La pluma del viajero

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RECICLADORA

Si algo le aprendí a papá es verle el lado útil a las cosas. Siempre fuimos él y yo y nadie más. Si sueno grosera me lo han de perdonar, pero mamá fue muchísimo más que putísima cuando sin mediar explicaciones se nos puso enfrente y nos dijo así nomás como así que se iba, que había encontrado una persona con quién seguir viviendo. Julia Munguía, del expendio de pan se convirtió así en su quereque y humillación nuestra. Lo digo porque, creyendo que había tomado la mejor decisión nos pasaba por enfrente mientras papá, que era bolero, estaba en sus labores en la plaza principal. Yo estaba junto a él porque me gustaba aprenderle de todo.

La muy jodida pasaba muy agarrada de la mano de la mentada Julia, sí, como si fueran dos guercas, besuqueándose y diciéndose “mi amor”

No juzgo, cada quién hace de su pantufla lo que bien le plazca, pero eso de darle de picones a papá pues como que no.

Cuando nací papá ya era bolero, pero también levanta vidrio, cartón y tarimas de madera. El único trabajo que mamá había tenido había sido el de cargarme en su vientre y pujar con fuerza cuando me tuvo. Después de ahí se la vivió presionando a papá para que le diera una vida de reina cuando de siempre había sabido que no era ni estudiado y que agarraba trabajitos de oportunidad. Crecí viendo cómo lo  humillaba y a mis doce hacía lo mismo. Le reclamaba las carencias y el que aparte de ser jodidos, no me dejara ni tener novio.

Cuando me sacó de casa de Mako casi a rastras, le grité camino a casa hasta de lo que se iba a morir. Le di tres o cuatro patadas en la pantorrilla y de inútil no lo bajé. El Mako era muy guapo, qué digo, perfecto. Tenía una lombriz tan hermosa que dejarlo sería una real idiotez. Yo era fea, pero tenía un cuerpo de sirena. De niña había nacido con mi estrella de ser deseable y toda una complicación para papá.

Una noche que Mako me dejó toda desverijada, se fue tan de prisa que dejó su cartera abandonada. Curiosa encontré algunos billetes y una foto de mamá. Tras de ella una nota: Soy toda tuya. Y el desenlace fue obvio. Mako se enchufaba a mamá y de paso le pagaba para que hiciera conmigo lo que quisiera. Dos días después mamá se fue con la panadera. Papá tenía razón, siempre la había tenido.

El día de mi independencia fue justamente el 16 de septiembre. Papá y yo vendíamos algodones de azúcar en plena Madero. Nos estaba yendo bien y más felices no podíamos estar, bueno, hasta que vimos venir a mamá toda amachorrada, vestida de negro, zapatos industriales y caminando sacando el pecho.

-¡¡Sigues de jodido, Pedro!!- le gritó a papá mientras que la Julia le zarandeó el palo tirándole algunas piezas. Todos sabemos aquí y en China qué la risa es la que chinga y si algo me chingó el sentimiento fue ver la cara tristona de papá, hombre justo y pacífico. Encendida la mecha me le fui encima a la mentada Julia que imposible le fue aventajar mi fuerza de muchacha grandota. Mamá quiso defenderla, pero ni su apariencia de macho le ayudaron cuando un codazo de mi parte la dejaron fuera de combate. Gritaban como locas mientras su cochina sangre manchaba el pavimento. Que fui a dar al bote, sí, sí fui, pero estando encerrada un par de días me bastaron para saber que si alguien debía cuidar de papá sería yo.

Lo que para unos es basura, para otros es riqueza, decía papá, y sí. Pepenábamos lo que podíamos. La ropa la revendíamos, el cobre y el aluminio nos lo pagaban y la fruta la consumíamos. Los vecinos nos tenían por cochinos y limosneros, pero ni uno ni lo otro, por eso, cuando a Pablo Alatriste lo dejó su vieja con dos hijos chiquitos para irse con otro, yo misma lo recogí y lo agarré para mí un día cualquiera. Y digo un día cualquiera porque entrando al Atorón buscando latas de aluminio, lo encontré en la barra llorando. Nos habíamos conocido de siempre pues éramos vecinos. Lo consolé a como pude y sí, sí cogimos, pero a ambos nos hizo bien. Cuando le conté a papá que tenía romance con Pablito, se sonrió y me dijo, ese es el hijo de Julia, no te metas en líos. Y se me vinieron los líos, pero como Pablito nunca había querido a su mamá por machorra, no le importó que por segunda ocasión la desgreñara cuando por sus huevos entrara en casa y medio rompiera todo. Ahora había sido ella la que había ido a dar a la cárcel y eso a mamá no le había gustado nada.

La mujer me había agarrado desprevenida y le había permitido dejarme una herida que si no me había mandado a la tumba, sí al hospital.

Mírale el lado útil, mija, me decía papá cuando juraba vengarme. Pablito lo apoyaba y pues sí, entre los dos me hicieron entrar en razón. A mis veinte tenía un papá honorable, un marido con todas las de la ley, dos hijos adoptivos y uno en mi panza.

Por intento de homicidio la Julia se aventó algunos años a la sombra. Mamá me suplicó una docena de veces que le diera el perdón, pero no lo había.

Fui recicladora, sí, pero recoger a Pablito para reciclarlo y que él me cogiera y recogiera hasta dejarme panzona, fue lo mejor que me ha pasado en la vida.

AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE

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