El 11-S abrió una nueva era de teorías de la conspiración

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Los atentados terroristas del 11-S, retransmitidos por televisión en todo el mundo, con imágenes tomadas y reproducidas en infinidad de ocasiones, inauguraron una nueva era de teorías de la conspiración que pervive 20 años después, gracias a la irrupción de las redes sociales.

Tras los atentados, cualquier ciudadano con acceso a internet se convertiría en un experto, capaz de poner en duda conclusiones oficiales irrefutables. Es cierto que en 2001 internet estaba en la prehistoria. No había ni Facebook, ni Twitter, ni Youtube. Pero no hicieron falta. Una masa recelosa se lanzó a todo tipo de foros, entonces aún muy rudimentarios, a compartir dudas sobre los ataques: sobre las explosiones en las torres, sobre la ausencia de vídeos del choque en el Pentágono, sobre los motivos de la caída del cuarto avión.

Aquellos ecos resuenan hoy en otras teorías conspirativas generalizadas sobre el origen del coronavirus, sobre una red mundial de pederastas, sobre el poder mundial de George Soros y otros judíos, o sobre el fraude electoral en Estados Unidos, por ejemplo. Los temas cambian, pero las técnicas de intoxicación se han mantenido. Todo comenzó horas después de que los terroristas secuestraran los cuatro aviones.

La primera falsedad

La primera teoría de la conspiración documentada sobre los atentados del 11-S se publicó en internet apenas unas horas después de que se derrumbaran las Torres Gemelas. David Rostcheck, ingeniero de formación, se pasó la mañana pegado a la televisión viendo la cobertura en directo de los atentados. A las 15.12 mandó un correo electrónico de unas 600 palabras a la dirección [email protected], método de publicación de un foro de internet ya desaparecido, alojado en la web list-a-day.com. (Una copia del correo en inglés se conserva en esta dirección).

El correo decía: «¿Soy solo yo o alguien más cree que no fueron los impactos del avión los que hicieron estallar el World Trade Center? Para mí, esta es la parte más aterradora de esta mañana. Espero que otras personas realmente se den cuenta de esto, pero no he visto a nadie decirlo todavía, así que supongo que lo contaré. Supongo que ser ingeniero puede hacer que uno sea más consciente de estas cosas». Como suele suceder en las teorías conspirativas, Rostcheck combinaba hechos probados con especulaciones que apuntaban a falsedades. El ser ingeniero parecía ser motivo suficiente para que sus observaciones hicieran tambalear lo que las autoridades iban contando.

«No hay duda de que los aviones chocaron contra el edificio e hicieron mucho daño. Pero mirad las imágenes: esos edificios fueron demolidos. Para demoler un edificio, no se necesita mucho material explosivo, pero debe colocarse en los lugares correctos», escribió Rostcheck. «Si, en unos días, ningún funcionario ha mencionado nada sobre la parte de demolición, creo que tenemos un problema REALMENTE grave», sentenció.

La conspiración judía

Aquella era la prehistoria de internet. No había redes sociales. Los teléfonos móviles, de pantalla monocromática, no tenían acceso a navegación por internet generalizado. Sí existía Google, y varias versiones digitales de los grandes medios informativos, pero su acceso era limitado. En EE.UU. internet vivía en las webs de los medios informativos, como CNN, y en foros de discusión, muchos anónimos, en los que se solía publicar texto sin más.

En cuestión de días, esos oscuros foros de internet bullían con todo tipo de suposiciones, a cada cual más osada. Pronto, sitios web extremistas culparían de los ataques hasta a la inteligencia estadounidense en colaboración en el Mosad, la agencia israelí. Era una vieja táctica antisemita.

La Liga Antidifamación, una organización judía fundada en EE.UU., denunció en un informe de 2003 que «una red mundial de teóricos de la conspiración antisemitas está trabajando enérgicamente para culpar a los judíos e Israel de los ataques terroristas del 11 de septiembre».

Se reproducían alegaciones como esta, que apareció en una revista titulada Criminal Politics y se reprodujo en varios fotos online: «Los catastróficos ataques del 11 de septiembre en la patria estadounidense fueron diseñados para FORZAR la acción presidencial estadounidense y comprometer fuerza militar en Oriente Próximo y proteger a Israel de sus vecinos árabes. En 1991, la CIA organizó un ataque falso contra Kuwait con Sadam Husein para llevar a cabo exactamente la misma acción militar en beneficio del sionismo internacional… Ahora, diez años después, Bush (el hijo) repite esas acciones… pero esta vez bajo el disfraz de un ataque atroz contra nuestra patria perpetrado por criminales descarados en las Sociedades Secretas dominadas por el sionismo judío».

