ARGENTINA.- Conquistaron la inmensidad del país y lo construyeron como nación. Por mucho tiempo caídos en desgracia, los trenes están de regreso en Argentina, estación tras estación, aunque es dudoso si este incipiente regreso tiene un futuro viable. El sol del amanecer enceguece a lo lejos sobre el Río de la Plata. La locomotora CNR CKD8 diesel-eléctrica abandona poco a poco los campos y avanza hacia Buenos Aires. Aún somnolientos, tras unas horas de viaje, los pasajeros se manifiestan felices de que los “trenes vuelvan”.
Desde San Pedro, 170 km al norte de Buenos Aires, viajan a la capital por negocios, por un examen médico, para ver un pariente. No van rápido (3 horas y 20 minutos) pero el viaje es barato, unos mil 130 pesos argentinos (2.38 dólares “blue”, al cambio del 26 de abril / cerca de 45 pesos mexicanos) y esa misma noche, estarán de vuelta.
“Antes, había trenes pero salían cada tanto. Este sale todos los días y esto me cambió bastante la vida”, sonríe Noemí Peralta, 52 años, quien viaja a Buenos Aires (a 280 kilómetros) para comprar ropa al por mayor que luego venderá en mercados de la ciudad de Rosario (Santa Fe, este). “Con el viaje en micro (autobús) a 5 mil pesos (10.54 dólares “blue” / unos 190 pesos mexicanos), la ganancia se me iba o tenía que vender las cosas más caras. Ahora, voy contenta porque llevo un montón de cosas”, dice.
Justo Daract, Gobernador Castro, La Picada… Después de haber recuperado las concesiones de manos privadas, hace una década, el gobierno de centro-izquierda de Alberto Fernández va reinaugurando estaciones, algunas pequeñas, y habilitando ramales abandonados desde hacía 20 años o más.
“Volvimos a conectar a 66 localidades con nuestros trenes de carga y pasajeros; intervenimos 2 mil 500 kilómetros de vías y reactivamos 17 ramales ferroviarios”, lanzó Fernández en un discurso en marzo. El gobierno de su predecesor, Mauricio Macri, (derecha liberal) había cerrado 12 ramales, enfatizó entonces su ministro de Transporte. El ferrocarril tiene un lugar destacado en la historia y en el corazón de los argentinos. Nacieron prácticamente juntos.
“A diferencia de Europa, en América no había nada antes del ferrocarril. Fue un instrumento que tuvo el Estado para desarrollar o crear un país que no existía”, sostiene el historiador Jorge Waddell, profesor de políticas públicas e historia ferroviaria argentina.
Testimonio de ese rico pasado son el museo ferroviario de Buenos Aires y las majestuosas terminales de Constitución (1887) y Retiro (1915), donde se mezclan bellas artes e influencias victorianas: los ingleses gerenciaron el inicio de los ferrocarriles Eran tiempos en que en este país de migración que se proyectaba como “granero del mundo” por su producción de cereales y ganado, se multiplicaban vías ferroviarias privadas hasta el absurdo de conformar una red con vías paralelas a pocos kilómetros unas de las otras.
Pero de 45 mil km de vías existentes en 1945, su máximo histórico, sólo quedan unos 15 mil km, de los cuales 5 mil km solo para transporte de pasajeros, en un país cinco veces más extenso que Francia, que cuenta con 27 mil km de vías.
Nacionalizados en 1948 bajo el primer gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1955), la extensa red ferroviaria argentina fue sufriendo la falta de inversiones hasta que en la década de 1990 fue en gran parte desmantelada durante la presidencia neoliberal de Carlos Menem (1989-1999).
“El ferrocarril era un enfermo que estaba conectado a un pulmotor desde hacía muchos años y se sacó el enchufe”, explica Waddell sobre la política de los 1990. Tampoco confía en la viabilidad del ferrocarril en la actualidad: “Con una sociedad empobrecida no se pueden pagar las tarifas. Entonces prácticamente el 95% es subsidio estatal y el pasajero paga 5% del costo, encima en un Estado quebrado”, explica.
Trenes Argentinos, la entidad pública que en 2014 retomó la gestión de la red —aunque subsisten concesiones privada en trenes de carga— reconoce que las cifras no acompañan, pero considera su recuperación una “política de Estado”.
“Pensamos la gestión en términos de rentabilidad social, no de rentabilidad económica”, dice el presidente de la entidad, Mariano Marinucci. “El tren representa un derecho social para los ciudadanos y un servicio para las comunidades”, acota.
En el tren albiceleste de Trenes Argentinos que une San Pedro con Buenos Aires, los pasajeros disfrutan de vagones amplios (comprados a China en 2014), con aire acondicionado, un vagón-restaurante, y agua caliente gratis en cada coche para la tradicional e indispensable infusión, el mate.
Eduardo Llama, un jubilado de 68 años “vuelto al tren” hace tres o cuatro años, se regocija pero lamenta que los trayectos “son más lentos que hace 50 años”, debido entre otras causas al estado vetusto de algunas vías y a los pasos a nivel. Sin embargo, la gente sigue queriendo al tren, barato y seguro, porque evoca recuerdos de infancia y periplos familiares.
Según Waddell, “los países fracasados como la Argentina añoran al pasado porque el único punto de referencia bueno que tienen está en el pasado. Y el tren es esencial en nuestro pasado”.
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