Con la nieve escarchando nuevamente las cúpulas del Capitolio y la Casa Blanca, la actividad política se ralentizaba hoy en esta capital. Aunado a ello, la conmemoración del Día de los Presidentes, una fecha en la que se recuerdan a todos los presidentes de Estados Unidos, ha dado paso a un largo fin de semana que ha estado marcado por la muerte del magistrado del Tribunal Supremo, Anthony Scalia.
Desde el sábado pasado, cuando se conoció la súbita muerte del juez Scalia, quien murió de un ataque al corazón en un lujoso centro recreativo en Texas, la lucha por la nominación presidencial de demócratas y republicanos ha pasado a un segundo plano.
La inesperada muerte de Scalia ha resucitado la guerra entre esa mayoría que controla el Congreso y el presidente Barack Obama.
Precisamente, nada más enterarse de la muerte del juez Scalia, el presidente Obama anunció sus planes de designar a su sucesor, una prerrogativa que es de debido cumplimiento si nos atenemos a la fracción segunda del artículo 2 de la Constitución que establece que el jefe del ejecutivo tiene la obligación de designar a los miembros de la Suprema Corte con el consejo y aprobación del Senado.
El problema, por supuesto, es la guerra abierta que los republicanos libran contra Obama. Una de las consecuencias de esta guerra, es el bloqueo sistemático de todas y cada una de sus iniciativas y de una larga lista de cargos que son nominados por la Casa Blanca.
Entre ellos, el de Roberta Jacobson, la aspirante a embajadora en México, quien lleva 8 meses esperando la confirmación del Senado. A la designación de Jacobson se han opuesto abiertamente los senadores Marco Rubio y Bob Menéndez, republicano y demócrata, quienes han decidido así pasarle factura por el histórico proceso de reconciliación con Cuba.
Otro ejemplo del bloqueo sistemático fue el caso de la actual Procuradora General, Loretta Lynch, quien tuvo que esperar cinco meses antes de ser confirmada en el cargo.
La designación del sucesor de Anthony Scalia no podía ser la excepción. Sobre todo, tratándose de la mejor oportunidad de los republicanos para evitar que Obama pueda designar a un magistrado que termine con la mayoría conservadora en el máximo tribunal de la nación.
Hasta la muerte de Scalia, el número de magistrados conservadores era 5 contra los 4 que son conocidos por sus posiciones más liberales.
La guerra desatada por la sucesión de Anthony Scalia demuestra hasta qué punto el máximo tribunal de la nación no ha estado exento del riesgo de la politización de la justicia. Particularmente en el caso de Scalia, un juez que nunca ocultó su vena conservadora y su beligerancia en asuntos que muchas veces lo retrataron como un serio adversario de la agenda del cambio de Barack Obama.
La muerte de Scalia, cuyos detalles se han conocido por goteo, ha impactado la lucha por la nominación presidencial. Desde el sábado pasado, los 6 aspirantes del partido republicano se pronunciaron en contra de que Obama designe al sucesor. Prefieren que el próximo presidente sea el responsable de un proceso de sucesión que impactará el equilibrio del Tribunal Supremo.
El rechazo de los 6 aspirantes del partido republicano ha sido condenado por los aspirantes demócratas Hillary Clinton y Bernie Sanders, quienes han criticado la actitud de los republicanos contra Barack Obama.
La designación del sucesor de Scalia promete así una larga y tortuosa batalla entre la Casa Blanca y el Senado donde el líder de la mayoría republicana, Mitch McConnell, tendrá muy difícil a la hora de evitar la actuación partidista de su partido en asuntos que deberían abordarse con altura de miras y sentido de Estado.
Una actuación que, por cierto, ha convertido al Congreso de Estados Unidos en la peor institución valorada entre los ciudadanos. Hoy, sólo un 16% de los ciudadanos aprueba la gestión del Congreso, mientras que un 80% la rechaza, según las cifras de Gallup.