La fiesta nacional belga se celebró de manera reservada. Si bien muchos querían disfrutar del festejo, no les fue posible ignorar el miedo que desde el doble atentado en marzo pasado reina en la capital del país.
En su puesto en la entrada del Parque de Bruselas, Ilyes Amani vende globos, sombreros, collares de flores y banderas con los colores nacionales belgas. “Hay buen ambiente”, dice, a pesar de que helicópteros de la policía sobrevuelan el lugar. “No tengo miedo, me siento seguro”.
Desde hace diez años, el vendedor de recuerdos viaja a la capital del país en el día de la fiesta nacional, que siempre le ha asegurado buenas ganancias. Cada años, muchas familias acuden al evento, y en el puesto en la entrada del parque los padres de familia se dejan convencer fácilmente por sus hijos para comprarles un globo.
“No sirve de nada vivir permanentemente bajo miedo”, dice Amani. “Eso no nos protegerá de ningún atentado”. No obstante, este 21 de julio no es tan fácil deshacerse del miedo en Bruselas, donde apenas hace cuatro meses -el 22 de marzo- varios islamistas perpetraron dos atentados terroristas, en el metro y en el aeropuerto internacional.
Desde el ataque en Niza la semana pasada, también ha aumentado la preocupación por un nuevo atentado en Bélgica. Si bien el gobierno no subió el nivel de alerta, sí reforzó visiblemente el personal de seguridad.
En Bruselas se ha vuelto común ver a soldados patrullar con metralleta. Pero en la fiesta nacional, en medio de globos y puestos de wafles y papas fritas, se ven algo fuera de lugar.
Markus Städler, un alemán que trabaja en las instituciones de la Unión Europea, acude por primera vez junto con su familia a la celebración en el barrio real. “Desde luego uno piensa en la posibilidad de un atentado terrorista, sobre todo cuando uno ve la fuerte presencia militar y policial”, dice.
En la entrada de la zona de celebración son controladas las bolsas de los visitantes. Las calles aledañas al parque están casi vacías. Algunas áreas han sido bloqueadas para el desfile militar. Pero ahí donde los belgas antes se aseguraban los mejores lugares, solo están sentados unos cuantos curiosos.
Ya en vísperas de la fiesta nacional se podía ver la huella que el miedo dejó en Bruselas: durante horas, comandos especiales y unidades antiterroristas cerraron la plaza central de la capital y detuvieron a un hombre que en pleno verano llevaba un abrigo largo debajo del que salían cables. Al final resultó ser un estudiante de doctorado de la Universidad de Gante que había medido radioactividad en diferentes superficies para un proyecto. No obstante, puesto que el científico solo hablaba inglés y no francés o flamenco, tuvo problemas para entenderse con la policía.