaban ir a donde yo estaba. Pero no importaba porque Vera siempre estaba ahí, conmigo. No hablaba, pero si oía. Éramos tan felices.
Al caer la tarde iba por mí y luego de ayudarme a trepar en un triciclo, me llevaba lejos, allá, muy lejos, o por lo menos a mí me parecía lo bastante lejano. Los basureros me eran por maravilla. Y ahí estaba yo, paticojo y encima de los montones de basura buscando curiosidades. Me gustaba encontrarme cuentos que, aunque no sabíamos leer, Vera se inventaba las historias nomás con ver los dibujos. El resumen de nuestras búsquedas siempre eran las mismas. Ella: dulces rancios, collares despintados, zapatos de tacón sin tapas, muñecas despelucadas, entre otras cosas. Yo: historietas incompletas, cuadernos manchados de grasa, pero con algunas hojas buenas; crayolas, lápices, plumas secas. Volver a casa y vaciar nuestros logros junto a los chiqueros, era emocionante. Ella me compartía de sus dulces derretidos por el sol y ahí, tirados sobre costales de harina, dibujábamos en mis cuadernos… ¿Dónde estará mi prima Vera? Un día simplemente desapareció cuando andando en los basureros la perdí de vista. Quedé ahora sí que más solo que el sol en canícula. Mamá me había olvidado hacía mucho tiempo al grado de decirme que a mis dieciséis debería ganarme la vida. Intentando sobrevivir me iba arrastrando hasta la iglesia de Guadalupe para pedir misericordias. Un poblano que hacía dulces de leche me convidaba de su almuerzo y me daba cocadas y garapiñado. Un día particularmente productivo, había juntado lo que me daría para medio cenar. Después de la misa un buen hombre salido de la nada bajó una silla de ruedas y me ayudó a trepar en ella. Lloré de la emoción y el sujeto, sin importar mi suciedad, me abrazó diciéndome un Dios te siga bendiciendo.
El monaguillo en turno se ofreció a ayudarme y se lo agradecí. Me llevó dentro del templo y como jamás había entrado a uno, me gustó mucho. El monaguillo me dijo los nombres de algunos y sus bondades. Quise preguntarle si alguno de ellos podría decirme dónde estaba Vera, pero mis manoteos fueron en vano. Cuando supo que yo no hablaba, se detuvo bajo la imagen de San Martin Caballero y me arrebató casi todas mis monedas. Giró la silla y me sacó del templo. Solo y sin dinero para cenar me fui a casa. El camino era largo. Un día que no pude con mi tristeza tomé la ruta de los basureros. Ahí intenté consolarme con el recuerdo de Vera, pero me fue imposible. Lloré mares y con el hipo resonándome en las orejas volví a casa.
Por tres días el monaguillo me quitó las monedas y al cuarto el sacerdote me dijo que no podía estar pidiendo en nombre de la virgen, pero oyéndolo no supe explicarle que no sabía ni quién era la virgen, que yo solo me ponía ahí y que la gente me daba. Me dijo que dejara mis monedas en una gran alcancía y que así debía ser cada día. Un día nomás porque sí me treparon en una camioneta y me llevaron lejos. Luego supe que se llamaba Monclova. Varios años, o por lo menos hasta mis 18 pedía afuera de Famsa o el templo. Al caer la noche me levantaban, me quitaban el dinero y me echaban a dormir en una colchoneta. Una tarde de invierno y sin tener nada que comer, un bolero me enseñó a trabajar. Nos hicimos amigos y cuando supo lo que me hacían, puso una demanda. Creo que los involucrados eran de la iglesia. La verdad no supe mucho. El oficio me dio para vivir y cuando mi amigo murió de un paro cardíaco, su familia me dio cobijo y me dejó el trabajo.
Un día que daba bola fuera de una cantina, vi a una hermosa chica peleando a palabras con otra. La de mano más pesada derribó a la más débil a mis pies y que al tenerla frente a mí, descubrí que era mi prima Vera.
─¿Chaguito?─ preguntó con un hilo de sangre en su boca.
Y olvidándose del viejo altercado me abrazó tan fuerte ante la mirada asustada de la otra mujer. Levantando su bolso del suelo se fue. Vera se sentó junto a mí y mirando a la gente pasar me contó sus penas y claro, dándome tiempo para que igual contara las mías. Los trabajadores de Obras públicas de Sabinas, la habían estado cazando cuando nos veían en los basureros. El día que la perdí de vista, fue porque ellos se la llevaron. Abusaron de ella y terminó en Monclova vendiéndose. Ahí la encontré, ahí me encontró. Por varios días derrochamos amistad. Corría empujando la silla haciéndome temer lo peor. Sacaba lo más bromista de sí y juro que la amé tanto como mi corazón quiso. Me invitaba al bar donde la veía bailar ante la mirada de los hombres; me metía a su cuarto y sin importarle se vestía de luces frente a mí sin dejar de platicar. Mi prima Vera era hermosa y una estrella.
Un día las luces de una patrulla me cimbraron el alma. Vera había sido ultimada por esa mujer con la que un día había tenido pleitos. Me dolió no haber podido verla cuando la bajaron al foso en el panteón. Era tanta la gente que la conocía que no le darían paso a un mudo que solo lloraba a lo lejos bajo un mezquite… ¿Dónde estará mi primavera? Creo que nunca más la habrá. El invierno se me ha plantado aquí dentro y por eso, cada que escucho esa canción de El Buki, mi alma se arruga y mi corazón sufre.
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