“EL LIBRO VIEJO”
-Maestra, ¿Puedo hablar con usted?
-Sé breve, Mali, ¿pasa algo?
-Sé que má no tendrá para comprarme ese libro que nos pide y…
-¿Entonces qué haces estudiando aquí? Vete a echar bola, cuidar chivas o ayudar
al matancero.
Esa tarde, saliendo de la escuela, le platiqué a don Roque Tuerca mis
preocupaciones y le pedí me dejara acomodar la fruta de su tienda. Al terminar y
con algunas monedas en mano me pasé un par de horas buscando “La montaña
luminosa” de Macuspana Lirio. El hambre me mataba y seguro estaba que
igualmente mamá me trituraría a golpes por llegar tan tarde a la casa. En mi
camino por la gran ciudad me topé a varios compañeros saliendo de las librerías
con su libro nuevo en mano. Me imaginaba haciendo lo mismo, pero el precio
había resultado tan impagable que comencé a envidiar el buen acomodo
económico de mis compañeros y a odiar la miseria en la que vivía.
Desolado y sentado a los pies de una estatua de Benito Juárez miraba los pocos
pesos que ya me habían hecho sudar las palmas de mis manos. Recordé
entonces el viejo mercado de los Acebuches en el barrio viejo de las Almendras y
sin importarme la hora caminé allá. Al llegar, don Tulio cerraba el local de libros
viejos. Mirarme desesperado casi lo obligó a abrirme y tras verme buscar entre
todos aquellos viejos libros gastados, apolillados y medio humedecidos, dejó de
lado su café que se había preparado preguntándome qué buscaba.
-Esa Macuspana te destrozará, muchacho. La leí a mis doce años, imagínate, ya
tengo sesenta. Ese libro es sólo para valientes que dispuestos están a ser molidos
con verdades que no siempre uno quiere aceptar. Ven, creo tener ese que buscas
y algunos otros de esa escritora.
De portada simple, letra pequeña y muy maltratado, ese libro me provocaba un
tedio descomunal.
-Si lo lees completo te regalo dos más de la misma escritora- me dijo Don Tulio.
Ignoré sus palabras porque lo que menos que quería era leer aquello- Y no
vuelvas con ese Tuerca, es un abusón. ¿Cómo es posible te haya pagado esa
miseria por hacer todo eso? Mira nomás como te dejó las manos. Aparte te ves
pálido, anda, ve y cómprate un lonche de lomo. El libro te lo regalo.
Esa tarde y mientras engullía aquella torta, comencé a leer el libro y casi sin
advertirlo me fui sumergiendo en una enorme laguna de lecciones y consejos que
habían terminado haciendo de Ananías, personaje de la novela, en una completa
inspiración. Juro que quise ser como él, apegado a la justicia, amador de la
prudencia, sujeto a la moralidad y aferrado a Dios. Cuando la tarde comenzó a
caer caí en cuenta que paliza segura sí tendría, pero dispuesto estaba a soportarlo
porque había valido la pena. Al llegar al penúltimo capítulo caí en cuenta que
había estado leyendo un ejemplar apolillado y apestoso a humedad. La portada
estaba desteñida y me había topado con el infortunio de que algunas páginas
estuvieran pegadas y que momentáneamente perdiera el hilo de la historia
Al día siguiente y con dolor en las corvas por la azotaina que me diera mamá por
llegar de noche a casa, llegué a la escuela. Durante el receso trepé al gordo árbol
de lila y allá arriba terminé de leer ese libro de páginas onduladas por la humedad,
pero qué ondulada me había dejado el alma. Con el estómago contento por el
almuerzo y los ojos llorosos por la bella culminación de la historia bajé del árbol.
Dos horas después y con el sol pegando en mi butaca, la maestra pidió
sacáramos nuestro ejemplar de “La montaña luminosa”. Orgulloso de tener mi libro
como los demás, lo puse sobre la butaca.
-¿Ya vieron el libro de Mali?- gritó Sofía, quién se sentaba tras de mí- ¡Trajo un
libro feo y hasta huele mal!
-Guarda silencio, Sofía. Última vez que gritas en el salón, ¿Oíste?- advirtió la
maestra.
