JUCHITÁN, OAXACA.- La carroza blanca atraviesa casi toda la ciudad llevando en su interior el ataúd de madera que resguardaba el cuerpo quemado de Jennifer Antonio Carrillo, esa joven de 18 años que a la que, luego de una discusión, su esposo le roció de gasolina y la quemó.
Detrás, los familiares y amigos cargaron flores y llanto, el mismo que depositaron en el panteón municipal de Matías Romero, un pueblo de la zona norte del Istmo oaxaqueño que alguna vez vio el esplendor del ferrocarril y que ahora está consternado por la muerte de Jenny.
La ceremonia fue sencilla. Una parada antes, en la diminuta capilla abierta del panteón municipal, los músicos hicieron silencio por unos minutos, para que los familiares agradecieran las muestras de apoyo del pueblo de Matías Romero y de todo el Istmo de Tehuantepec.
Pobladores se hermanaron solidarios, lo mismo a través de las redes sociales que con apoyos voluntarios a la familia y a la Fundación “Te queremos ayudar”, instancia que atendió a la joven istmeña y que había anunciado que gracias a los médicos y personal de enfermería Jenny había salvado la vida.
Aún con ese pronóstico, su estado de salud era crítico por la gran extensión de sus quemaduras en ambas piernas y brazos y porque desde el ataque no volvió a hablar, sólo emitía susurros mientras era atendida por su madre Xóchitlquetzal Carrillo.
Como Jenny, de diciembre a la fecha 35 mujeres han muerto de manera violenta en la región del Istmo, según la Fiscalía contra las agresiones a las mujeres; sólo nueve se consideraron feminicidio.
Aunque no lo han declarado culpable, todos coinciden en señalar a Edgardo Romero, el esposo de Jennifer, cuyo castigo los familiares lo han dejado a la justicia divina, porque de la humana nada han recibido.
Después de los aplausos de despedida, la banda de música encaminó los pasos hacia la sepultura de la joven que se llevó cientos de gladiolas y rosas; blancas y rojas.
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