Consciente de estas acusaciones infundadas, el primer alto funcionario que denunció el efecto pernicioso de estas teorías de la conspiración fue el mismísimo presidente George W. Bush, unas semanas después de los atentados, durante la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de noviembre de 2001: «No podemos seguir tolerando esas indignantes teorías de la conspiración sobre los ataques del 11-S».

Las palabras de Bush no sirvieron de nada. Los rumores crecieron y crecieron. Y cada vez había más gente que los creía. En julio de 2006 un sondeo de la Universidad Estatal de Ohio halló que un 36% de encuestados creía «probable» que el Gobierno estadounidense tuviera algo que ver en los atentados o que no los detuviera. Muchos obtenían su información sin filtros en internet.

Hay un vídeo que tuvo un gran papel en promover ese escepticismo, y que engendró muchas imitaciones. En 2005 se publicó lo que podría considerarse la obra maestra de las teorías de la conspiración sobre el 11-S. Se trata de ‘Lose Change 9/11’, un supuesto documental que ha sido reeditado y alterado sucesivamente, siempre en torno a la misma idea: poner en duda la versión oficial, investigada y esclarecida hasta por una comisión oficial.

El director original de ese vídeo, Dylan Avery, y el productor, Korey Rowe, sembraban dudas sobre esa versión oficial con preguntas como las siguientes: ¿por qué hay testigos que escucharon explosiones después de que los aviones se estrellaran contra las torres? ¿por qué no se recuperaron las cajas negras de los aviones que se estrellaron contra las torres? ¿por qué no hay imágenes del avión estrellado en el Pentágono, sino de un agujero de seis metros? ¿por qué informó la cadena afiliada a la ABC de Cincinati que el vuelo United 93 aterrizó en Cleveland, si luego dijo el Gobierno que se estrelló en Pensilvania?

En el documental, con un estilo entre bombástico y misterioso, se plantea la pregunta de si «a la Administración Bush le hubiera sido conveniente» una catástrofe como el 11-S. El vídeo refiere a un informe de 2000 de un ‘think tank’ neoconservador, del que eran miembros destacados integrantes del Gobierno, como Dick Cheney o Donald Rumsfeld, titulado ‘Reconstruir las defensas de América’, y que proponía una renovación integral de las Fuerzas Armadas estadounidenses, con un aumento del basto en defensa, para forzar la caída de Sadam Husein en Irak. En un punto de ese documento se decía que el proceso de transformación sería largo a no ser que se diera «un catalizador, un hecho catastrófico, un nuevo Pearl Harbor». El vídeo no ataba los cabos, pero los dejaba al descubierto para que lo hiciera el espectador.

Esa especie de documental, más bien un ejercicio de política ficción, fue un rotundo éxito en internet antes de la era en que el formato se convertiría en dominante en las redes sociales. La plataforma más usada en la época era Google Video, y ‘Lose Change 9/11’ fue el más visto durante semanas. En 2006, la revista ‘Vanity Fair’ describió el vídeo como «el primer éxito de taquilla de internet». Hoy es muy fácil verlo, aunque YouTube y Facebook traten de limitarlo. Se ha propagado ya por la red como un virus.

Diplomacia conspirativa

Aquel mismo año, 2006, el entonces presidente, Mahmud Ahmadineyad, le envió a Bush una incendiaria carta en la que se hacía eco de esas conspiraciones, instándole a que investigara los supuestos indicios de que la inteligencia de EE.UU. cooperó en los atentados.

Decía Ahmadineyad: «Según se informa, su Gobierno emplea amplios sistemas de seguridad, protección e inteligencia, e incluso caza a sus oponentes en el extranjero. El 11-S no fue una operación sencilla. ¿Podría planificarse y ejecutarse sin coordinación con los servicios de inteligencia y seguridad, o sin su extensa infiltración? Por supuesto, esto es solo una de varias. ¿Por qué se han mantenido en secreto diversos detalles de los ataques? ¿Por qué no se nos dice quién falló en sus responsabilidades? Y, ¿por qué no se identifica y se juzga a los responsables y culpables?».

Los 19 terroristas murieron el 11-S. Osama bin Laden, líder de Al Qaida, fue capturado y murió en Pakistán en 2011. Varios autores intelectuales del ataque, detenidos en Afganistán, aguardan juicios en el penal de Guantánamo.

Explosiones en las torres

Desde aquel documental se han multiplicado los artículos, libros, documentales, programas de radio y podcasts que ponen en duda que aquella jornada de septiembre de 2001, 19 terroristas secuestraran cuatro aviones y provocaran 2.997 muertes en Nueva York, Washington y Pensilvania. No es que haya un consenso en esos fotos de internet sobre lo que en realidad ocurrió. Lo único en que coinciden esos teóricos de la conspiración es en que el Gobierno, la inteligencia y las Fuerzas Armadas han mentido. Los motivos que alegan son variados: trama internacional, golpe interno, conspiración sionista, hasta invasión alienígena.

