WASHINGTON.- El gobierno de Donald Trump enfrenta un complejo panorama en la industria cárnica estadunidense. Pese a sus políticas proteccionistas, el país ha incrementado las importaciones de carne, particularmente desde Argentina.
La decisión se explica, según expertos, por una combinación de factores: los altos aranceles a las importaciones tradicionales, la reducción del número de cabezas de ganado en EU, los elevados precios internos y la necesidad de contener la inflación alimentaria.
Los ganaderos, tradicionalmente aliados del Partido Republicano, denuncian que la administración está traicionando su promesa de fortalecer la producción nacional.
Al mismo tiempo, economistas agrícolas advierten que el incremento de importaciones difícilmente reducirá los precios para el consumidor, debido a que la participación de la carne argentina en el mercado estadunidense es mínima.
En el fondo, la política de aranceles impulsada por Trump desde su primer mandato ha alterado el equilibrio del comercio cárnico.
Los gravámenes del 50 por ciento sobre Brasil —uno de los mayores exportadores de carne— y las restricciones sanitarias impuestas a México por la detección del gusano barrenador han reducido drásticamente el flujo de carne importada.
Para llenar ese vacío, Washington recurre ahora a Buenos Aires, un socio con el que acaba de firmar un acuerdo económico de 20 mil millones de dólares.
Los aranceles de Trump y la carne
El propio Trump ha reconocido que los aranceles son el origen del actual escenario.
Aunque quiero mucho a los ganaderos de Estados Unidos, no entienden que la única razón por la que les está yendo tan bien es por mis aranceles al ganado que ingresa al país”, declaró el presidente.
Sin embargo, la paradoja radica en que las mismas políticas que elevaron la rentabilidad de los productores también han contribuido al aumento de los precios al consumidor.
El precio promedio de una libra de carne molida alcanzó los 6.32 dólares, mientras los cortes premium superan los 12 dólares por libra.
Para contener el encarecimiento, la Casa Blanca anunció un incremento de la cuota de importación de carne argentina de 20 mil a 80 mil toneladas métricas anuales, según confirmó un funcionario del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA) a Bloomberg.
En palabras de Trump, la medida busca “apoyar a Argentina, un muy buen aliado”, al tiempo que “se ayuda a los consumidores estadunidenses” a enfrentar los precios récord.
El mandatario argumenta que la entrada de carne argentina permitirá “reducir los costos” sin afectar el empleo nacional. Pero el cálculo político no convence a los ganaderos locales, que acusan al gobierno de “intervencionismo” y “doble discurso”.
Enojo del campo estadunidense
La Asociación Nacional de Ganaderos (NCBA), la R-CALF y otros grupos agrícolas han criticado abiertamente el plan.
Hacemos un llamamiento al presidente Trump y al Congreso para que dejen que el mercado funcione, en lugar de intervenir de formas que no hacen más que perjudicar a las zonas rurales de Estados Unidos”, señaló la NCBA en un comunicado.
Su director ejecutivo, Colin Woodall, fue tajante:
El plan solo crea caos y no representa una solución para el precio de la carne en el país”. Según Woodall, la importación masiva de carne argentina “podría devastar nuestra producción ganadera nacional” y exponer al país a riesgos sanitarios.
El economista David Anderson, de la Universidad de Texas A&M, apuntó que los productores “finalmente están obteniendo precios que compensan años realmente malos con sequía, bajos precios y altos costos. Y ahora comenzamos a hablar de una política gubernamental para bajar los precios”.
Otros líderes del sector, como Bill Bullard, presidente de R-CALF, consideran que la decisión contradice la filosofía “Estados Unidos Primero” que Trump defendió durante su primera campaña. “Pensamos que estaba en el camino correcto, pero esto va en sentido contrario”, declaró.
Los expertos en economía agrícola sostienen que el impacto de la carne argentina en el mercado estadunidense será mínimo.
El profesor Glynn Tonsor, de la Universidad Estatal de Kansas, explicó que el país sudamericano “no puede producir suficiente carne para compensar las pérdidas por las restricciones a México y Brasil”.
Hasta julio, Estados Unidos había importado 32.8 millones de kilogramos de carne argentina, una cifra pequeña frente a los más de 6 mil 800 millones de kilogramos producidos localmente.
Gran parte de esas importaciones corresponde a carne magra utilizada para mezclar con cortes grasos y producir carne molida, por lo que el efecto sobre los precios de los bistecs o filetes será marginal.
Incluso el representante comercial estadunidense Jamieson Greer restó dramatismo al asunto.
No veo un mundo en el que haya millones de toneladas métricas inundando este mercado. Eso simplemente no es parte del programa”, dijo a CNBC, respondiendo a las preocupaciones de legisladores republicanos.
Desconfianza hacia argentina
Del otro lado del hemisferio, los productores argentinos celebran la apertura.
Siempre, cuando viene un comprador más, es beneficioso para todos los productores”, comentó Augusto Wallace, ganadero bonaerense.
No obstante, las autoridades estadunidenses mantienen reservas por la fiebre aftosa, una enfermedad erradicada en Argentina desde 2006, pero cuya sombra sigue pesando sobre sus exportaciones.
La secretaria de Agricultura estadunidense, Brooke Rollins, advirtió sobre la necesidad de “una mayor cautela” antes de permitir el ingreso de más carne argentina. En respuesta, el presidente de la Sociedad Rural Argentina, Nicolás Pino, replicó:
La señora está mal informada. El último foco de aftosa en Argentina data de febrero de 2006”.
Pese a las dudas sanitarias, el gobierno de Buenos Aires ve en este acuerdo una vía para estabilizar su economía y obtener divisas.
Según el Ministerio de Economía argentino, el aumento de la cuota exportadora representa una oportunidad estratégica en medio de la recesión interna.
Los analistas coinciden en que el problema de fondo no es la procedencia de la carne, sino la estructura del mercado estadunidense. La demanda sigue siendo alta y el hato ganadero se encuentra en su punto más bajo desde 1961.
La sequía, el costo del alimento y la concentración del mercado en pocas empacadoras han contribuido al alza de precios.
El ganadero Brett Kenzy, de Dakota del Sur, expresó su frustración:
“Me encanta la retórica de ‘Hagamos grande a Estados Unidos otra vez’, pero esto se parece mucho a las políticas fallidas del pasado: obtener bienes globales baratos a través del libre comercio”.
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