“Jorobado”
Primero vino la explosión, luego la patada del bombero derribando la puerta, enseguida la Cruz Roja sacando los cuerpos de Tina y Mano, y al final, al final la Fiscalía revelando que además de los cuerpos muertos de los dos viejos, habían dado con un apartado tan secreto que las llamas no habían logrado llegar hasta allá. En ese claustro estaba Poli, al que de niño los malvados llamaban Joro, y que era mi amigo de la infancia.
Las gruesas mangueras rociaban el techo trasero y dos hombres de blanco tomaban de los brazos a un Poli qué al pasar junto a mí me dejó una media sonrisa desvanecida y un adiós cansado de su mano izquierda. No hice nada, ni responderle ni pensar en absolutamente nada. El nudo no estaba en mi garganta, sino en toda mi alma.
─Poli no necesita de ningún cuidador─ me dijo una tarde su mamá- tampoco de nadie que le tenga lástima. Mi hijo nació especial y no me gusta que te entrometas haciéndote su salvador frente a los demás.
─Es que en la escuela le dicen de cosas y Poli es mi amigo, los amigos se defienden.
─Él no necesita que nadie lo defienda, yo le he enseñado a cuidarse solo, ¿no es así, Policarpio?
Y Poli asentía desencajado. Poli era infeliz en casa y fuera de ella. Una tarde que fui por él para que me acompañara a dejarle la cena a papá al aserradero, vi a las claras que doña Tina le pegaba en las mejillas, y lo hacía duro.
─ ¡Defiéndete,Policarpio, defiéndete, no dejes que te de cachetadas!… ¡Haz algo, taradito! ¡Por eso hacen contigo lo que quieren, por pazguato y atolondrado!
Y le daba duro y recio, hasta que Poli terminó saliéndose de la casa para terminar llorando tras la noria. Hasta ahí llegué a abrazarlo y decirle que Todo está bien, Poli, todo está bien. Y lloraba con él porque hacerlo no me avergonzaba, al contrario, me hacía sentir que él necesitaba compañía.
Cuando entré de prisa al salón de clases tras escuchar un gran escándalo, vi a Poli con un lápiz en la mano, Dora tirada en el suelo desangrándose y Mauro Tovar saliendo del salón pidiendo ayuda. Corrí con Poli, le quité el lápiz ensangrentado y me senté con él en el suelo. Al momento llegaron los maestros, después la policía y al final los llorosos padres de Dora y los nuestros asombrados e indignados.
El sepelio de Dora fue muy triste y todos cantamos “Ve con Dios lucecita mañanera”. Poli fue expulsado de la escuela y no volví a saber más nada de él. Le lloré porque era mi único amigo en todo Mazamitla. Perdí el apetito y hasta las ganas de ir a la escuela. Comencé a odiar a Dios porque le había pedido ayudara a Poli a perder su joroba y no había hecho nada al respecto. A mí no me importaba esa cosa en su espalda, hasta bromeaba con él y él se reía de mis ocurrencias. Pero en la escuela era distinto, ahí sí lo herían sin piedad.
-Si haces a un lado tu montaña de cebo, me dejarás ver a Matilde, Policarpio- le dijo una mañana la maestra Blanca en la clase de matemáticas.
Poli solo se ruborizó y se arrepolló avergonzado. Miré la escena con coraje, pero no intervine. La maestra era mala y de enemiga no la quería.
No sé cuántas veces recorrí los lugares que juntos visitábamos. Y todo seguiría así si mi padre un día, cansado de mi apatía, me agarrara de la camisa, me llevara al patio y me dijera que estar así solo me hacía ver como un maricón de mierda. ¿Extrañas al jorobado? ¿Será acaso porque te gusta? En casa no existen las jotadas, ni existirán, así que te me pones en acción o ahora sí te doy con el cinto hasta que te rompa el cuero y te llegue hasta los huesos.
《¿Por qué mataste a Dorita, Poli》, pensaba y pensaba. Ella era algo de pleitos, pero qué le habría dicho o hecho como para que él le hubiera clavado el lápiz.
Volví de Guadalajara a los veinticinco años convertido en Ingeniero industrial, y sintiendo Mazamitla muy pequeño para mis sueños, me volví a ir, pero a hora a Zapopan.
En vacaciones y en el pueblo me ganaba la nostalgia. Siempre he sido muy tristón y nunca dejé ir los recuerdos lindos de mi niñez. Por eso tomaba mi tiempo para mirar de lejos la casa de Poli y a doña Ernestina y Manolo, ya viejos, limpiando el jardín o sentados en el portal de su casa.
─Policarpio murió en Sayula a los quince años, Julio─ me dijo doña Tina un día que me atreví a ir a saludarlos─ Quisimos operarlo de su malformación y murió. Era lo mejor. Su vida iba a ser una miseria y jamás sería ni aceptado ni valorado.
─Yo lo valoraba, era mi amigo.
─Le tenías lástima, sólo eso.
─¡Claro que no!
Entonces Manolo se levantó sereno y entró en casa. Tina lo siguió dejándome de pie en el portal. Jamás volví a acercarme… no, hasta esa tarde noche en el que el incendio consumió la casa… era él, juro que era él cuarenta años después. Era Poli, mi amigo Poli. Seguí a los paramédicos y no me despegué del hospital. Cuando se habló de meterlo en una clínica de enfermos mentales, que obvio no era necesario, me ofrecí a cuidarlo. Poli estaba solo y la casa ya no existía. A mis casi cuarenta años me lo llevé a Zapopan, lo metí a una clínica de mi confianza y al año me lo devolvieron enterito. Lo visitaba cada tres días y le sacaba plática sin mucho éxito. Había estado encerrado por décadas en un sótano y urgía amor, amor y más amor.
─Mauro mató a Dorita- me dijo un día.
─ ¿Cómo?
─Me puso El lápiz en la mano y me dijo que si lo acusaba mataría también a mamá y a papá.
Lo abracé fuerte y me arrepentí de las muchas veces que había dudado de él. Odié a sus padres por avergonzarse tanto al grado de encerrarlo ahí, tenerlo casi sin comida y sumido en un nido de insectos, como me dijo.
Cuando me detectaron cáncer, Poli estuvo a mi lado durante todo el proceso. Perdí mi cabello por la quimioterapia, pero él me sobaba la cabeza. Vendimos nuestras casas en Mazamitla y con ello sobrevivimos durante mi crisis de salud.
─ ¡Lárgate, dromedario apestoso!─ le gritaba el Mauro.
─Déjalo, o te las verás conmigo.
─Qué le defiendes al monstruo, Felipe, ni te metas.
─No es ningún monstruo, es mi amigo.
Poli murió a los sesenta años y yo sigo aquí dándole guerra al mundo. Le recuerdo tanto. Le lloro, sí, y mucho. Y pensar que por años estuvo en la oscuridad deseando platicar, jugar, divertirse conmigo y sin poder hacerlo. Poli, Poli, tú y tu enorme joroba en la que tenías diez corazones amontonados para cuando te reventaran uno, podías suplirlo con otro. Hasta donde te encuentres mi bello amigo, Poli. Hasta allá te he de ir a alcanzar.
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