Benjamin Franklin fue el primero en publicar descripciones y mapas detallados sobre la llamada corriente del Golfo. A finales del siglo XVIII los cazadores de ballenas en EE.UU se habían dado cuenta que los cetáceos evitaban las aguas de algunas corrientes marinas, así que en sus viajes entre América y Europa, el político e inventor decidió estudiar el fenómeno tomando medidas sistemáticas de la temperatura de las aguas por las que iba a travesando.
Con mediciones realizadas con botellas de vidrio y termómetros, se dio cuenta que las corrientes norte-sur eran más frías que las que fluían en sentido contrario y eran evitadas por las ballenas. La curiosidad del científico y estas sencillas herramientas le abrieron camino a la oceanografía física.
Territorio desconocido
El estudio de los mares ha evolucionado a través del tiempo, sin embargo aún parece territorio desconocido. Los océanos cubren alrededor de dos tercios de la superficie de la Tierra y son considerados el verdadero pilar de la vida. Los mares del mundo reúnen alrededor de 1500 millones de kilómetros cúbicos y menos del 10% han sido explorados, sin embargo el hombre continúa desarrollando herramientas para entender de mejor forma sus dinámicas. Los llamados gliders se han convertido en unos de los instrumentos más vanguardistas para explorar los océanos.
Se trata de vehículos autónomos que se desplazan por debajo del mar y sirven para medir, de manera continua y casi en tiempo real, diversas propiedades del océano, tanto físicas como biogeoquímicas. En nuestro país hay un grupo de especialistas que utilizan estos instrumentos para estudiar precisamente las corrientes marinas que cautivaron alguna vez a Franklin. Se trata del Grupo de Monitoreo Oceanográfico con Gliders (GMOG), un grupo multidisciplinario de investigadores y técnicos del Departamento de Oceanografía Física (DOF) del CICESE y del Centro de Ciencias Atmosféricas (CCA) de la UNAM, entre otras instituciones.
Enric Pallàs Sanz, especialista del CICESE, dice que su labor es monitorear remolinos oceánicos cálidos de mesoescala en el oeste del Golfo de México. Se trata de estructuras marinas de gran escala (con 200 a 300 kilómetros de diámetro) que en general transportan agua caliente proveniente desde la corriente de Lazo, entre Cuba y Yucatán. “Estos remolinos toman aguas del caribe y se propagan; entre siete y nueve meses pueden tardar en alcanzar las costas de Tamaulipas. En esta región los monitoreamos mediante sus propiedades físicas y biogeoquímicas”.
Entre las propiedades físicas estudiadas se encuentran: temperatura, conductividad, presión y salinidad; mientras que entre las propiedades biogeoquímicas, interesan cuestiones como la concentración de la clorofila que informa sobre la productividad marina de las aguas. “También se mide el carbón orgánico disuelto y la turbidez del agua, que tiene que ver con la concentración de las partículas en el océano. También medimos el oxígeno disuelto. Estas son las propiedades básicas que medimos actualmente”. Afirma que cuentan con otros dos sensores experimentales que aún no se han empleado en las cinco misiones de los gliders concluidas hasta hoy. Se trata de un sensor para medir corrientes y otro para microturbulencias.
En cada misión los planeadores submarinos pueden trabajar durante tres meses recorriendo una distancia aproximada de 1300 kilómetros. El especialista explica que los gliders son equipos relativamente nuevos, una tecnología que empezó a a comercializarse aproximadamente hace una década. Actualmente hay alrededor de cinco marcas en el mercado, pero el funcionamiento básicamente es el mismo: sumergirse en la columna de agua donde los aparatos más comunes pueden pueden bajar desde 200 metros hasta los mil metros para ascender nuevamente. Tienen un avance tanto horizontal y vertical.
El oceanógrafo explica que en general estos instrumentos no están propulsados. Se basan en un principio de flotabilidad, pues tienen una vejiga interna que mediante la inyección de aceite cambia el volumen del instrumento, Esto lo hace ascender o descender, así se controla el nivel de flotabilidad. “La configuración que nosotros utilizamos lo hace avanzar aproximadamente cinco kilómetros en cinco o seis horas, así que por día este equipo recorre una distancia de 20 kilometros. Cuando asciende a superficie, saca una antena y cada cinco horas se comunica vía satélite para transmitir los datos recopilados. Estos datos llegan a los servidores del CICESE para adquisición de datos prácticamente en tiempo real y para ser transmitidos en la página web.
El estudio se inició hace dos años, pero de forma operativa llevan trabajando un año. El objetivo del proyecto, financiado por la SENER y PEMEX, tiene como objetivo la creación de un sistema integral de observaciones y modelos numéricos, capaz de prevenir posibles derrames de hidrocarburos en el Golfo de México, pues al monitorear estos remolinos se puede prevenir de mejor forma algún impacto en alguna plataforma petrolera.
Las virtudes de los gliders
El especialista afirma que los costos de esta forma de monitoreo oceanográfico para muestrear una región del océano de forma sistemática y continua son mucho más bajos que mediante las formas tradicionales, representadas por los barcos, que cuestan entre 10 y 18 mil dólares por día. “En el caso de los gliders, la inversión inicial es grande porque estos equipos con los sensores básicos cuestan alrededor de 200 mil dólares, pero sirven para un monitoreo continuo”, señala Pallàs Sanz y agrega que incluso hay proyectos internacionales a muy larga escala, como el caso de CalCOFI (California Cooperative Oceanic fisheries Investigations), un proyecto entre el Estado de California y La Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA) en EU. Este grupo se encarga princiaplemnte de estudiar los cambios de la corriente de California (CCE), uno de los ecosistemas marinos templados más productivos y diversos del mundo.
“Ellos han realizado transectos perpendiculares de la costa de California durante 30 años. Empezaron haciendo los estudios en barcos y ahora los están sustituyendo por gliders”.
Otra ventaja de estos artefactos es que sirven para monitorear condiciones oceánicas a las que no se puede acceder con un barco, por ejemplo, un huracán. “Si quieres ver su efecto debajo del mar, es imposible con una embarcación; pero con un planeador submarino, sí es factible”. Aunque es una tecnología que no pretende sustituir a los barcos, pues tiene sus limitantes, como por ejemplo la toma de muestras de agua, se han logrado incorporar instrumentos para enriquecer determinados estudios, como hidrófonos para detectar el sonido de animales marinos o cámaras para ver el oceáno profundo. Esto lo han hecho recientemente investigadores del Whale Shark and Oceanic Research Center (WSORC) en Honduras, utilizando autónomos para monitorear tiburones ballena.
Enric Pallàs Sanz sostiene que la tendencia en esta tecnología es a tener planeadores submarinos más confiables y que puedan permanecer en el agua hasta un año, pero también llegando a profundidades mayores como un nuevo modelo, aún no comercial, que puede alcanzar una profundidad de seis mil metros, donde los secretos del océano serán visibles con mayor facilidad.
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