La pluma del viajero

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“La venganza”

 De cabeza y aferrada al tubo, vi a papá bebiéndose el noveno wiski de la noche. Tanto año en el table dance me había convertido, ya no solo en la más cotizada, también la más buscada en esa zona de tolerancia. Harta de ser prostituta de borrachos y albañiles, le tomé la palabra a un cliente que me había ido a ver al Gato y que según él, me había recomendado mucho. Lo confieso, maravillas no hice con él. Mi rutina fue la de siempre y mira, cosa curiosa, quedó maravillado con mis artes amatorias. Nunca fui domada ni trabajada por nadie y eso se fue dando solito. Nunca quise pertenecer a un lugar en especial, por eso, cuando me fui dando cuenta que mi cuerpo lo valía, me fui aplicando en los diversos sitios de placeres. El vaquero aquel del Gato me levantó tanto la autoestima que cuando dupliqué mis costos, los muertos de hambre desaparecieron, pero los bien alimentados aparecieron. Aproveché todo lo que iba ganando haciéndome de ropa digna de una bailarina como yo. Él siempre me decía en la sobremesa del encuentro que yo merecía más, que si me animaba, podría llevarme a ciudades dignas de una mujer como yo. Y me animé y fue así como conocí Saltillo, Monterrey, Guadalajara. La vida nocturna de estos lugares no sólo me dio enseñanza, también una gran lección de vida: Nadie hace algo por ti, sin cobrártelo al doble. Mi vaquero, ese al que simplemente le había brindado mi todo, me había estado vendiendo como a una cualquiera. Entonces lo abandoné y regresé a Sabinas. Volví al Capri, que era el único salón que tenía clientes dispuestos a pagar por lo que tanto me había esforzado. Tragado el coraje de mi explotación deduje que ser estrella era lo mío. Ganaderos, carboneros, funcionarios de gobierno y hasta pastores cristianos tuvieron la fortuna de tocarme la piel y claro, yo sus carteras. Cuando el pastor del templo Sarón me dijo, Jesús te perdonará algún día como a la mujer adultera, yo le dije, Será el sereno, pero por lo pronto dame algo de las ofrendas. Sonrió, plantó un beso entre mis pechos de artificio y sacó una ofrenda generosa.

Dicen que Dios aprieta, pero jamás ahorca. Ahora estaba arriba, pero un día había estado en el abismo. Mi infancia había sido de infierno con un padre soltero que se la vivía ebrio y echándome en cara su soledad. Ser su esclava era mi labor en la vida y tras el miedo de que algún día me fuera a echar de casa, hice hasta lo más vergonzoso… por eso, al verlo ahí, en el Capri, y mientras las luces abrillantaban todavía más mi diminuto traje, me asaltó el deseo de que se tragara toda aquella miseria por la que me había hecho pasar. Al verlo ahí entendí muchas cosas, pero lo principal, que todo hombre homofóbico tiene una vida oculta relacionada con su odio. Y ahí estaba, todo él boca arriba, en mi cama, con esas cosas que de niña tuve que tragarme nada más porque él deseaba vengarse de esa mujer que se le había ido con otro, y no solo eso, haberle dejado esta hija que le había resultado por estorbo.

Haciendo piruetas en el brillante tubo podía ver su expresión de deseo. Sentí gratitud de que el tiempo y el maquillaje borraran toda evidencia que me pusiera frente a ese hombre que me había traído al mundo. Al bailar lo bastante cerca me puso un billete y al siguiente wiski cuatro más. A las dos de la madrugada ya lo tenía en mi habitación, tras de mí y evitando a toda costa que no se diera cuenta que era yo, Braulio, el niñito al que había obligado a convertirse en mujer. Al que le decía que si quería ser mujer, él sería el primero en encaminarme. Mis dibujos eran la evidencia del trastorno. Lo dibujaba yéndoseme encima, tocándome y obligándome a ser su ramera a mis poquitos años. Las peores aberraciones las padecí en casa y cosa curiosa, siempre me recalcaba que los homosexuales eran una aberración. En la calle los humillaba, despreciaba aquella libertad con la que se conducían y ya en casa me reprimía diciéndome que con todo y lo que me hacía, ni se me ocurriera tomar ese camino. Pero yo era un niño que no tenía ni la menor idea de lo que me hablaba y todo lo sufría y hacía sin saber de goces o excitaciones. Él era mi monstruo, por eso, cuando despertó y me vio sin maquillaje, quedó más de cinco minutos mirándome intentando descifrar lo que sucedía. Se miró el miembro, corrió al baño y se lo lavó desesperado. Cuando quiso echárseme encima, yo ya traía un cuchillo en mis manos. Los insultos se me vinieron encima, pero no me importaba. Cuando salió del cuarto di un respiro muy hondo y me senté en mi cama. Sabía lo asqueroso que se sentía porque era un homofóbico que se había tirado a su propio hijo.

Tres días después vi su cuerpo colgando de la protección de la ventana en su casa. La nota roja se veía toda hermosa y yo, yo un hombre trans pleno, vengado y dispuesto a seguir viviendo.

AUTOR: JUAN DE DIOS JASSO AREVALO
EL VIAJERO VINTAGE

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