-Sí, maestra, pero mamá dice que los libros viejos acarrean muchos microbios que
entran por la nariz y pueden hacernos mal.
-¿Acaso pedimos tu opinión, niña?… A ver Mali, ¿de dónde sacaste esa
porquería?
-No es una porquería, maestra. Tulio me lo regaló y…
-¡Vaya, era de esperarse, ese Tulio tiene pura basura en su negocio.
La maestra caminó a su escritorio, volviendo con una bolsa desechable. Cuando
intentó tomar mi libro con evidente asco, lo arrebaté de sobre la butaca y me lo
pegué al pecho.
-¡Dame esa basura, Mali Briseño, y no lo volveré a pedir!
Silenciado y apretando el ejemplar desobedecí sintiendo mis piernas temblar.
-¡Dámelo, te digo, con un carajo!
Y de un estirón lo sacó de entre mis brazos haciendo que éste cayera al suelo. Al
momento Basilio lo pateó, Rogelio lo atrapó lanzándolo al aire y al caer en la
butaca de Mercedes, esta lo lanzó al suelo asqueada. El pesar me traicionó
echándome a llorar mientras escuchaba los gritos de la maestra intentando
controlar la situación. EL piso ahora estaba sucio de hojas apolilladas,
humedecidas y otras rotas. Junto al escritorio estaba la portada echo jirones y más
allá, la maestra viéndome enfurecida.
-Ve por la escoba, Mali. Me barres todo el salón y no quiero quede rastro de ese
inmundo libro y ninguna otra basura.
Mientras barría los compañeros se reían de mí en silencio. Moría por opinar sobre
lo que la maestra decía de la novela. Quería decir que Ananías era bueno, que no
debía haber sido muerto por la gente del pueblo. Que sus bondades no eran de
este mundo y que por estar el mundo tan corrompido, las cosas buenas que él
hacía no eran bien vistas. Barría y miraba los libros nuevos sobre las butacas…
¿Por qué no podía tener uno así?
-Deja de hacerte tonto, Mali. Deja esa escoba y óiganlo todos, háganme un
párrafo de sus impresiones de la obra en cuestión.
Entonces fui yo, sí, yo, Mali Campa, ese niño pobre que tenía tanto por decir de
Ananías, de Macuspana Lirio y del buen Tulio, vendedor de libros.
Nunca leí mis impresiones porque por delante iban los aplicados y cuando sonó la
campana de salida todos se fueron quedándome solo y con la maestra escribiendo
no sé qué cosas en una libreta. El silencio llenaba el aula y sobre las butacas los
libros nuevos, pero abandonados de Macuspana.
Todos me conocían por pazguato, lento y antisocial, y verme con el brazo
levantado para participar les causaba risa.
Hubieron de pasar más de diez años para que un día, viviendo ya en una lejana
ciudad, entrara a una feria de libros. Y entonces ahí estaba Macuspana Lirio como
saludándome. Sonreí, compré dos ejemplares y abordé mi auto. Viajé más que
una hora sumido en un extraño nerviosismo. Dios es grande y Tulio, ancianísimo,
seguía ahí, como un ratón apaciguado entre pilas y pilas de libros.
-¿Se acuerda de mí, don Tulio?
El anciano me miró con dificultad y me sonrió.
-Soy viejo, mijo, pero mi cerebro es joven. Eres Mali, el hijo del difunto Carranza
Briseño.
-Pues vengo por los dos libros que me prometió un día si leía La montaña
luminosa.
-Háblame de Ananías, entonces, Mali Briseño, y dime si no era cierto lo que te dije
de que esa mujer te destrozaría con su prosa.
Le conté sobre la humillación que viví y de cómo un buen libro puede no significar
nada en quien no valora su contenido. Ellos, mis compañeros, tenían un ejemplar
con grandes consejos en boca de un Ananías, pero ellos sólo querían que sonara
la campana y yo, yo me había quedado con mi brazo alzado.
Nadie sabe para quien trabaja, decía mi abuelo Teo, y creo que Macuspana y
Tulio, ella como escritora y él como vendedor de libros podridos nunca imaginaron
que por su delicado servicio, un día tocarían el corazón de un niño.
AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO ARÉVALO
EL VIAJERO VINTAGE
@derechosreservadosindautor
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