La pluma del viajero

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“EL COLCHÓN”

Cuando saqué el colchón orinado de la casa, supe que nada había sido como me lo habían contado, tampoco como lo había visto y mucho menos como todos lo habíamos imaginado. Tío Peke había trabajado casi toda su vida en el jornal allá en Ohio y su hija Vanesa, que siempre se había negado a conocer siquiera el puente internacional, se la vivía recibiendo sus remesas. Pocas veces estaba en el pueblo, sus redes sociales estaban tapizadas de viajes por Michoacán, Quintana Roo y Chiapas. Solía vestir con trajes típicos y presumía alimentarse con platillos regionales.

Una infracción de tránsito y una amenaza de asalto el mismo día en Tlaxcala la hicieron cambiar de pensamientos lanzando en redes una retahíla de odios y desprecios por su patria. Optó por tomarle la palabra a tío y se fue a tierra gringa.
Comenzó entonces a alabar al país de las barras y las estrellas demeritando en cada publicación su tierra natal. Mi prima era muy guapa, qué decir, hermosa. Sabía lo que tenía y lo que proyectaba. Casi toda la familia en México hablaban maravillas de ella porque no sólo era buena chica, también había creado una fundación de ayuda a los de la tercera edad en Pensilvania.

Arreglar mis papeles me fue prioridad porque tío Peke no sólo había sido eso, un tío, también mi mejor amigo antes de irse. Los recuerdos que tenía de él eran tantos que nunca quité mi dedo del renglón de que un día iría a buscarlo. Apenas me enteré que se había puesto enfermo, no quise dejar pasar más tiempo. Los trámites engorrosos me habían retrasado mucho pero apenas estuvo listo me fui.
Quise llegar de sorpresa porque seguro estaba le agradaría verme. Cuando llegué
a Columbus después de un largo viaje lo primero que hice fue comer pollo frito.
Tío me hablaba tanto de él que quise descubrirlo.

Un taxi me llevó al destino señalado y aquella fachada tan elegante de la casa me apabulló. Toqué sin respuesta. Más de media hora sin saber nada y sin que tío me respondiera el teléfono me obligó a preguntar a los vecinos si estaba en el domicilio correcto. Lo estaba. Me miraban raro. Reintentando me di cuenta que la puerta no tenía seguro y entré. Apenas lo hice y escuché a las claras un quejido que me alarmó. Subí de prisa las escaleras y tras de recorrer un largo pasillo encontré a tío en un cuarto sucio y maloliente. Cuando me miró, sus ojos se abrillantaron y sin importarme un reciente vómito en las percudidas sábanas, lo abracé y llamé a emergencias. Se lo llevaron dejándome la dirección. No podía creer que Vane tuviera así a tío. A como pude eché todo lo inservible a la basura.
Saqué a empujones y arrastradas el viejo colchón humedecido de cientos de orinadas. La peste era horrible. En el piso había comida seca y jugos derramados. El contraste de la habitación de tío Peke y el de Vane era un mundo.

Cuando ella se enteró de que había puesto una denuncia, su universo de fantasía se vino abajo. Su fundación perdió credibilidad y fue tildada en redes como falsa, hipócrita y mentirosa. Su imagen comenzó a volverse viral y ser agredida física y verbalmente por desconocidos. Por mucho tiempo me sentí culpable. Si me hubiera callado nada de eso hubiera pasado. Entendí luego que lo que había hecho era lo correcto, más cuando me lo traje a México y lo instalé en su rancho de Tijuana. Sin pretender nada, porque mucho lo amaba, le tenía lo necesario. Tío arregló todas sus cosas legalmente porque entendió que el ocaso de su vida estaba cerca y que por más que llorara no cambiaría la manera de ser de su hija. Entonces ella llegó un día a reclamarle los porqué de haber cambiado la escrituración de sus casas en Ohio. Ante su silencio le dejó ir un golpe tan fuerte en la cabeza con su bolso, que encendido de furia le golpee la cara derribándola al piso.
Tres meses en prisión me entristecieron. Vane había perdido sus derechos en el norte. Libre me ocupé en buscar a tío y como lo encontré en una casa de asistencia fue de lo más triste. La prima había vendido todo lo del viejo y yo, tan indignado y enemigo de la injusticia, me busqué un buen abogado y mostrándole los documentos que certeramente yo había guardado, lograron recuperar sus cosas ante la inconformidad de terceros afectados. La prima quedó en mi lugar purgando una condena por falsificación y otras cosas. Tío Peke era buenísimo, excelente ser humano, y verlo así, tan acabado a sus
sesenta, era injusto. Él era todo potencia y seguro estaba que algo podía hacer. Y
lo hice. Rehabilité con su autorización el rancho de Tijuana y particularmente la
vieja cancha de tenis. El viejo amaba ese deporte y seguro estaba que verla
nuevecita le emocionaría. No me equivoqué. Su terapia fue esa. A los sesenta y
cinco tío Peke parecía de treinta y yo a mis treinta, de sesenta y cinco.

Cuando Vanesa salió libre luchó por recuperar lo que según ella le pertenecía por derecho. Su intensidad fue tan al límite que tío Peke terminó por doblarse y decirle en plena audiencia que no era su hija. Que había conocido a su madre ya embarazada y él se había hecho responsable de criarla.
-No somos misma sangre, pero siempre te consideré mi hija. Muchas veces intentaste arrancarme la vida en Ohio y sólo Dios sabe cómo la libré. Que se haga justicia porque te quiero lejos y fuera de mi vida y de mis pertenecías.
Tío Peke vivió conmigo muchos años. Le di todo lo que se merecía y le aprendí todo lo que pude en cuestiones agropecuarias. Mucho me había resistido a aceptar sus propiedades pero tampoco quería que se quedara intestado. Vanesa me odió toda su vida y más cuando le eché en cara el que cómo era posible que evidenciara su vida itinerante por todo México mientras tío dormía en un colchón orinado. Le había dolido el que mostrara fotos de esa vergüenza llena de ácaros mientras ella se rociaba el perfumes caros y vestidos de diseñador, todo a costa de él.

Tío Peke murió con dignidad. Me recuerdo con mi cabeza pegada a su pecho intentando escuchar aunque fuera un tímido latido evidenciando vida. Sus manos de dedos largos estaban flácidas y sus ojos mirando el techo blanco. Se los cerré y le besé la frente. Llamé a las enfermeras y de ahí en delante fue puro dolor para mí. Me había acostumbrado tanto a hacerle compañía, llevarlo a pasear, jugar tenis y ver Los Simpson, que verlo ahí, metido en esa caja, fue devastador.
A tío y a mí nos unió algo mucho más fuerte que un lazo consanguíneo, y eso nos
hizo fuertes en la adversidad.

AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO ARÉVALO
EL VIAJERO VINTAGE
@derechosreservadosindautor

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