El plan de chips de EEUU está en medio de “retos agudos”

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ESTADOS UNIDOS.- Si analizamos en retrospectiva la administración Biden, la aprobación de la Ley de Chips y Ciencia, de carácter bipartidista, debe ubicarse casi en la cima de cualquier lista de logros. Desde hace tiempo es evidente que no solo Estados Unidos, sino el mundo, necesitaba un grupo más diverso de centros de producción de microprocesadores, el elemento vital de la economía digital. Hasta hace muy poco, la mayoría se fabricaban en el sudeste asiático y casi todos los de gama alta se armaban en Taiwán, el tercer lugar geopolíticamente más conflictivo del mundo después de Ucrania y Medio Oriente.

Ahora, gracias a la Ley de Chips, se está construyendo nueva capacidad de producción tanto en Estados Unidos como en Europa, y la eurozona lanza su propio estímulo para competir con EEUU.

Aunque algunos en los círculos económicos y empresariales dudaban que EU fuera capaz de volver a industrializarse, la economía va hacia donde la empujan los incentivos. Es sorprendente lo que se puede lograr en dos años cuando se invierten 53 mil millones de dólares de dinero público y casi 400 mil de inversión privada en incentivar la producción nacional.

Por ejemplo, a principios de septiembre, Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), que planea comenzar la producción masiva de chips en Arizona en 2025, logró rendimientos de producción similares a los que puede hacer en su país. La tasa de rendimiento no solo es un factor clave en la rentabilidad, también conduce a una mayor productividad.

Esta es la gran lección del éxito de Taiwán con los chips: hacer cosas importa. Al producir cada vez más de algo en el mundo físico, se asciende en la cadena alimenticia de la innovación. Eso es algo que siempre ha sido obvio para los ingenieros, si no es que también para los economistas.

A pesar de las críticas en torno a los retrasos en la producción de semiconductores (como si fuera posible reconstruir una industria de muchos billones de dólares en unos pocos meses), se han logrado muchos avances, no solo en rendimientos, también en áreas como la capacitación de la fuerza laboral.

La falta de mano de obra cualificada ha sido un gran cuello de botella para la producción de chips. Cuando las industrias desaparecen, lo mismo ocurre con los trabajadores y los programas educativos que las apoyan. Una buena parte del dinero que va para los chips se destinó a reforzar las escuelas y los programas vocacionales en zonas como el norte del estado de Nueva York, donde el departamento de ciencias de EU firmó un memorando de condiciones con Micron Technology, que planea invertir alrededor de 100 mil millones de dólares en la producción de chips a lo largo de 20 años.

El Departamento de Comercio, que dirige el programa de chips, trabajó con la Federación Estadunidense de Profesores y Micron para elaborar un nuevo plan de estudios de tecnología que se lanzó en diez distritos escolares estatales este otoño y ahora se está extendiendo a otros estados. Este es el tipo de compromiso profundo entre educadores y creadores de empleo que necesitamos para desarrollar una mejor fuerza laboral.

Pero dicho todo esto, me preocupa hacia dónde se dirigen a partir de ahora los esfuerzos de producción de chips de Estados Unidos. Si bien aprendimos que hacer cosas importa, todavía no hemos aprendido cómo hacer una verdadera política industrial de manera sistemática. Tampoco hemos aprendido cómo promover el bien público mayor por encima de los intereses privados. La producción de chips, en particular los relacionados con la inteligencia artificial (IA), es un área en la que los retos en estas cuestiones son agudos.

Un gran desafío es con qué países tener friendshore (deslocalización de la producción a países amigos o aliados) y cómo. Pensemos en que en septiembre, EU y Emiratos Árabes Unidos acordaron profundizar la cooperación en tecnologías avanzadas como semiconductores y energía limpia, con el objetivo de reforzar la capacidad en IA. Microsoft y OpenAI se encuentran entre las compañías estadunidenses que invierten en la región o reciben financiamiento del Golfo.

En parte, esto tiene que ver con tratar de atraer a más países a la órbita tecnológica de EU, pero lo más importante es el poder de cabildeo de las compañías de tecnología, que están desesperadas por aprovechar los enormes subsidios y la energía barata que ofrecen los países del Golfo que buscan desarrollar una industria de IA.

Si nos vamos a preocupar por las implicaciones de seguridad nacional de la compra de US Steel por parte de Nippon Steel, sugiero que también seamos escépticos a la hora de compartir las tecnologías más avanzadas y estratégicas con un país autocrático que tiene poco respeto por los derechos humanos o la privacidad y profundas conexiones académicas y comerciales con China.

Muchas personas en los círculos de defensa e inteligencia comparten esta preocupación. Como me dijo una persona familiarizada con el tema: “A los ejecutivos de Silicon Valley les encanta esta fiesta de dinero gratis en el desierto, pero las naciones del Golfo son muy cercanas a China”, y casi no hay manera de evitar la transferencia de tecnología en áreas sensibles.

No solo preocupa el software, lo mismo ocurre con el hardware. TSMC y Samsung estudian construir enormes instalaciones de producción de chips de gama alta en Emiratos Árabes Unidos. Eso no es un problema en sí mismo, aunque me sorprende cómo las exenciones fiscales y los subsidios van a llevar al desierto a una industria con una enorme dependencia de temperaturas precisas y grandes cantidades de agua, ya sea en el Golfo o en Arizona.

El problema es qué sucede si las enormes cantidades de capital y energía baratos que Emiratos Árabes están invirtiendo en la industria socavan los esfuerzos de producción de EEUU. Después de todo, esa es la razón por la que toda la industria de los chips terminó en el sudeste asiático.

Si EEUU se toma en serio la resiliencia y la seguridad en materia de semiconductores e IA, el próximo presidente tendrá que pensar aún más que Joe Biden sobre los riesgos y las recompensas de la reindustrialización.

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