Herman Pontzer, “el contador de calorías”, es un antropólogo biológico que se ha dedicado, insospechadamente, a contar calorías y a desmentir la teoría que aseguraba que todos los mamíferos gastaban una cantidad de energía proporcional a su masa corporal. Este científico se ha pasado la vida contabilizando los calorías quemadas por el estrés, la actividad física e incluso la energía gastada por el sistema inmune cuando una vacuna comienza a surtir efecto en el cuerpo. Hoy, asegura que el ser humano es el primate con mayor incapacidad para perder peso y revela el porqué.
Pero para llegar a estas conclusiones, el catedrático de la Universidad de Duke, pasó por muchas y complejas facetas de investigación. En un principio, Pontzer medía la pérdida de calorías a través del CO2, expulsado por una persona, mediante una capucha de plástico, a la que le solicitaba a los participantes utilizar durante todo el día. El investigador se interesaba, especialmente, en medir la energía pérdida durante un “examen de éstres”, por ello recurrió a someter a estas pruebas a estudiantes suyos, a quienes evaluaba con preguntas aleatorías matemáticas, que irrumpía con cuestiones sobre cuál era el trabajo de sus sueños y a qué se dedicarían luego de graduarse. Las y los participantes, atónitos, experimentaban lo que denominó como “ansiedad matemática”.
El verdadero objetivo del investigador -dijo para “Science”- no era generar incertidumbre existencial en las y los voluntarios, lo que realmente tenía en mente era desentrañar el motivo por el que la cantidad de dióxido de carbono dependía de los niveles del ritmo cardíaco, pues el científico de 44 años ha apostado por comprender las causas verdaderas por las que quemamos calorías, perdemos peso y nos mantenemos saludables, pues asegura que no es por el ejercicio ni la actividad física. Estas aseveraciones le han valido la desaprobación de varios de sus homólogos, como es el caso John Thyfault. Este fisiólogo del Centro Médico de la Universidad de Kansas ha asegurado que el mensaje que dicta que el ejercicio no ayudará a perder peso “carece de matices” e incita a la población a abandonar las prácticas saludables.
Sin embargo, Pontzer y sus colegas han contabilizado, a través de un sistema con el que se estudia la obesidad, la energía utilizada por animales y humanos durante un día. Los resultados de esta investigación arrojaron que “el ejercicio no lo ayuda a quemar más energía en promedio”; los cazadores-recolectores activos en África no gastan más energía diariamente que una o un oficinista sedentario, ni tampoco las mujeres embarazadas no queman más calorías por día que otros adultos. Las propuestas en torno al gasto de calorías del investigador suponen una nueva perspectiva en torno al mito del gasto energético humano y sobre el gasto total de energía (TEE, por sus siglas en inglés).
Pero los investigadores ya no sólo han estudiado el gasto tal de energía, sino también la tasa metabólica basal (TMB, pro sus siglas en inglés), que no es más que la energía quemada mientras que una persona se encuentra en reposo, en la que se incluye la energía invertida en la respiración, circulación y otras funciones vitales. Pero mientras Pontzer estudiaba la forma en que los humanos queman calorías, descubrió que podía lograrlo de una forma más sencilla que colocándoles una capucha de plástico. El científico les dio de beber un cóctel inofensivo de hidrógeno y oxígeno diluido en agua embotellada. Más tarde, tomó las muestras de orina varias veces durante una semana.
“El hidrógeno marcado pasa a través del cuerpo hacia la orina, el sudor y otros fluidos, pero a medida que una persona quema calorías, parte del oxígeno marcado se exhala como CO2”, explicó. De esta manera, la proporción de oxígeno e hidrógeno marcado en la orina sirve para medir cuánto oxígeno usan las células de una persona en promedio en un día y, por lo tanto, cuántas calorías se queman.
En esta búsqueda, Pontzer se percató que “entre los grandes simios, los humanos son los más atípicos”, para valer sus argumentos, el experto expuso el caso de Azy, un hombre adulto que fue estudiando, de 113 kilogramos, quemó 2 mil 50 kilocalorías por día, mucho menos que las 3 mil 300 que quemaría, habitualmente, hombre de 113 kilogramos. “Los humanos machos acumulan el doble de grasa que otros simios machos y las mujeres tres veces más que otras simios hembras”, expuso.
La explicación de este fenómeno, de acuerdo al científico, se debería a la gran cantidad de grasa corporal de los humanos, que evolucionó junto con una tasa metabólica más rápida: la grasa quema menos energía, con el objetivo de reservar combustible. “Nuestros motores metabólicos no fueron creados por millones de años de evolución para garantizar un cuerpo de bikini listo para la playa”, escribió Pontzer en “Burn”.
Pero la forma ralentizada de quemar calorías no es del todo mala -reveló-, ya que la capacidad que desarrollamos como humanidad para convertir las reservas de alimentos y grasas en energía más rápido, en comparación de como lo hacen otros simios, ya que esto nos proporciona de más energía para nutrir nuestra capacidad cognitiva y cerebral, pues Pontzer recordó que el tamaño del cerebro humano representan el 20% del uso de energía por día, y estas diferencias en la anatomía son compensadas con un gasto calórico distinto a la de las otras especies animales.
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