El punto principal de duda para esos teóricos de la conspiración es cómo se derrumbaron las Torres Gemelas. En miles de comentarios en foros, se dijo tras los atentados que en realidad el derrumbe obedeció a bombas plantadas por funcionarios del Gobierno estadounidense. Es una duda que vuelve a aquel primer mensaje de un ingeniero publicado la tarde el mismo 11-S.

Quienes, entre él, dudan de que el derrumbe lo ocasionaran los aviones citan explosiones y llamas previas al desmoronamiento. Tan insistentes eran esas dudas, que la prestigiosa revista ‘Popular Mechanics’, dedicada a temas de ciencia y tecnología, publicó en 2005 un extensísimo reportaje de portada titulado ‘Las mentiras del 11-S’, en el que desmontaba esas falsedades. Explicaba, entre otras cosas, que el fuel de los aviones, vertido en los edificios, causó explosiones e incendios.

Ese reportaje se convirtió en el libro de cabecera contra las paranoias conspirativas del 11-S, titulado: ‘Desmontando los mitos del 11-S’. El prólogo era del senador John McCain, ya fallecido. En él, escribió: «Las teorías de la conspiración sobre el 11-S explotan la rabia y la angustia del pueblo. Ponen a prueba la confianza de los estadounidenses en su Gobierno en un momento en que esa confianza ya está en un mínimo histórico. Ondean acusaciones horribles e infundadas de una maldad extraordinaria contra sus conciudadanos».

El tercer edificio que cayó

Otro punto de disputa en esos foros de internet era que un tercer edificio se derrumbó horas después de las Torres Gemelas en Nueva York. Se trataba del 7 World Trade Center, que cayó a las 17.20. El complejo tenia varios rascacielos y edificios bajos, todos ellos dañados de gravedad. Según esas versiones, fue en realidad otra bomba la que lo tumbó.

Según ‘Popular Mechanics’, sin embargo, el edificio padeció el derrumbe de las cercanas torres, y los cascotes caídos dañaron seriamente su fachada meridional. El edifico además padeció incendios en las plantas superiores que dañaron su estructura. Se derrumbó por los atentados, según ese análisis.

El tercer punto de duda es el choque en el Pentágono. No hay vídeos del impacto —los móviles no tenían cámaras como las de ahora— y las fotos tras el impacto muestran solo un hueco gigantesco en la fachada al oeste del edificio.

La teoría es que no se estrelló el vuelo 77 de American Airlines a las 9.37, como dice el Gobierno. Según las muchas versiones alternativas, fue un misil de las Fuerzas Armadas estadounidenses lo que destrozó el edificio, y por eso se salvó el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, que estaba en otro punto del edificio.

Efe

Lo cierto es que eso es falso. Se halló la caja negra del avión, y buena parte del fuselaje. Lo que sucede es que el edificio, que es plano, tiene abundantes pasajes subterráneos, y el avión, al estrellarse, cayó seis metros hacia abajo. Al soltar el fuel, se produjo una explosión y un incendio feroz. Murieron 125 personas, a parte de las 58 que iban a bordo y cinco terroristas. En los escombros, peinados por el FBI el mismo 11-S, se hallaron ropa, documentos y restos de los pasajeros.

El último avión

El último punto de disputa es el vuelo United 93, que salió del aeropuerto de Newark, en Nueva Jersey, a las 8.42 y se estrelló en la localidad de Shanksville, en Pensilvania, con 33 personas a bordo, que forcejearon con los terroristas y evitaron que se estrellara en la capital. Eso es lo que mantiene el informe oficial de la Comisión del 11-S, publicado en 2004.

Según esas teorías conspirativas, en realidad el vuelo fue abatido por un misil lanzado por el Gobierno estadounidense. Las pistas que se ofrecen en esos foros de internet apuntan a que un avión militar sobrevoló la misma zona en Pensilvania antes de la caída. Y que se hallaron partes del avión muy lejos del lugar del accidente. Una de las teorías es que el presidente George W. Bush dio la orden de derribar los aviones secuestrados después de los choques contra las Torres Gemelas, y tras matar a esos civiles, ocultó la verdad.

Aunque es cierto que había una orden de derribar los aviones si entraban en la capital —la dio el vicepresidente Cheney, no Bush, que estaba fuera de Washington— hay grabaciones guardadas de la época, de conversaciones mantenidas con teléfonos móviles, que demuestran que los pasajeros se enteraron del secuestro de los otros aviones, y se enfrentaron a los secuestradores. Hubo un motín, y aunque no se sabe a ciencia cierta qué provocó exactamente la caída, es seguro que el avión se estrelló en Shanksville. Fue un acto de heroísmo, aunque para los teóricos de la conspiración es por supuesto más apetecible un derribo por misil.

(ABC)

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