“Yo, su Eva”
El padre Marino me dijo ¡Métetela entre las piernas y aprieta! Entonces me puso unas medias de licra color piel y me dijo, ahora tú serás Eva y yo seré Adán. Y así y por mucho tiempo me dio lecciones personalizadas de doctrina y de cómo debería de ser un hombre de Dios. Yo en verdad amaba a Dios porque en Monclova, Lucía, la seminarista, me había inculcado tantas bondades que para mí no había otra cosa que amar a Jesús y a Dios mismo. Ya en la Región del Carbón mamá localizó la iglesia y tras presentarme con el sacerdote le pidió que por favor me recibiera como monaguillo. Mamá, mujer agradecida, le daba tan buenas propinas al padre que él hacía cuanto se podía para hacerle sentir que sus pecados de mujer vanidosa fueran perdonados.
Con él aprendí el plan de Dios para con sus hijos y claro, todos sus mandamientos. El sacerdocio es de hombres, me instruía, y por lo tanto, un pacto de secrecía qué debe guardarse. Y me guardé todo aquello que se vivía en la sacristía y ante la presencia de un Sagrado Corazón que siempre miraba el techo mientras se palpaba su corazón coronado en fuego. En mi papel servil de Eva aprendí a obedecer porque por culpa de ella el hombre había sido condenado a vivir en una tierra árida y sin beneficios. Aceptaba sus cachetadas porque me las merecía, por escuchar a la serpiente antes que hacer la voluntad de Dios. Cuando lloraba, el padre me consolaba besándome la nuca, sobándome las piernas y la ingle desierta a causa de las medias arrequintándome las pelotas. Sólo tenía ocho años y ya sabía mi posición en la tierra. No seas tonto, no tendrás hijos, esto es sólo una representación, me decía el padre Marino cuando le preguntaba cuándo nacería Caín y Abel. Y me sobaba la panza pues me imaginaba tan gorda como las mujeres de los cuadros en la pared que esperan el nacimiento de Juan el Bautista y Jesús. Ellas son mujeres de verdad, me decía mientras me sobaba la cabeza. Estas son solo lecciones de cómo vivía Adán y Eva en el jardín. Pero padre, es que me duele mucho traerlas tan apretadas. Pues así debe de ser, además ya mero van a dar las siete, viene la misa y te lo podrás quitar… ¿qué te he enseñado de la obediencia?
Por muchos meses y antes de la misa bañé con esencias a mi Adán. Respetaba cada uno de sus rincones porque me decía que eran sagrados. Le perdí miedo a lo que me era nuevo y también a las exigencias de mi Adán. Ser su Eva me ponía bien porque me estaba esforzando para ganar la gloria. Bien metida en mi cabeza estaba su promesa de que si guardaba la secrecía sacerdotal, mamá y yo volaríamos al cielo un día.
A los doce años mamá me sacó de monaguillo porque la secundaria requería entrega. La secundaria Venustiano Carranza era exigente y mamá deseaba fuera excelente. Acepto que echaba de menos a mi Adán y cuando salía él me esperaba de vez en vez frente a la Iglesia Bautista donde me recogía en su auto y me llevaba al templo. Ahí volvíamos a recrear nuestro jardín de Edén y volvíamos a juramentarnos. A los trece me pidió que dejara de usar las medias y por fin pude sentir la libertad. Comenzó entonces a enseñarme cómo se vivía en Gomorra y las prácticas que habían hecho que Jehová los aniquilara. Pero esto es sólo una representación, me decía. Pero yo ya tenía trece años y sabía y sentía que aquello no era más que los deseos inmundos de un hombre que siempre había deseado estar con otro hombre. A mis trece me había vuelto alto, más grueso y de rasgos bonitos.
Un día decidí apartarme de esa vida secreta y pasados los años me enamoré y casé. Jamás imaginé que el padre Marino, de ahora cuarenta años me fuera a casar. Y lo hizo con una expresión de tristeza que mamá notó al primer momento. Después del evento religioso y contra todo protocolo, mamá quiso que el padre y yo, también ella, fuéramos a la sacristía. Esta es la última vez que ustedes se verán, si no lo sabe, padre, mi hijo se va a Oaxaca y jamás volverá a verlo. Despídanse como debe de ser, los espero afuera.
Cuando mamá salió supe en un santiamén que ella lo sabía todo y que como terrible pecadora como era y sintiéndose incapaz de vencer sus debilidades, me había entregado para que así, el padre pasara de largo sus pecados. El padre Marino me miró entristecido, me abrazó pero no respondí. Cuando sus manos tocaron mi nuca lo empujé y al momento me dijo, Te he extrañado tanto. Salí del lugar empujando a mamá.
La boda fue de infierno. Asistí por cumplir y para no hacer un escándalo. En la noche de bodas mi esposa, ajena a todo me dijo, Eres tan hermoso. Nos desvestimos y al verla quitarse el vestido, supe que me había casado con la mujer correcta. En un momento la vi en puras media de licra y me dijo, me siento Eva, así desnuda y solo para ti. Aquella frase fue tan electrizante que hizo que una borrasca de recuerdos se me viniera encima. Ahora era una Eva intentando ser Adán. Recordé entonces el templo del Sagrado Corazón y mi jardín de Edén. También esa amplia sacristía en la que un sacerdote me creó una fantasía tan grande que cuando quise ser Adán, mi báculo no respondió, pero si envidió a esa mujer que no tenía que apretujarse las pelotas para ser Eva.
Una semana después abandoné mi casa, me divorcié y es tiempo que sigo viendo a mi Adán en el templo del Sagrado Corazón.
Autor: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
El Viajero Vintage
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